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El consenso al respecto entre la comunidad médica es total. Al igual que también hay acuerdo en que los hábitos poco saludables elevan el riesgo, por ejemplo, de sufrir hipertensión, artrosis, cáncer de pulmón, diabetes y muchas otras enfermedades.
Pero, la pregunta es, ¿vale todavía la pena con 60, 70 u 80 adoptar estas nuevas costumbres?
Cuando los diagnósticos ya están firmes y los hábitos perniciosos están estrechamente ligados a la vida cotidiana, el primer impulso puede ser pensar que “ya no tiene sentido cambiar ahora”.
Sin embargo, esto es un error, opina la gerontóloga Brigitte Buchwald-Lancaster. “A toda edad es un valor añadido hacer algo por uno mismo”, sostiene esta profesional, médica jefe del Centro para Geriatría Aguda y Rehabilitación Temprana en la Clínica Neuperlach de Múnich.
Esta especialista considera que, lógicamente, es muy difícil revertir por completo las enfermedades que se presentan en la vejez. “Pero tampoco se trata de lograr de esta forma un estado de salud plena”, asevera.
Ganar tiempo de vida, no importa a qué edad
Quien reorganice sus costumbres con edad avanzada puede ganar mayor tiempo de vida. Por ejemplo, a través de un cambio en la alimentación es factible lograr un efecto positivo sobre la expectativa de vida.
Según señala el presidente de la Sociedad Alemana de Geriatría, profesor Rainer Wirth, esto está investigado en profundidad con la dieta mediterránea, que se basa en el consumo de abundante verdura y fruta frescas, poca carne, mucho pescado y aceites de alta calidad.
“Si un joven de 20 años modifica sus hábitos y adopta esta dieta, entonces gana aproximadamente diez años de vida. Si la modificación es emprendida por una persona de 60, seguirá ganando alrededor de ocho años más de vida”, afirma Wirth.
E incluso cuando la persona tenga 80 años, a partir de un cambio de hábitos pueden lograrse tres años adicionales de vida, añade. Al menos en el promedio calculado estadísticamente, lo que lógicamente implica que para uno puede ser más y para otro, menos.
Los beneficios de dejar de fumar, a cualquier edad
También puede ganarse mayor tiempo de vida dejando de fumar. Buchwald-Lancaster apunta en este sentido a investigaciones procedentes de Estados Unidos: cuando personas que durante toda su vida fueron fumadoras empedernidas abandonan el hábito entre los 55 y 64 años de edad, pueden ganar en promedio cuatro años de vida.
Pero, mediante la adopción de costumbres saludables, no solamente puede lograrse más tiempo, sino también una mayor calidad de vida.
“Luego de dejar de fumar, por ejemplo, uno se siente mejor, se saborea mejor la comida. La tendencia a las bronquitis crónicas mejora ya tras unos meses”, comenta Wirth. Se refuerza la función pulmonar y se reduce el riesgo de enfermedades vasculares, incluso en la vejez.
Y quien emprenda la lucha contra el sobrepeso probablemente sea compensado con menos dolores. Porque, si la “mochila” del sobrepeso que se lleva a diario se reduce, las articulaciones -como las rodillas- dolerán menos.
Asimismo, un estilo de vida saludable permite mantener durante más tiempo la autonomía en la vejez. Brigitte Buchwald-Lancaster lo explica con el ejemplo del ejercicio físico regular.
“No hay que ser un superdeportista, puede alcanzar con salir a pasear media hora al día. Pero, cuando no se hace absolutamente nada, entonces la musculatura se atrofia”, indica la profesional.
La independencia, el mayor anhelo
En esos casos, los pasos se vuelven inseguros y se incrementa el riesgo de caídas. “Y, frecuentemente, una caída pone en marcha una espiral descendente. Entonces la persona mayor ya no puede vivir de forma independiente en su casa”, advierte.
Resulta importante que las expectativas sean realistas. “Cuando se tienen enfermedades crónicas graves, entonces naturalmente puede ser difícil percibir la importancia de un cambio, en el sentido de una calidad de vida mejorada”, apunta Wirth.
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Y agrega: “Básicamente, creo que en cualquier situación en la que alguien sigue viviendo de forma semiindependiente en casa, un cambio de estilo de vida también supone una mejora de la calidad de vida”.
Pero cambiar las costumbres es algo difícil. Dejar de fumar, modificar la dieta, salir una hora al día... “No se puede trabajar en tres o cuatro cuestiones al mismo tiempo”, observa Wirth.
Porque entonces se vuelve demasiado grande el riesgo de que al final el cambio de hábitos no se concrete, y en plena frustración se regrese al modelo anterior.
Por ello, tiene más sentido concentrarse inicialmente en una sola área. “Ya solamente cada uno de estos componentes resulta de alta efectividad”, apunta. Y recomienda fijarse objetivos pequeños y medibles.
Quien quiera moverse más, puede recurrir a la ayuda del contador de pasos de su teléfono inteligente, y aspirar, por ejemplo, a pasar de 2.000 a 5.000 pasos diarios.
Según Buchwald-Lancaster, es más fácil mantener la resolución de “moverse más” si se tiene un grupo con el cual compartir la actividad. Es posible apuntarse a un grupo de gimnasia, de deportes cardíacos o bien a un programa de ejercicios para la prevención de caídas.
Las metas que se ponga cada individuo dependerán de su situación personal de salud. Y también resulta razonable hablar con el médico o médica sobre cualquier cambio drástico a implementar en el estilo de vida.
Porque, “por ejemplo, las dietas demasiado intensas ya no se recomiendan en la vejez, ya que existe el riesgo de desnutrición”, explica Buchwald-Lancaster. Además, junto con los kilos, se pierde masa muscular.
Un mejor enfoque puede ser entonces consumir más proteínas, que desempeñan un papel fundamental en el mantenimiento de los músculos y, por tanto, de la movilidad en la vejez.
Cuidar el bienestar mental y tener una mascota
Por cierto: según Buchwald-Lancaster, un estilo de vida sano también incluye ocuparse del bienestar mental. “La actividad y la participación social son importantes para la salud mental”, puntualiza.
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Quizás puede ser un buen momento para animarse a tener una mascota en casa. Las personas pueden beneficiarse de ello en términos de salud, como demuestran varios estudios.
“Las personas que se ocupan de una mascota gozan de una mejor función cognitiva, tienen más movilidad, padecen menos enfermedades cardiovasculares”, precisa Buchwald-Lancaster. Para algunos, de hecho, el perro resulta la mejor motivación para salir a pasear cada día.