El jopara se cocina en abundancia, se comparte con vecinos y se sirve temprano, incluso desde el desayuno. No es casualidad: según la tradición guaraní, ese día Karai Octubre, el espíritu de la escasez, recorre los hogares para “auditar” las ollas.
Si las encuentra vacías o pobres, deja hambre para todo el mes. El jopara, hondo y generoso, es la respuesta colectiva.
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¿Por qué se come el 1 de octubre?
La fecha marca el inicio de un mes históricamente flaco en el calendario agrícola. Octubre cae entre cosechas: se acabaron los resabios del invierno y aún no llegan los frutos del verano.

De esa transición nació el personaje de Karai Octubre, una figura que simboliza el temor a la carestía y, a la vez, la obligación comunitaria de compartir.
Se cocina el día antes —el 30 de septiembre—, y esto tiene dos razones prácticas y simbólicas. Por un lado, el caldo requiere largas horas de cocción para que el maíz y el poroto rompan su dureza; en reposo toda la noche, espesa y se vuelve más sabroso.
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Por otro, la tradición dice que Karai Octubre llega al amanecer del 1: la olla debe estar lista desde temprano, y muchas familias dejan un plato en la puerta, “para el visitante”, como gesto de abundancia y hospitalidad.
Una historia de mestizaje que está en el nombre
Jopara, en guaraní, significa mezcla. Y el plato condensa esa palabra: combina pilares guaraníes —maíz (avati), poroto (kumanda), zapallo, mandioca— con aportes hispanocriollos como el cerdo, la carne vacuna y las especias del fogón español.
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Los imprescindibles del <i>jopara</i>
Aunque cada casa defiende su versión, la base que “no puede faltar” —coinciden cocineras tradicionales y recetarios populares— es esta: maíz y poroto, el corazón del plato, y se usa maíz blanco partido o avati ku’i (maíz molido grueso) y poroto colorado o negro, remojados y cocidos hasta que se funden en el caldo; zapallo (andai), que aporta dulzor, color y cremosidad natural al deshacerse en la cocción; un fondo sabroso de huesos con carne, panceta o chicharrón (chicharõ) dan cuerpo al caldo (en versiones más livianas se recurre a caldo de verduras bien trabajado; sofrito y especias como cebolla, ajo, laurel, comino, orégano y pimentón, con locote (ají) y cebolleta fresca que se suman al final, a gusto, y, por último, sal y tiempo, ya que el jopara no se apura; se construye a fuego bajo y con paciencia.
Con esa estructura, el caldo se vuelve casi infalible: el maíz libera almidones, el poroto aporta cuerpo, el zapallo redondea y el fondo une.
Cómo se prepara, a grandes rasgos
Tras remojar porotos (8 a 12 horas) y, si se usa, maíz partido, se arranca con un sofrito generoso. Se incorporan carnes —costilla, falda, panceta o chorizo criollo— y se sellan. Van luego porotos, maíz y cubos de zapallo, cubiertos con caldo caliente.

La cocción, lenta y vigilada, dura entre 90 minutos y dos horas, con reposo ideal de una noche. Al recalentar, el guiso toma su textura clásica: denso, pero untuoso. Se rectifica sal, especias y, si la mesa lo pide, se perfuma con cebolleta y un toque de ají.
Variantes
Campesino y contundente: con chicharõ y huesos ahumados; a veces se suma mandioca en trozos.
Urbano y “de olla rápida”: con avati ku’i (se cocina más veloz), poroto ya cocido y cortes magros.
Vegetariano: suprime carnes y refuerza caldo de verduras, zapallo y hierbas; algunas versiones añaden maní molido para profundidad.
Cremoso moderno: se enriquece con un chorrito de leche y dados de queso Paraguay al final, que funden y aportan suavidad.
Regionales: hay casas que agregan arroz en pequeña proporción.
Un rito de mesa abierta
El jopara de octubre no es solo cocina: es un pacto social. Prepararlo el día previo garantiza la abundancia simbólica desde el primer sol, pero también asegura que nadie se quede sin un plato caliente al visitar.
En tiempos de precios volátiles y heladeras delgadas, la tradición vuelve a decir lo que ya sabían los antiguos: frente a la escasez, la comunidad se cocina unida. Y en Paraguay, cada 1 de octubre, lo hace en una olla de jopara.