“Nos estamos quedando sin palabras. Son los mejores concursantes de la historia. Esto no tiene precedentes”, dijo después de cuatro horas de concurso Jacques Bailly, el hombre encargado de pronunciar con precisión las palabras que los concursantes deben deletrear.
Cada estudiante se llevará 50.000 dólares en premios y el título de mejor “deletreador” de EE.UU. para el que muchos han estudiado durante años. Estas han sido las palabras que les han proclamado ganadores: “Auslaut”, “erysipelas”, “bougainvillea”, “aiguillette”, “pendeloque”, “palama”, “cernuous ” y “odylic”.
Los participantes llegaron tan preparados que la final duró más de cuatro horas, cuando estaba prevista para menos de dos. Cayeron eliminados con cuentagotas, aferrados a un diccionario que, por momentos, parecía infinito. Pero quienes resultaron eternos fueron los ocho concursantes que consiguieron batir en un pulso al diccionario y convertirse en “octovencedores”.
La decisión histórica fue tomada por los organizadores del concurso, incapaces de exprimir más la lista de palabras imposibles. “Si a partir de la ronda 20 nadie falla todos han ganado”, dijo el conductor del concurso, cansado y perplejo a la vez.
La gran final del “National Spelling Bee” reunió durante una semana en Washington a 565 estudiantes de todo Estados Unidos. La ceremonia se celebra desde 1925. En la edición de este año, la número 92, tres días de competición han sido necesarios para dar con los finalistas. Imposible ha sido llegar a un último ganador.
El “deletreador” más joven de los finalistas tenía 7 años y el mayor, 15. Hasta 11 millones de estudiantes de EE.UU. y de otros países compiten cada año en campeonatos regionales para llegar a la final. Tan sólo deben deletrear sin fallos una selección de palabras. De eso va todo. Pero algunos términos parecen pensados para atragantarse: “verstehen”, “ichthyophagi”, “oxhyrynch”, “mignonette”.
La dificultad ha aumentado con el paso del tiempo. Si en 1970 la palabra que decidió el ganador fue “croissant”, en 2018 fue “koinonia”. En 2017 “marocain”, en 2016 “gesellschaft” y en 2015 “scherenschnitte”.
Hay un secreto para este aumento en el nivel. Uno sencillo y a la vez complejo: Entreno. “Practico unas nueve horas durante la semana y otras tres los fines de semana” , explicó a la prensa Sohum Sukhatankar (del estado de Texas) , uno de los vencedores de la noche. Sukhatankar y sus compañeros recomendaron incluir más nombres geográficos y extranjerismos para ponerlo más difícil en el futuro.
Estos fanáticos del deletreo han desarrollado una industria casera que incluye a entrenadores personales, rutinas de estudio y una competitividad que ha llevado a los expertos a categorías sin precedentes. Algunas de las familias de los "deletreadores” parece que viven para esto.
“Diseñamos telas únicas con la abeja del deletreo (el símbolo de esta competición) para inspirarnos y acompañar nuestra pasión”, explicaron los padres de una de las concursante mientras enseñaban fotografías de su casa, decorada con cojines y telas que tienen el logotipo del concurso.
Su hija Simone Kaplan, del estado de Florida, quedó novena al deletrear mal “tettigoniid”, un término de origen griego que nombra a una especie concreta de saltamontes. Sin ese fallo quizás habría sido otra ganadora más. Al bajar del escenario, visiblemente apurada y entre suspiros, su familia la abrazó. Ella llevaba un vestido gris con abejas, su hermana otro vestido amarillo con rayas de abeja y su madre otro similar pero multicolor. Los zapatos de las tres tenían una abeja en el pie izquierdo y una colmena con letras en el derecho.
La familia es tan popular en el concurso que la cuenta oficial en Twitter se despidió de ella: “Después de una ovación del público, Simone está fuera, pero no la excluyan del concurso de 2020”.
Efectivamente, Simone y su familia podrán volver a mostrar sus atuendos y sus avances en el deletreo el próximo año. Todo por el módico precio de 1.500 dólares. Desde hace un año, la organización deja participar a concursantes sin necesidad de que se clasifiquen en los campeonatos regionales.
Pagan 1.500 y están en la final directamente. Son varias las familias que gastan alegremente esa cantidad. Este año lo hicieron 271. La oferta ha sido criticada por eso de que, de primeras, parece poco deportiva. Pero, por otra parte, pretende rentabilizar esta industria ortográfica y tantos años de entreno.