Los cuerpos, envueltos en telas blancas, son depositados en un hoyo abierto en la arena. A su alrededor, edificios derrumbados y el zumbido constante de drones conforman el escenario de un duelo sin pausa.
“Acudir a los cementerios supone arriesgar la vida. Por eso tuvimos que enterrarlo aquí de manera provisional y más tarde lo volveremos a enterrar en un cementerio”, explica a EFE Abu Omar Raduan, de 47 años.
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Está allí para enterrar a Yusef Harb, un gazatí al que mataron los disparos de un dron israelí cuando trataba de llevar a varias personas hacia el sur de Gaza.

El Ejército israelí ordena a los refugiados en la ciudad de Gaza ir hacia allí, a una zona designada para los desplazados en Mawasi y Jan Yunis, aunque muchos huyen también a Deir al Balah, en el centro.
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“Nos sorprendieron las dificultades para enterrarlo porque la ocupación (el Ejército israelí) controla la mayor parte de Gaza”, explica a EFE.
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El 82 % de la Franja está sometida a órdenes de evacuación del Ejército israelí o directamente bajo su control militar.

Raduan teme que el cuerpo sea profanado o desenterrado por los animales, pero asegura que no existe otra opción. “Todas las familias entierran ahora en el hospital de Al Shifa y también junto al hospital Al Ahli, porque no queda alternativa”.
Teme que llegue un momento en que ya no quede quién entierre a los muertos: “Nos están matando frente a las pantallas de los medios, pero nadie responde a nuestro llamado. Solo nos queda Dios, que es el único que puede aliviar esta tristeza”.
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A pocos metros, Sabah Abd Rabbu Raduan, originaria de Jabalia, al norte de la ciudad de Gaza, vela la tumba de su hijo Mohammad, de 30 años, cuya lápida improvisada es una pizarra blanca con su edad escrita a mano.

La familia se desplazó a la capital en junio, cuando Mohammad ya sufría por la falta de alimentos. Poco después, en el Shifa, le diagnosticaron cáncer de estómago.
“Él pedía cosas y no podíamos dárselas. Ni siquiera pañales pudimos conseguirle”, cuenta su madre a EFE.
Israel limita el acceso de ayuda humanitaria mediante camiones de la ONU desde el inicio de la ofensiva contra Gaza en octubre de 2023, aunque ya lo controlaba antes de la guerra.
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En marzo, alegando que el grupo islamista Hamás se apropiaba de la ayuda, cerró completamente el acceso de bienes básicos como comida, medicinas o combustible durante once semanas.

En mayo, cuando reabrió los pasos fronterizos para la entrada de ayuda humanitaria, implementó un sistema de reparto de alimento a través de unos complejos militarizados, la mayoría en el sur del enclave.
Mohammad murió el 15 de septiembre y fue enterrado detrás del hospital. “Su padre, al despedirse, le dijo: ‘Lo siento, no pude darte comida’”, recuerda su madre junto a la improvisada sepultura.
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Solo ayer sábado, al menos 75 personas murieron por ataques israelíes en la Franja de Gaza, entre ellas varios niños, según el Ministerio de Sanidad gazatí, controlado por el Gobierno de Hamás; otras cuatro fallecieron por desnutrición.
Esta estadística no incluye a quienes mueren por falta de medicinas o tratamientos médicos adecuados.
La ofensiva israelí contra Gaza, que diversos relatores de la ONU, ONG y un número creciente de países califican de genocidio, ha matado desde su inicio el 7 de octubre de 2023 a más de 65.000 palestinos, entre ellos más de 19.000 menores, de acuerdo con los últimos datos.