En el complejo y a menudo sombrío tablero de la política venezolana, un nombre se convirtió en sinónimo de resistencia inquebrantable: María Corina Machado. Este 10 de octubre de 2025, el mundo puso sus ojos sobre ella, no por una nueva maniobra del poder en Caracas, sino porque el Comité Noruego le otorgó el Premio Nobel de la Paz. Para quienes siguen la crisis venezolana, la decisión es un reconocimiento a una lucha de décadas. Para quienes la escuchan por primera vez, su historia es la puerta de entrada para comprender la pugna por la democracia en una nación secuestrada por el autoritarismo.
El Comité del Nobel lo resumió con precisión: el premio le es concedido “por su incansable labor en la promoción de los derechos democráticos (...) y por su lucha para lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”. Pero detrás de estas palabras formales se esconde una biografía marcada por la confrontación directa, la persecución política y una coherencia ideológica que, para bien o para mal, jamás ha cedido un milímetro.

La ingeniera que se convirtió en la pesadilla del chavismo
Antes de ser la figura política más prominente de la oposición, María Corina Machado, hoy de 58 años, era una ingeniera industrial con una exitosa carrera en el sector privado y una especialización en finanzas. Madre de tres hijos y formada en la élite académica de la Universidad de Yale, su perfil no era el de una política tradicional. Su irrupción en la arena pública ocurrió en 2002 con Súmate, una organización ciudadana que cofundó para fiscalizar la transparencia electoral. Fue su primer choque frontal con el entonces hegemónico poder de Hugo Chávez.
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Desde entonces, su carrera ha sido una escalada constante en la confrontación. En 2010, arrasó en las elecciones parlamentarias, convirtiéndose en la diputada más votada del país. Fue en ese hemiciclo donde protagonizó uno de los momentos más icónicos y definitorios de su carrera. En 2012, interrumpió un discurso del propio Chávez para espetarle en su cara: “Expropiar es robar”.
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La respuesta de un Chávez todopoderoso fue una mezcla de desdén y premonición: “Águila no caza moscas, diputada”. Quizás subestimó a su interlocutora. Esa “mosca” se convertiría, años más tarde, en el mayor desafío organizado que enfrentaría su sucesor, Nicolás Maduro.
La líder que no pudieron borrar del mapa
El chavismo, tanto con Chávez como con Maduro, siempre ha visto a Machado como la encarnación de la “derecha radical”, una representante de la élite vinculada a los intereses de Estados Unidos. Para el régimen, ella no es una adversaria, es una enemiga. Y como tal, han intentado neutralizarla por todas las vías.
En 2014, fue despojada de su escaño parlamentario tras denunciar violaciones de derechos humanos ante la OEA. Ha sido acusada de traición a la patria y ha vivido bajo una constante amenaza judicial. La culminación de esta estrategia llegó el año pasado, en 2024, cuando el Tribunal Supremo, un órgano sin independencia del poder ejecutivo, la inhabilitó políticamente por 15 años, justo cuando las encuestas la mostraban como la única figura capaz de derrotar a Maduro en una elección presidencial.
Esta jugada, diseñada para sacarla del juego, produjo el efecto contrario. Machado, impedida de ser candidata, demostró una astucia política inesperada. En lugar de llamar a la abstención, canalizó el masivo apoyo popular que había consolidado en unas primarias opositoras (donde obtuvo más del 90% de los votos) hacia un candidato sustituto: el diplomático Edmundo González Urrutia.
Lo que ocurrió en las elecciones de julio de 2024 fue un terremoto político. A pesar del control absoluto del régimen sobre el sistema electoral, Machado y su equipo organizaron una defensa ciudadana del voto sin precedentes. Mientras el poder anunciaba una victoria para Maduro, la oposición presentaba al mundo miles de actas de votación que, según veedores internacionales como el Centro Carter, demostraban un triunfo arrollador de González Urrutia con cerca del 70% de los votos.
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El régimen se aferró al poder, pero perdió toda legitimidad. Y en el centro de ese desafío cívico, estaba María Corina Machado, no como candidata, sino como la indiscutible líder del movimiento.

Un nobel para la coherencia
El Nobel de la Paz de 2025 no es solo un premio a su lucha del último año. Es un reconocimiento a una trayectoria. A diferencia de otros líderes opositores que han intentado negociaciones o vías intermedias con el régimen, Machado siempre ha defendido una postura de máxima presión, basada en los principios del liberalismo clásico: libre mercado, propiedad privada y un Estado de derecho robusto, ideas que articula a través de su partido, Vente Venezuela.
Para sus críticos, incluso dentro de la oposición, su postura ha sido a veces intransigente. Para sus millones de seguidores, es su mayor virtud: la coherencia.
Hoy, María Corina Machado es una Nobel de la Paz que no puede ejercer cargos públicos en su propio país. Una líder que ganó una elección sin estar en la boleta. Una ingeniera que se enfrentó a un militar y que hoy lidera la mayor amenaza cívica que ha conocido el chavismo en 25 años. Su historia es la de una Venezuela que se niega a rendirse.