En quechua, Pachamama significa “madre del espacio-tiempo” (pacha = universo, tiempo; mama = madre). No es simplemente la tierra en sentido físico, sino una deidad que integra la naturaleza, el tiempo cíclico, el territorio y la vida misma. Es a ella a quien se le agradece por los alimentos, el agua, la salud, la fertilidad y el equilibrio con el entorno.
Los rituales dedicados a la Pachamama son herencia viva de culturas prehispánicas como la incaica, la aymara, la quechua y la guaraní. Según la antropóloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, “la relación con la Pachamama no es devocional, sino comunitaria y recíproca. No se le ora: se le da y se le agradece”. Por eso, el acto central de estos rituales es la ofrenda o pago.
En comunidades andinas de Bolivia, Perú, Argentina y el norte de Chile, el 1 de agosto se “abre la tierra” para alimentarla con hojas de coca, chicha, maíz tostado, vino, tabaco, dulces o grasa de llama. La ceremonia suele ir acompañada de música, rezos colectivos y sahumerios. En muchos casos, se escoge un lugar considerado sagrado —una apacheta, una cueva, una loma— para realizarla.
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En Paraguay, si bien el término Pachamama no es parte del guaraní, la lógica del vínculo con la tierra está presente en prácticas tradicionales como el uso del poha ñana (hierbas medicinales), la recolección con luna llena y la costumbre de “pedir permiso” a la naturaleza antes de intervenirla. En el Chaco paraguayo, pueblos como los Nivaclé o los Ayoreo conservan narrativas donde la tierra es un ser vivo que se relaciona con los humanos a través de los sueños o las visiones.
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La fecha del 1 de agosto no es casual: coincide con el inicio del nuevo ciclo agrícola andino, el momento en que la tierra “despierta” después del invierno. En palabras del historiador argentino Florencio Ruck, “es un tiempo de vulnerabilidad y renovación, y por eso se le pide permiso a la Pachamama para volver a sembrar. El ritual es también una estrategia de sobrevivencia y respeto”.
En los últimos años, la tradición ha traspasado las fronteras indígenas y rurales. En ciudades como La Paz, Cusco, Salta, Asunción o Buenos Aires, se realizan ceremonias colectivas donde participan desde turistas hasta movimientos ambientalistas. Esta expansión, sin embargo, ha sido cuestionada por líderes indígenas, que alertan sobre la banalización del ritual y el uso comercial de su espiritualidad.
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“Honrar a la Pachamama no es sacar una selfie con incienso. Es asumir una ética de cuidado y reciprocidad con la vida”, señala el activista ecuatoriano Carlos Mamani, integrante del Consejo Continental de la Nación Qhapaq. Para él, revivir los rituales sin adoptar el sentido comunitario es vaciar la práctica de su contenido original.
En tiempos de crisis climática, el mensaje de la Pachamama cobra fuerza. No se trata solo de una tradición milenaria, sino de una forma alternativa de entender la relación entre los humanos y el planeta. Honrarla implica devolver, agradecer y actuar en consecuencia, no solo un día, sino todo el año.