El restaurante está sobre la nueva avenida Ryomyong, inaugurada en 2017, símbolo de esta nueva Corea del Norte que quiere mostrar Kim Jong Un, que se reúne esta semana en Hanoi con el presidente estadounidense, Donald Trump.
En el Green Leaf, el ambiente es digno de los años setenta, con tonos marrón y con fotos de flores en las paredes bautizadas “Kimilsungia” y Kimjongilia” en homenaje a la dinastía de los Kim.
En la televisión, en donde generalmente se ve propaganda antiestadounidense, se transmite un concierto del coro nacional, muy lejos del ambiente clásico de una cena estadounidense.
En el restaurante, una hamburguesa cuesta un poquito más de dos dólares. Un cheeseburguer con tocino, el doble.
Se puede pedir hamburguesas al kimchi, en honor a la comida tradicional con repollo fermentado que adoran los habitantes del norte de la península así como los del sur. El pan se reemplaza a veces por galletas de arroz, declinación local del gran clásico de la gastronomía estadounidense.
Las papas fritas se sirven en conos rojos, que recuerdas los del gigante estadounidense McDonald’s.
La clientela del Green Leaf, fundado por el empresario singapurense Patrick Soh, está esencialmente compuesta por familias y parejas jóvenes.
La admnistradora del local, Kim Yong, asegura que recibe entre 300 y 500 clientes por semana, para quienes la hamburguesa no tiene nada de estadounidense.
“Para la gente, la hamburguesa evoca un pequeño pan cortado al medio antes que McDonald’s”, asegura.
Como el fundador del lugar es de Singapur, “algunos piensan incluso que es un plato singapurense”, dice.
Nada sorprendente en un país en donde Estados Unidos es presentado por la propaganda de Estado como el primer enemigo público, responsable de la división de la península coreana, de atrocidades durante la guerra y de las dificultades económicas del país.
El odio a los estadounidenses se enseña a los norcoreanos desde la infancia, desde la escuela a los museos como el memorial de Sinchon, en donde Pyonyang afirma que más de 35.000 civiles fueron masacrados por los estadounidenses durante la guerra de Corea al comienzo de los años 1950.
“La gente está influenciada por las historias, aunque no todos se dejan embaucar”, analiza Sokeel Park del grupo “Liberty in North Korea”, que ayuda a los desertores norcoreanos a rehacer sus vidas en otro país.
Pyongyang controla estrechamente la prensa del país, pero circulan contenidos alternativos por debajo de la mesa en memorias externas (’pendrive’).
Algunos habitantes miran películas estadounidenses o escuchan Radia Free Asia o Voice of America, cuenta Sokeel Park.
En la primera cumbre entre Kim Jong Un y Donald Trump en Singapur, la televisión norcoreana transmitía imágenes de los dos mandatarios, algo histórico que hizo vacilar, al menos por un tiempo, la imagen de Washington como el enemigo de siempre.