Los licores amargos viven un renacimiento silencioso: amaros italianos, bitters artesanales, tónicos herbales y viejas recetas de botica regresan a la mesa —y a la barra— como aliados para digerir comilonas, estimular el apetito y aportar complejidad a la coctelería contemporánea.
Navidad, fin de año y otras festividades marcadas por los excesos gastronómicos son, quizá, el momento donde mejor se entiende su razón de ser: ayudar al cuerpo a procesar lo que la mesa le exige.
Qué es un licor amargo (y por qué no es solo “algo fuerte”)
En términos generales, los licores amargos —digestivos o aperitivos— son bebidas alcohólicas aromatizadas con una mezcla de botánicos (raíces, cortezas, flores, semillas, cáscaras cítricas, especias y hierbas) macerados en alcohol o destilados, endulzados en mayor o menor medida.

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Dentro de este universo caben varias categorías:
- Amaros: tradición italiana; suelen ser oscuros, de graduación media (15–40 % vol.) y con un equilibrio entre dulzor, amargor y notas herbales.
- Bitters: más concentrados, pensados como condimento líquido para cócteles; se usan en pocas gotas.
- Licores digestivos herbales: extendidos por Europa (alemán, suizo, francés, español), con matices regionales pero el mismo propósito: ayudar a la digestión.
Lo que los une no es solo el sabor, sino la intención: su base cultural está en la farmacopea tradicional. Antes de ser un capricho de bartender, fueron remedios de botica.
De remedio de botica a ícono de barra: apuntes culturales
El origen de los licores amargos está ligado a monjes, boticarios y médicos de siglos pasados que buscaban formas de administrar preparados herbales de manera más estable y duradera.

El alcohol era el vehículo ideal para extraer y conservar principios activos de plantas consideradas “medicinales”.
En Italia, esta herencia derivó en los amaros, cada uno con una receta celosamente guardada y una fuerte identidad regional:
- En el norte, amaros más secos y balsámicos, con presencia de raíces alpinas.
- En el sur, perfiles más cítricos, cálidos y especiados, ligados a cítricos y hierbas mediterráneas.
Con el tiempo, lo medicinal dio paso a lo social: esos preparados dejaron de tomarse solo por necesidad y se convirtieron en hábito cultural tras la comida, primero en casa, luego en cafés y bares.
Hoy, marcas centenarias conviven con productores artesanales y reinterpretaciones modernas en la coctelería.
Anatomía de un amaro: los botánicos que dan vida al amargor
Aunque cada productor protege su fórmula, la mayoría de amaros y bitters comparten familias de ingredientes botánicos. No todos aportan amargor directo: muchos brindan aroma, estructura y capas de sabor.

