Cargando...
Cuando Estados Unidos lanzó sobre su natal Hiroshima la primera bomba nuclear el día 6 de agosto de 1945, Katsuko estaba entonces en una escuela que servía también de refugio a los niños de un Japón envuelto en un conflicto bélico internacional.
A sus 86 años se muestra resiliente y pese a haber visto pasar el horror ante sus ojos expresa su gratitud por seguir con vida y poder dar su testimonio, como un legado para la humanidad y las generaciones futuras del impacto de una bomba atómica.

“Nací en 1939. Ya entonces Japón estaba en guerra (con la entonces Unión Soviética). Toda la generación de mi padre estaba en el frente de batalla. Ya entonces sufríamos carencias, en especial de alimentos. Pasábamos hambre y los niños nos quejábamos por ello. Estaba en la primaria”, relata como introducción de una narración que duraría unos 20 minutos, pero que luego se extendió por más una hora.
El relato de Katsuko fue interrumpido en varias ocasiones por un silencio doloroso de quien recuerda -pese a que ya pasaron ocho décadas de la tragedia- cómo las personas morían afectadas por la radiación y el fuego de un arma nuclear que cambió la presión del aire. “El horror era irrespirable”, describe.
La hija de la guerra que vive para la paz dio su testimonio a ABC -sin videos ni grabaciones de audios- con una mirada serena y el semblante en retrospectiva de un día trágico.
Lea más: Nobel de la Paz habla en exclusiva con ABC
Atentos a la sirena
En plena Segunda Guerra Mundial, Katsuko y otros los niños japoneses iban a la escuela desde donde escuchaban el sobrevuelo de los aviones de combate, especialmente estadounidenses.
“Los de la primaria nos refugiábamos en varios lugares. Los de la secundaria debían trabajar porque los padres estaban en la guerra. A diario sonoban las alarmas. Pero ese día -el 6 de agosto de 1945- no sabemos por qué la sirena no sonó ni alertó sobre la bomba atómica”.
“Entre curiosidad e ingenuidad, las personas pudieron ver cómo la bomba giraba en el aíre antes de caer en lo que se conoce como “Zona T”, que es la unión de unos puentes en Hiroshima. “No sabíamos era una bomba nuclear. Solo vimos una luz intensa y un sonido ensordecedor. Lo llamamos entonces “picadón”, recuerda.
De un día rutinario al horror. “De repente, esa luz intensa desató la tragedia. La bomba estalló a 500 metros de altura y minutos después pasamos de un día aparentemente rutinario a las escenas devastadoras. Todo ardía: la ciudad y las personas se quemaban. Con la temperatura de 4.000 grados centígrados las personas se desmembraban. La explosión cambió la presión del aire de la ciudad y la onda expansiva hizo que estallaran los ojos. Se desintegraban. El dolor y el horror se percibía en cada metro cuadrado. Todo era irrespirable en medio de un incendio duró tres días”.
Al menos 80.000 personas murieron por tras el estallido. Unos meses después más del doble como consecuencia de la radiación.
“Tenían mucha sed, imploraban por agua. La gente por las quemaduras. Acudían cerca de los ríos, pero al tragar agua morían al instante. El cauce hídrico se volvió un río de personas sin vida. Con la marea alta la escena se repetía a diario. Había cuerpo sin vida por toda la devastada ciudad”.
Tras el impacto de la caída de la bomba, Katsuko recordó a su madre que vivía sola a unos pocos quilómetros del epicentro.
“Decenas de los afectados en el epicentro murieron frente a las puertas de mi casa. Busqué entre los cuerpos el de mi madre. Fue difícil distinguir a las personas y con el sol ardiente de agosto el ambiente se volvió aún más devastador. “Mi mamá había quedado bajo los escombros. Intentó moverse pero no podía, y una vecina la auxilio y la salvó. Su semblante era de una palidez extrema luego de transcurridos cuatro días de la detonación. Sufría de una leucemia galopante por efecto de la radicación”, pero sobrevivió un tiempo.

El silencio nuevamente tomó forma en la oficina de la organización Hidankyo donde se realizó la entrevista. “Recuerdo que hacía mucho frío. Mi hermana mayor y yo vimos desde fuera del refugio llegar a una pareja en bicicleta: y vimos que eran mis padres. “Hasta hoy nunca fui tan feliz como cuando vi llegar a mi madre. No cabía en mí”, dice emocionada al retomar su relato.
A lo largo de los años, Katsuko fue testigo de los efectos del ataque nuclear y comentó que “las personas que viene desde fuera de Hiroshima se muestran más interesadas en saber qué fue lo pasó. A veces me siento un poco triste y con temor de que la gente pierda el afán de conocer las consecuencias de todo lo sucedido”.

Nobel de la Paz
Y en ese contexto, conversamos sobre las lecciones más importantes que los jóvenes de hoy deberían aprender sobre la paz y la reconciliación. Desde su perspectiva, “aunque sea una fuerza pequeña es muy importante. La prueba de ello es el Nobel de la Paz, tras 80 años de lucha. Llevo 20 años hablando de mi experiencia, y aunque sea un grano de arena siento que contribuyo en algo. Continuar hablando de esto es importante”.
Cada 6 de agosto
¿Qué siente cada vez que se acerca el 6 de agosto, y se enteró despúes del caso de Nagasaki? Katsuko hace de nuevo una pausa y solloza. “Estoy en casa viendo las conmemoraciones. Rezando a los difuntos, a mi madre, amigos. No puedo dejar de llorar en esa fecha”.
Mientras sostenía mapas, fotos y pinturas que eternizan el escenario de pesadilla de aquel agosto de 1945, responde a la pregunta de a qué se aferró para tener una actitud resiliente y dar testimonio:
“No empecé este trabajo por mi propia voluntad. Me empujaron (ríe). Hace 20 años había enviado a un periódico un poema sobre la caída de la bomba atómica y lo publicó en portada. Llamó la atención y muchas personas me pidieron hablar de mi experiencia”.
Mira su reloj y antes de despedirnos dice con firmeza que “los actuales líderes del mundo no conocen la realidad de las bombas atómicas. De sus efectos incalculables en la humanidad. Deberían interesarse más”.