El que fuera consejero de Seguridad Nacional y secretario de Estado de los presidentes estadounidenses Richard Nixon (1969-1974) y Gerald Ford (1974-1977) llevaba décadas alejado de la primera línea política, pero su larga sombra llega hasta hoy.
A pesar de haber soplado cien velas el pasado mayo, Kissinger seguía dando con sorprendente lucidez sus opiniones sobre el mundo actual, con temas tan dispares como la guerra de Ucrania o la inteligencia artificial.
Muchos lo seguían escuchando con gran atención por ser una autoridad en las relaciones internacionales, pero para otros lo que el centenario Kissinger buscaba era limpiar el cuestionado historial que dejó cuando fue uno de los hombres más poderosos del mundo.
Y es que durante la década de los 70, Kissinger diseñó una política exterior tan pragmática que no dejaba espacio para las consideraciones morales.
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Un refugiado judío en Nueva York
Heinz Alfred Kissinger nació el 27 de mayo de 1923 en Fürth (Alemania) en el seno de una familia judía que llegó a Nueva York huyendo del nazismo cuando todavía era un adolescente.
Con un fuerte acento alemán al hablar inglés, este graduado de Harvard siempre negó que su infancia traumática lo marcara de por vida, pero muchos de sus biógrafos discrepan.
El profesor de la Universidad de Texas Jeremi Suri, autor de ‘Henry Kissinger and the American Century’, dijo en una reciente entrevista con EFE que “al ser un refugiado judío siempre estuvo muy preocupado por el caos y quiso poner orden en el mundo”.
Kissinger fue el arquitecto de la política de distensión hacia la Unión Soviética que cambió el rumbo de la Guerra Fría, el artífice de la normalización de las relaciones entre Estados Unidos, China y un personaje clave para frenar la proliferación nuclear.
Recibió el premio Nobel de la Paz junto a su homólogo vietnamita Le Duc Thuo por sus negociaciones secretas para acabar con la guerra de Vietnam, aunque a diferencia de Kissinger, el vietnamita devolvió el galardón porque su país siguió en conflicto tras los Acuerdos de París.
Un legado cuestionado
A Kissinger también se le recordará por su respaldo a dictaduras como las de Argentina entre 1976 y 1983 y los últimos años del régimen de Francisco Franco en España (terminado con la muerte del líder en 1975), su papel en la Operación Cóndor para reprimir a opositores latinoamericanos de izquierda o su apoyo al golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973.
"No podemos permitir que Chile se vaya a las alcantarillas", llegó a decir en 1970.
"A Kissinger no le molestaban las dictaduras. De hecho, le gustaban si estaban del lado de Estados Unidos y mantenían el comunismo fuera de América Latina", explicó recientemente a EFE Mario Del Pero, historiador de Sciences Po en París y autor de la biografía 'The Eccentric Realist'.
Incluso un ‘best seller’ del periodista Christopher Hitchens lo acusó en 2001 de crímenes de guerra por sus actuaciones en Camboya, Timor Oriental o Chile; unas críticas impensables en los 70 cuando Kissinger era el hombre más popular del país.
Aparecía en aquel entonces en portadas caracterizado como Superman, salía con estrellas de Hollywood sin ser particularmente atractivo y eclipsaba al mismísimo presidente. “¿Qué pasaría si Kissinger se muriera? Que Richard Nixon se convertiría en presidente”, se bromeaba en Washington.
Kissinger sobrevivió al escándalo del Watergate y, tras su paso por la política, se mantuvo omnipresente en editoriales, libros, charlas y entrevistas para ensanchar un mito con el que muchos se han querido fotografiar, desde Hillary Clinton a Donald Trump, pasando por Vladímir Putin o Xi Jinping.
Todavía activo
El pasado julio visitó China, ya cumplidos los 100 años, para reunirse con el mandatario del país y funcionarios de alto rango.
Pero el diplomático también invirtió mucho tiempo en refutar las duras críticas en su contra, algo que no toleraba. Siempre se dijo que tenía la "piel más fina" de la Administración.
Así lo demostró en una reciente entrevista con la cadena estadounidense CBS en la que, profundamente molesto, respondió que las acusaciones de criminal de guerra "son un reflejo de la ignorancia".
A pesar de su imagen terca, sus biógrafos aseguran que Kissinger, conocido por sus gafas de pasta, podía ser encantador en persona y que una buena forma de romper el hielo era hablarle de fútbol o de ópera.
Le sobreviven su mujer, Nancy Maginnes Kissinger, dos hijos de su primer matrimonio, y cinco nietos.