Con tono tranquilo y sereno, Béatrice Zavarro defiende desde el 2 de septiembre a Dominique Pelicot, juzgado junto a 50 hombres más, por drogar a escondidas entre 2011 y 2020 a su entonces esposa Gisèle Pelicot para violarla junto a decenas de desconocidos.
Ante el tribunal de Aviñón, en el sur de Francia, el principal acusado, de 71 años, reconoció los hechos y quiere la pena máxima de 20 años de prisión. Y espera no caer solo: “Todos los sabían”, dijo ante las negaciones del resto de acusados.
Su abogada se enfrenta a una situación insólita. Pese a defender al principal acusado, apoya los argumentos de los letrados de las víctimas, a riesgo incluso de asumir un inesperado papel de fiscal. “Su posición no es obvia, pero la ejerce con mucha sutileza. Tiene que evitar reducir el ‘monstruo’ a sus crímenes y que su cara B eclipse su cara A. Las dos coexisten en esta doble personalidad”, admite Antoine Camus, abogado de Gisèle Pelicot.
La letrada, de 55 años e inconfundibles gafas rojas, rechaza el calificativo de “monstruo” y se considera únicamente “la abogada de alguien que cometió algo monstruoso”. “En un Estado de derecho, todo el mundo tiene derecho a ser defendido”, agrega.
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Aunque no ha recibido amenazas directas y no está en las redes sociales, su oficina recibe muchas llamadas malintencionadas. “Debería llevar cuidado...” , le sugirió un transeúnte a principios de septiembre, con un tono ambiguo.
“Decidí defender a Dominique Pelicot porque él me lo pidió. Depositó su confianza en mí”, explica Zavarro, cuyos honorarios los abona el Estado a través de la ayuda financiera prevista para los acusados sin ingresos suficientes. Uno de sus exclientes la recomendó a Dominique Pelicot cuando ambos hombres se conocieron en una prisión de Marsella, en el sureste de Francia, explica la mujer, que reconoce que “subestimó el impacto mediático” mundial de este caso.
Novela negra y “guante blanco”
Esta hija de comerciantes, amante de la novela negra, entró en enero de 1996 en el Colegio de Abogados de Marsella, la “magnífica ciudad” en la que siempre ha vivido, aunque reconoce que “paradójicamente odia discutir”.
“Me interesaba mucho el derecho penal. No estaba necesariamente destinada a este campo. Mi estatura, mi voz o el ser mujer podrían haber frenado a algunas personas”, asegura la letrada. Pero “para hacer este trabajo te tiene que gustar la gente” para “devolverles un poco de dignidad”, agrega Zavarro, quien en el pasado representó al padre de Madison, una niña de cinco años secuestrada y asesinada por un hombre en 2006.
“Asume sus casos con fuerza, pero con guante blanco”, según Myriam Gréco, que defendió entonces al asesino de Madison y para quien su compañera de profesión es una mujer que “sabe sacar las garras, pero sin alarde”.
Una descripción que parece corresponder a su personalidad. Tanto su remendada toga de abogada como su descolorido despacho en pleno centro de Marsella dan fe de su rechazo a la grandilocuencia. En Aviñón encontró alojamiento en un barrio obrero para los cuatro meses de juicio y, dos veces al día, recorre a pie los dos kilómetros que lo separan del tribunal, junto a su marido Édouard, al que a veces confunden con su guardaespaldas.
Para la letrada, este juicio constituye un “capítulo esencial” en el asunto de la violación: una “primera etapa” fue Gisèle Halimi, abogada que en 1978 contribuyó a que se reconociera como un crimen, y una “segunda etapa” será “Gisèle Pelicot”