Japón conmemora hoy los 80 años de esta tragedia mientras el mundo observa inquieto el auge de las amenazas nucleares.
El lanzamiento de las bombas con ondas expansivas que superaron 3 Km. y los 7.000 grados de calor, con la posterior tragedia humana supuso el fin de la Segunda Guerra Mundial.
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Ocho décadas después el asombro y el horror aún persisten en las retinas de los hibakushas (supervivientes de la bomba atómica).
En una entrevista exclusiva con ABC, el copresidente de la organización Nihon Hidankyo -ganadora vigente del Nobel de la Paz (2024), Toshiyuki Mimaki, desglosa el doble combate de los “hibakushas”: contra el tiempo y la indiferencia global.
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Lanza un mensaje claro a los líderes del planeta: la paz.
Acababa de nevar en la prefectura de Hiroshima, cuando Toshiyuki, nos abrió las puertas de su sencilla vivienda.

Ya con 86 años, pero lleno de vida y con muchas ganas de contar al mundo su testimonio del horror vivido junto a su madre, encarna la urgencia de un legado: la abolición de las armas nucleares antes de que su generación desaparezca.
Nos hace una reverencia, como muestra de respeto y una sencillez arrolladora.
El contexto no podía haber sido mejor: la salita inundada de sabiduría, cuadros, mesitas llena de libros, un calentador y una gentileza abrasadora. Pide referencias sobre Paraguay y nos acomoda en un antiguo sofá.
Herida abierta
Pasaron 80 años y la herida no cierra. En ese momento no hubo necesidad de preguntar. Fue directo.
Su testimonio estremece y a manera de introducción de lo que vio pasar ante sus ojos dice: “Vi a una mujer con la piel derritiéndose. Pidió un abrelatas. Mi madre se lo dio. La mujer siguió caminando, comiendo... Era una escena horrible”.
Esa imagen fue pintada por estudiantes y expuesta en museos, comenta mientras baja el cuadro. Los trazos de esa obra describen lo sucedido en la mañana del 6 de agosto de 1945.

El ataque nuclear a Hiroshima mató al instante a cientos en la “zona cero” y alrededores; y finales de 1945 a más de 140.000 personas.
En La “zona T” dejó un halo de destrucción masiva, la humanidad derretida y desmembrada por la radiación de las 21.000 toneladas de TNT.
Solo quedó en pie la cúpula de Genbaku que hoy forma parte del Museo Conmemorativo de la Paz de Hiroshima.
Pero la bomba no solo mató: estigmatizó.
“Sufrimos discriminación por décadas. La gente creía que la radiación era contagiosa o hereditaria. Hoy, nuestros nietos temen sufrir enfermedades”, lamenta Mimaki, quien recuerda que solo quedan alrededor de 100.000 hibakushas.
Todos superan los 85 años. “En 10 años, quizá ninguno esté vivo. ¿Quién contará nuestra historia?”, expresa con preocupación.
Mimaki no tuvo reparos en criticar la ambigüedad de los sucesivos gobiernos de Japón ante el desarme nuclear.
En enero pasado, luego de haber recibido en nombre de la organización el Nobel de la Paz en Estocolmo, pidió al primer ministro de entonces Fumio Kishida que Japón fuera observador en la Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). “No dijo sí ni no”, lamenta mientras nos prepara un té, revisa emocionado sus memorias y enfatiza: “Es verdad que países como Alemania o Noruega, protegidos por el paraguas nuclear estadounidense, y sí participan de la TNP. ¿Por qué no Japón? Estados Unidos está lejos. Si estalla un conflicto, será aquí (en Japón). El gobierno debería invertir en seguridad social, no en armas”.
Para Mimaki, la seguridad japonesa es una ilusión.

La mayoría de los supervivientes de los ataques de Hiroshima y Nagasaki tienen más de 85 años y su organización busca contrarreloj legar un mensaje de paz a las próximas generaciones.
“Visité EE.UU. y vi que mi voz no bastaba. Necesitamos un movimiento nacional”, insiste y se llama al silencio por varios segundos, un silencio que luego se transforma en suspiro y lanza un mensaje a Latinoamérica, especialmente para Paraguay (país firmante del TNP).
Es claro, contundente, solo como quien vio pasar la peor tragedia humana de la historia en tiempos de guerra, pero prefiere la resiliencia: “La educación es clave. Enseñen a los niños el valor de la paz. Costa Rica, sin ejército, es un ejemplo”.
No nos atravimos a interrumpirlo.
Mimaki nos invitó a reflexionar sobre la naturaleza humana. Comenta que vio la película “Oppenheimer” y se pregunta “¿Por qué combatimos? Los samuráis usaban espadas; ahora, armas nucleares. Destruimos hospitales, ciudades, personas... ¿Por qué no podemos convivir en paz?”.
Himno a la resiliencia
Su historia personal conmueve, y darle un título a eso no puede ser más que un himno a la resiliencia.
Como el título de la obra del Nobel de Literatura (1982) -Gabriel García Márquez- “Vivir para contarla”, el señor Toshiyuki sobrevivió a una fiebre pos radiación. “Mi madre vendió todo para comprar la medicación”.
La pobreza marcó su infancia, sin acceso a instrumentos musicales, libros o lápices de colores. Sin embargo, su determinación forjó su camino y lo llevó hasta Estocolmo para recibir el Nobel de la Paz. “Mientras viva, gritaré: ¡Nunca más hibakusha”.
Preparamos un cuestionario, pero qué preguntar cuando un sobreviviente de un ataque nuclear nos dice que la memoria debe volverse acción. Nos queda el privilegio de la escucha: “Las ideologías dividen, pero el valor de la vida es igual en Corea del Norte, Rusia o Paraguay. Si no abolimos las armas nucleares, la humanidad repetirá nuestro error”, advierte.
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La organización Hidankyo fue fundada en 1956, desde entonces es la voz referente en los escenarios internacionales contra las armas de destrucción masiva con su testimonio, análisis de los conflictos actuales y un llamado constante a la acción por parte de los líderes mundiales que deciden sobre el futuro y la vida de las próximas generaciones.
La batalla hoy de Hidankyo no es solo contra el olvido, sino contra la lógica de que ‘quien mata más, gana’. En su lugar, Toshiyuki Mimaki propone una verdad eterna: “la paz solo se construye respetando toda vida humana”.