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Una de las doctoras que se encuentra en el frente de batalla, es Chiara Lepora coordinadora del proyecto de Médicos Sin Fronteras en Lodi, al norte de Italia, país que es ahora mismo uno de los más golpeados por el COVID-19.
Mientras la nueva enfermedad que tiene al mundo en vilo se extendió a más de 190 países del mundo, los equipos médicos de MSF están ayudando en numerosas áreas afectadas. En Italia, la organización apoya a tres hospitales en el primer epicentro del brote en el Norte, con equipos que trabajan en el control de infecciones, atención remota de pacientes y alcance e instalaciones para ancianos en el centro de Italia.
En Lombardía, una de las zonas más asoladas por la pandemia, existe un equipo de esta ONG de alrededor de 25 personas trabajando alrededor de los hospitales en Lodi, Codogno y Sant’Angelo. Pese a que el sistema de salud en el país europeo podría considerarse muy avanzado, la triste realidad es que el virus ha superado todos los intentos de lidiar con el creciente número de casos.
Elección cruel
Con hospitales sobrepasados, los médicos de hospitales como el de Lodi, que cuenta con 80 camas, se ven en la obligación de hacer la elección más cruel de sus carreras: seleccionar quién vive y quién muere, pues la única forma de recibir a un nuevo paciente es si otro paciente se recupera, o muere.
Y a esta odisea, se suma otro factor. Los médicos y enfermeras también son de carne y hueso. Si ellos enferman, no habrá nadie para tratar a los pacientes. Por es tan importante hacer todo lo posible para evitar el contagio en el ámbito del personal médico.
Con toda la experiencia que han acumulado de epidemias anteriores, se las arreglan para crear vías y procesos dentro de los hospitales a fin de garantizar que el personal esté protegido contra las infecciones.
Aunque la batalla es difícil, tiene sus aspectos positivos, como la increíble capacidad clínica que ha adquirido el personal de blanco, lo que permite que sean una fuente de aprendizaje para otros equipos médicos del mundo.
Sumando experiencia
Tanto es el esfuerzo, que incluso se han descubierto nuevos enfoques de diagnóstico, como el uso de ultrasonido en lugar de rayos X para el examen pulmonar, que está resultando mucho más simple.
Como todos los hospitales han alcanzado su capacidad, no queda más remedio que tratar a algunos con síntomas menos graves en sus hogares. También se ha recurrido al uso de la telemedicina y televigilancia para controlar a los pacientes y su saturación de oxígeno, y así intervenir rápidamente si su situación se deteriora.
Enfrentar tanta muerte todos los días no es algo fácil, y en algún momento la sensibilidad del profesional, que también es un ser humano, hace mella en sus emociones. Así, muchos miembros del plantel sanitario han encontrado un refugio amable en la compañía de la panadera que abre su negocio desde las cinco en punto de la mañana muy cerca del hospital, para recibir al personal médico que deja su guardia nocturna con un café y un pan dulce. Detalle quizá pequeño pero muy significativo para los agotados doctores, que ven en ese desayuno un bálsamo no solo para el apetito, sino para las profundas heridas internas que quedan como secuela de todo el horror que han visto durante sus turnos.
Secar las lágrimas y seguir
No es algo extraño para la propietaria de la panadería, observar como médicos y enfermeras, luego de terminar sus cafés, se sientan en un rincón a llorar desconsoladamente, impotentes ante la incontable cantidad de enfermos que esa noche, murieron en sus manos, bajo su responsabilidad, mientras la situación se les salía de control. No es culpa de nadie, y a la vez, nadie puede soportar la culpa.
Pero hay que llorar antes de llegar a casa, porque la familia no tiene por qué enterarse de lo cuesta arriba que se está volviendo la tarea. Porque, contra todo pronóstico, lo único que queda es la esperanza.