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Entre los más habituales:
- Agentes amargos: genciana, quinina (corteza de quino), ruibarbo, angélica, alcachofa, raíz de diente de león. Estas plantas son las responsables del carácter seco y de la sensación tónica.
- Notas aromáticas y especiadas: cardamomo, clavo, canela, anís estrellado, hinojo, coriandro, pimienta, nuez moscada. Añaden calidez y complejidad, suavizando el impacto del amargor.
- Componentes cítricos: cáscaras de naranja dulce y amarga, limón, bergamota, pomelo. Aportan frescor y una acidez aromática que ilumina el conjunto.
- Herbales y balsámicos: salvia, romero, tomillo, menta, melisa, manzanilla, lavanda, eucalipto. Redondean el perfil y añaden sensación de frescor o ligereza.
- Base alcohólica y dulzor: se utiliza generalmente alcohol neutro o destilados de vino o cereales. El azúcar, la miel o el caramelo no solo endulzan: también equilibran el amargor y aportan textura.
El arte del amaro —y del bitter— está menos en la lista de ingredientes que en el balance: cuánto tiempo se maceran las raíces más potentes, cuánta corteza amarga se suma a las notas cítricas, cuánta dulzura será suficiente para que el trago resulte complejo, pero bebible.
Bitters caseros: laboratorio de cocina para curiosos
El auge de la coctelería ha llevado los bitters de la barra a la cocina doméstica. Elaborarlos en casa no es una tarea inmediata —las maceraciones pueden llevar semanas—, pero sí accesible para quien tenga paciencia y curiosidad.
El proceso base suele seguir estos pasos:
- Elegir la base alcohólica. Alcohol neutro de alta graduación (como vodka o aguardiente) permite extraer aromas y sabores con precisión. Algunos aficionados experimentan con ron blanco o destilados de grano.
- Seleccionar la mezcla botánica. Se parte de un agente amargo (genciana suele ser la más común) y se complementa con especias, cáscaras cítricas y hierbas. Es fundamental pesar y registrar cantidades para poder replicar —o corregir— resultados.
- Maceración controlada. Los ingredientes se dejan reposar en frascos herméticos, a temperatura ambiente, durante días o semanas. Se prueban periódicamente hasta alcanzar el punto de sabor deseado.
- Filtrado y ajuste. Tras el filtrado, puede añadirse una pequeña cantidad de azúcar o sirope para redondear el paladar, o incluso combinar diferentes maceraciones para construir un perfil más complejo.
Más que una forma de ahorrar, el bitter casero se ha convertido en un territorio de experimentación: se exploran ingredientes locales, se reinterpretan recetas clásicas y se buscan maridajes específicos (por ejemplo, bitters pensados para cócteles navideños, con piel de naranja, canela, clavo y anís).
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Cuándo tomar licores amargos: aperitivo, digestivo y ritual
La función de estos licores se organiza en torno a tres momentos clave:
1. Antes de comer: abrir el apetito. Los aperitivos amargos de baja graduación, a menudo combinados con soda o vino espumoso, se utilizan para “preparar” el estómago y despertar las papilas.
No es casual que, en el norte de Italia, el ritual del aperitivo incluya vermut, spritz y amaros ligeros, acompañados de pequeños bocados salados.
El amargor ligero estimula la salivación y puede favorecer la secreción de jugos gástricos, lo que —al menos desde la tradición— ayuda al organismo a prepararse para la comida.
2. Después de comer: ayudar a la digestión. Es el terreno clásico de los amaros y digestivos herbales. Tras una comida copiosa, un trago pequeño, servido solo, con hielo o ligeramente rebajado con agua, se percibe como un “final de capítulo” gastronómico.
Aunque la evidencia científica sobre sus efectos digestivos es limitada y variable según la fórmula, la combinación de graduación alcohólica moderada, hierbas amargas y el propio ritual de beber despacio favorece una sensación subjetiva de alivio tras el exceso.
3. Entre copas: herramienta de equilibrio. En coctelería, unas pocas gotas de bitter pueden transformar un trago demasiado dulce o plano. El amargor actúa como contrapeso y añade capas aromáticas, lo que permite consumir bebidas más estructuradas sin aumentar el volumen de alcohol.
Amargos en tiempos de comilonas: Navidad y fin de año
Durante las festividades de diciembre, cuando se encadenan cenas familiares, celebraciones de empresa y brindis sin tregua, los licores amargos ganan protagonismo, tanto por cultura como por funcionalidad.
Como aperitivo festivo: Spritz con amaro, vermut con bitter herbales o simples combinados de amaro con soda y rodaja de naranja se han convertido en alternativas menos empalagosas a los clásicos cócteles dulces. Aportan:
- Menos sensación de pesadez antes de sentarse a la mesa.
- Un perfil aromático que anticipa sabores especiados y cítricos típicos de la cocina navideña.
- La posibilidad de ajustar la fuerza del trago jugando con la proporción de soda o hielo.
Como cierre después del banquete: tras un menú cargado de grasas, azúcares y carbohidratos, un digestivo amargo suele entrar en escena junto al café o incluso en lugar del postre. Tomarlo:
- Solo, en vaso pequeño, permite apreciar la complejidad de la receta.
- Con hielo suaviza el impacto del alcohol y abre los aromas.
- Con un chorrito de agua con gas puede aligerar la sensación alcohólica y acentuar las notas herbales.
En países con fuerte tradición de licores digestivos, este último trago se convierte casi en una ceremonia de cierre: señala el final de la comida y el comienzo de la sobremesa larga.
En coctelería navideña: en bares y casas, los bitters se usan para dar un tono más adulto a tragos tradicionalmente dulces: ponches, cócteles de cava, mezclas con zumos o licores de crema.
Unas gotas de amargo aportan equilibrio a combinaciones con chocolate, frutos secos, canela o vainilla, evitando que resulten empalagosas.
¿De verdad ayudan a la digestión?
La tradición atribuye a los licores amargos efectos digestivos, carminativos (contra gases) y tónicos. La realidad es más matizada:
- Algunas plantas amargas sí han mostrado capacidad para estimular la secreción de jugos digestivos en estudios farmacológicos, aunque no siempre en las dosis presentes en licores comerciales.
- El alcohol en sí puede ralentizar la digestión en grandes cantidades, por lo que la moderación es clave.
- Parte del “efecto digestivo” es también cultural y sensorial: beber despacio, en un contexto relajado, tras la comida, favorece la sensación de bienestar.
En otras palabras: pueden ayudar a sentirse mejor después de una comilona, pero no son un antídoto contra los excesos. Funcionan mejor como acompañantes conscientes que como excusa para seguir comiendo o bebiendo sin medida.
