Cardenal paraguayo en Rabat: “Nuestro objetivo no es captar más clientes”

RABAT. Cristóbal López Romero, el cardenal paraguayo que funge de arzobispo en Marruecos, es de esos que, si llueve, te agarra del hombro para arrimarte a su paraguas y no te suelta. Así, a resguardo, caminamos hasta la puerta de su catedral, la de Rabat, a conocer un poco más del templo que estos días celebra cien años de existencia.

El cardenal naturalizado paraguayo Cristóbal López, en una misa que ofició en su última visita a Paraguay, en julio de este año.
El cardenal naturalizado paraguayo Cristóbal López, en una misa que ofició en su última visita a Paraguay, en julio de este año.Gentileza

Enfundado en un poncho gris traído desde Paraguay, donde pasó 18 años, este cardenal de barba blanca, ojos que entorna a cada palabra y voz suave, Cristóbal López tiene “casi” 70 años, pero se siente de 45 gracias, dice, a los retos que le ha puesto delante la vida.

Ordenado sacerdote en 1979 en Barcelona, cinco años después fue destinado a Paraguay, luego a Marruecos, de ahí a Bolivia, a España y de nuevo al país magrebí, donde lleva ahora tres años como arzobispo de Rabat. Eso es lo que, asegura, mantiene vivas sus neuronas.

Vista del interior de la catedral San Pedro de Rabat (Marruecos).
Vista del interior de la catedral San Pedro de Rabat (Marruecos).

Bajo el paraguas, a paso vivo, llegamos a la entrada lateral del templo y nos encontramos de bruces con la realidad del día a día. Tres mujeres subsaharianas llevan desde las siete de la mañana esperando a ser atendidas por alguien.

“Siempre hay personas en situación de migración pidiendo ayuda”, dice el sacerdote, que recuerda cómo durante la pandemia la catedral se llenó de ropa y comida para los que están en Marruecos de paso hacia Europa.

Estudiantes, expats y migrantes

Vista de la catedral San Pedro de Rabat (Marruecos).
Vista de la catedral San Pedro de Rabat (Marruecos).

Son precisamente esos subsaharianos, estudiantes universitarios sobre todo, los que conforman la mayor parte de su comunidad católica, una "minoría absoluta", bromea el arzobispo, en un país confesional donde la conversión de los musulmanes está prohibida.

En Marruecos, explica, hay unos 30.000 cristianos, una cifra que hay que coger "con pinzas" porque no hay censos. Casi todos son subsaharianos, pero también hay "expatriados" trabajando en el país, sobre todo franceses y españoles, y mujeres cristianas casadas con marroquíes, las llamadas "parejas mixtas". "Somos de más de 100 nacionalidades diferentes de los cinco continentes".

Los feligreses “flotantes” son los turistas -algunos permanecen meses en Marruecos- y los migrantes que cada día acuden al templo. Ante este fenómeno -que no problema, corrige a la entrevistadora-, para el arzobispo la solución no es “blindarse”, sino “cambiar el mundo”, porque “mientras las leyes económicas sigan siendo las que son, va a seguir habiendo migraciones”.

La Catedral de San Pedro de Rabat, un templo blanco de arquitectura vanguardista con líneas sencillas y cuadradas, se erige en el corazón de la ciudad, cerca de su estación central. Tiene delante una pequeña plaza, por la que pasan dos líneas del tranvía que transformó a la ciudad.

Se inauguró el 17 de noviembre 1921, durante el Protectorado francés, cuando, recuerda López Romero, se levantaron decenas de templos en Marruecos. "Entonces no era catedral porque no había obispo. Fue dos años después, cuando se creó el Vicariato Apostólico de Rabat, cuando la iglesia más grande, mejor situada, se convirtió en catedral".

“Nuestro objetivo aquí no es captar más clientes”

Vista de la catedral San Pedro de Rabat (Marruecos).
Vista de la catedral San Pedro de Rabat (Marruecos).

Hoy en día, de todas las iglesias que edificaron los franceses en Marruecos solo perviven una treintena, tres de ellas en Rabat: San Pedro, San Francisco de Asís (que oficia misas en español e inglés) y Pío X.

“Nuestra iglesia es insignificante, porque es minúscula, pequeña, diminuta, pero es significativa. Porque tenemos un mensaje que comunicar, algo que decir a este país y al mundo entero”, explica e Efe sentado en un templo vacío que celebra misa todos los días, pero solo el domingo en su altar mayor. Ese día, afirma, “se llena” con centenares de personas.

Siguen funcionando en un país cuyos habitantes, musulmanes en un 99 %, no pueden convertirse a otras religiones. “Algunos me dicen: ‘En Marruecos no se puede evangelizar’. Y yo doy un puñetazo sobre la mesa y digo: ‘¿Cómo que no? Si no se pudiese, no estaríamos aquí’”.

Su objetivo en Marruecos, reconoce el arzobispo, no es “captar más clientes”, pero sí dar ejemplo y trabajar por un mundo “de paz, de justicia, de libertad, de verdad”. “Eso es lo que queremos que crezca y eso lo hacemos no solo los cristianos, sino también los musulmanes”.

Él y el resto de sacerdotes en el país magrebí no pueden difundir de palabra el cristianismo, ni animar a leer sus escritos fuera de su comunidad: “Nosotros llevamos el evangelio, pero no debajo del brazo, sino como un testimonio de vida”.

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