“Un ojo por ojo y nos quedaremos todos ciegos”, decía la pancarta escrita en hebreo de Tal Mitnick, un joven israelí de 18 años que con otras decenas de personas salió el sábado por la tarde al centro de Tel Aviv para oponerse a la ofensiva de su país sobre la Franja.
En pleno conflicto con el grupo islamista Hamás, que el pasado 7 de octubre hizo un duro ataque contra Israel que dejó más de 1.400 muertos y 242 cautivos, hay pequeños colectivos contrarios al esfuerzo de guerra generalizado que piden otras vías de actuación no militares ante la Franja, donde han muerto ya más de 9.500 personas por los incesantes bombardeos del Ejército israelí.
"El único camino para acabar con esto es un alto el fuego, la liberación de los rehenes y negociaciones de paz", aseguró Mitnick, mientras protestaba ante el cuartel general del Ejército israelí en Tel Aviv, un área céntrica que es punto habitual de movilizaciones los sábados por la tarde tras el Shabat (día de descanso judío).
En la zona se manifestaron este 2023 durante meses los opositores a la reforma judicial del Gobierno israelí, pero tras estallar la guerra con Gaza que hace casi un mes sacudió todo Israel, el aire de las movilizaciones cambió: ahora se concentran ahí familiares de los rehenes que anhelan su vuelta a casa, así como grupos de indignados con el Ejecutivo de Netanyahu que denuncian su "nefasta gestión".
"A casa ahora, ahora, ahora", reivindicaron en la misma zona este sábado los parientes de los cautivos, en un evento ante el Museo de Artes de Tel Aviv que igual que las semanas previas volvió a juntar a miles de personas con banderas israelíes y carteles exigiendo la liberación de sus allegados, entre ellos niños, mujeres o ancianos.
Mientras que esta movilización fue calmada y emotiva, a pocos metros de distancia había grupos de ultraderechistas israelíes que insultaban e intimidaban a los manifestantes contra la guerra.
"El pueblo de Israel vive" o "Iros a Gaza" eran algunos cánticos que les gritaban, mientras uno de ellos arrebataba con agresividad la pancarta de congregados como Yeheli Shalick, israelí de 23 años y miembro del Partido Comunista que pedía "el fin de la guerra".
Según alegó, el discurso militarista ya presente en Israel se acentuó mucho más desde el estallido del conflicto. Ahora, expresar posturas críticas o contrarias a la ofensiva a Gaza "está casi fuera de la ley", se está convirtiendo en un tipo de disidencia, asegura.
"Queremos decir no a la vía militar", remarca Shalick, que asegura que "la derecha quiere solucionar ahora la cuestión con limpieza étnica y genocidio contra los palestinos, algo que es inmoral".
En país de ideología muy nacionalista y cada vez más inclinado a la derecha, Shalik explica que puntos de vista como el suyo son "marginales", e incluso hay miembros de su familia que le dejaron de hablar por ello. "Soy la oveja negra", reconoce.
Entre compañeros que levantan carteles reivindicando el derecho a la vida de los palestinos o denunciando la violencia de los colonos israelíes en Cisjordania ocupada, Tal Mitnick cuenta que tras acabar sus estudios secundarios hace poco renunció al servicio militar obligatorio "por la opresión que sufren los palestinos a diario".
"La población israelí va al Ejército como si fuera normal, pero nuestra sociedad está muy militarizada y debemos librarnos de ello", opina Mitnick, que podría ser encarcelado por rechazar ir a la mili.
Este extremo es muy raro en Israel, donde cada año los jóvenes que se niegan a servir en las fuerzas armadas se cuentan con los dedos de la mano. En el contexto bélico actual, cuando 360.000 reservistas fueron llamados a filas, la postura de Mitnick es aún más mal vista.
“Me llaman traidor, pero al final este es mi hogar. Estoy luchando por mi seguridad, por la de mis vecinos y la de la gente de Gaza y Cisjordania. Solo quiero seguridad para todos nosotros”, concluye.