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Lo que a muchos les genera alegría, produce lo contrario en otros: hastío por todo el comercio, las festividades familiares programadas y el estrés asociado a fines de año. Entonces, ¿cuál es la fórmula para sobrevivir al mal humor prenavideño?
En primer lugar, afirman los especialistas, depende de uno cuánto se dejará afectar por el tema de las Navidades. Cada uno puedo decidir cuánto se dejará influir por esto e idear un plan para contrarrestar el efecto.
Para esto es necesario determinar primero qué importancia tiene Navidad para cada uno. Es decir, "¿A qué asocio la Navidad? ¿Qué me gusta de ella y qué me estresa?". Es bueno hacerse este tipo de preguntas.
Es importante detectar qué cosas lo ponen nervioso a uno en vez de hacerse mala sangre sin sentido. Por ejemplo: está claro que la Navidad está asociada al consumo. ¿Por qué hacerse mala sangre por eso? Si se tienen ganas de armar el arbolito, puede hacerlo. Si no se tienen ganas, no hay por qué obligarse a seguir la tradición. Tan simple como eso.
Por otro lado, se puede hacer el ejercicio de determinar qué le gusta a uno de la Navidad. Quizá no son las canciones navideñas, los mercados o los pan dulces, pero quizá sí son los días libres a fin de año.
Por otro lado, el malhumor navideño suele surgir del ideal de querer celebrar la fiesta armónicamente en familia. Y en estos casos se suele perder de vista rápidamente lo que a uno le haría bien. Para eso es importante no atenerse a rajatabla a obligaciones y convenciones.
El miedo a desilusionar a otros y los propios miedos se pueden manejar sometiéndolos a un análisis real: ¿Realmente se quedará uno sin herencia si no va a la cena de Navidad? ¿Puede ser acaso que los padres prefieran que uno no vaya y les ahorre la mala cara en la cena?
Quien llegue a la conclusión de que preferiría pasar la Navidad solo o con amigos debería hablarlo abiertamente con su familia. Lo ideal es que en el círculo familiar cada uno pueda decir lo que desea, lo que le es importante y lo que no está dispuesto a tolerar.
Una solución posible es pasar la Navidad con la familia más íntima y no con la ampliada. O con amigos. Si se sabe a ciencia cierta que la noche familiar probablemente terminará en conflicto, hay que pensar un plan B como para poder irse a tiempo sin armar mucha alharaca.
Una forma de asegurarse una noche más o menos pacífica puede ser tener en claro de dónde sale la idea de festejar Navidad con la familia. Si se lo toma como uno de los pocos momentos en que se logran reunir todos alrededor de una mesa, quizá se la vea con mejores ojos. Además, la Navidad brinda la oportunidad de mostrar gratitud.