Antes incluso de que declarase la pandemia en 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya se había referido a un problema de ‘infodemia’ —conjunción de los términos información y epidemia—.
Esa ‘infodemia’, en la que primaba la información falsa sobre la rigurosa, aumentó los efectos mortales de la covid, como se comprobó posteriormente.
Solo en Irán se registraron 800 fallecimientos por intoxicación con metanol, un alcohol que se utiliza como disolvente industrial y combustible, que las víctimas ingirieron con la esperanza de que les salvara de la enfermedad.
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Por otra parte, las falsedades sobre la seguridad y eficacia de las vacunas disminuyeron las tasas de inmunización de la población.
Un problema global
Las investigaciones sobre la desinformación no encontraron pruebas de que los mensajes falsos aumentaran durante la pandemia, pero sí indican que supuso un punto de inflexión en la percepción de la amenaza.
“Podríamos decir que mundializó la conciencia del fenómeno, no el fenómeno”, precisa en declaraciones a EFE el investigador principal de Lengua y Cultura del Real Instituto Elcano, Ángel Badillo.
Este experto, también miembro del Comité de Dirección del Observatorio Ibérico de Medios Digitales (Iberifier), explica que la desinformación empezó a crecer a partir de 2014 con la invasión rusa de Crimea.
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Sin embargo, iba específicamente a países del entorno de Rusia y de la Unión Europea, como las falsedades vinculadas al Brexit afectaban al Reino Unido y al bloque comunitario y las del trumpismo a EE.UU.
La directora de la Red Internacional de Verificación (IFCN, por sus siglas en inglés), Angie Drobnic Holan, manifiesta al respecto: “Fue uno de los acontecimientos más dramáticos que creo que los verificadores han presenciado en todo el mundo, porque afectó a todo el planeta al mismo tiempo y hubo mucha desinformación”.
Ambos coinciden en que el terreno estaba abonado para esta escalada global por la consolidación y el uso masivo de las redes sociales.
La infodemia, otro virus mortal
El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, durante la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2020, indicó que a la lucha contra la covid se sumaba el desafío de la ‘infodemia’, debido a la abundancia de información errónea que se propagaba sobre la enfermedad en redes sociales y otros medios.
En septiembre de ese año, tras alcanzarse el primer millón de muertes por la covid en todo el mundo, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, afirmaba con contundencia: “La desinformación mata” y pedía hacer caso a la ciencia.
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Además de estos falsos tratamientos, como la ingesta de metanol, gel hidroalcóholico o licor de estramonio, la desinformación sobre las vacunas también aumentó el número de muertes.
Así lo señala, con cifras que llegan hasta enero de 2023, un estudio sobre el impacto de la desinformación de la covid de la salud pública de la Revista de la Asociación Médica Estadounidense. Estima que alrededor de un tercio de los más de 1.100.000 fallecimientos por la enfermedad podrían haberse evitado si se hubieran seguido las recomendaciones sanitarias.
Entre los remedios sin base científica destacan los promovidos por el presidente estadounidense Donald Trump, que durante su primer mandato sugirió que la luz ultravioleta y la inyección de desinfectantes podrían ser utilizados para tratar la enfermedad.
Daños que permanecen
“Creo que las repercusiones de la pandemia aún no se han manifestado por completo”, expresa Holan, quien observa que la sociedad experimenta un trauma causado por el impacto de las falsedades durante la pandemia.
Entre los efectos que persisten, la directora de la IFCN cita la desinformación sobre las vacunas y recuerda el nombramiento de un “escéptico” de la inmunización como secretario de Salud de los Estados Unidos, en referencia a Robert F. Kennedy Jr.
“Tampoco creo que debamos subestimar el trauma social de las personas que sintieron que la pandemia pudo haber sido algo infligido por las autoridades”, señala sobre las teorías de la conspiración en torno al origen de la enfermedad.
Holan subraya, además, que durante la pandemia se minó la confianza en los científicos y en las autoridades sanitarias, un asunto “muy problemático” porque “la gente necesita expertos para poder obtener información fiable y tomar buenas decisiones”.