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Darren Aronofsky no es conocido por ser un director de películas que se amolden a la sensibilidad de lo que se denomina el “gran público”. Desde su debut Pi hasta sus celebradas Réquiem por un Sueño, El Luchador y Cisne Negro, sus filmes han sido principalmente oscuras exploraciones de la condición humana con cierto grado de surrealismo.
Incluso su filme de ciencia ficción de 2006 La Fuente de la Vida, con sus impresionantes efectos especiales y suntuosos vestuarios, es un metafísico y alucinógeno viaje por tres períodos de tiempo. Sus filmes no son insondables -de hecho, El Luchador y Cisne Negro son perfectamente accesibles- pero mi punto es que Aronofsky no es el tipo de cineasta al que un estudio hollywoodense acostumbra a dar 160 millones de dólares en presupuesto de rodaje y apoyo de márketing acorde a una supeproducción de verano.
Y sin embargo ese es exactamente el caso de Noé, en el que el director, apoyado por los millones de Paramount Pictures, efectos especiales de punta y un elenco de figuras de gran relevancia presenta un gran filme épico que cubre una de las historias más icónicas de la Biblia con un manto de fantasía y mitología.
A mi parecer se trata de una de esas películas que tienen un mayor impacto si uno va sabiendo lo más poco posible, así que es mi recomendación que cierre esta reseña, vaya a verla -con la mente bien abierta- y luego regrese.
Tras una introducción en la que comienza a hacerse evidente que el filme será un goce visual, nos vemos transportados a un mundo que a la vez es reconocible como la Tierra y tiene ciertas cualidades casi alienígenas, en un sentido muy sutil. Un mundo habitado por animales similares pero no del todo iguales a los de nuestra realidad, en el que ángeles caídos rondan la Tierra en la forma de imponentes monstruosidades de piedra tras haber ayudado y sido traicionados por los descendientes de Caín, una civilización industrial que está consumiendo el joven mundo.
El estilo visual de la película es único, pero Aronofsky tiene el sentido común de no dejarse llevar, manteniendo todo relativamente sencillo. Mientras es fácil imaginar una historia como esta saliéndose de control en las manos de cineastas más centrados en imágenes como Tarsem Singh (Inmortales), Aronofsky siempre fue un director de historias sobre personajes antes que nada, y se asegura de no avasallar visualmente al espectador.
Más allá de algunas secuencias surrealistas como los sueños que sirven de advertencia a Noé (Russell Crowe) sobre el diluvio, o la inolvidable secuencia de la creación del universo -fácilmente el momento más impresionante del filme y una de las secuencias más bellas de los últimos años-, Aronofsky mantiene las cosas relativamente simples. Una batalla entre los ángeles de piedra y la horda del caudillo Tubal-Caín (Ray Winstone) al pie del arca tiene poco que envidiar a la saga El Señor de los Anillos, mientras que el momento en que la inundación golpea el arca es espectacular sin ser muy distinto a muchas películas de desastres marítimos que vinieron antes.
Las cosas, sin embargo, se ponen de verdad interesantes cuando Noé y su familia se ven confinados al arca, ya que es cuando se concentra en los personajes que Aronofsky deja ver su mano.
La película, antes y después del diluvio, dedica una buena parte de su tiempo a la familia de Noé, con énfasis en la relación entre su hijo primogénito Sem (Douglas Booth) y la joven Ila (Emma Watson), cuya infertilidad entra a formar parte vital del argumento en sus segunda mitad; y el resentimiento que comienza a formarse en Cam (Logan Lerman), segundo hijo de Noé, con la esposa del personaje titular (Jennifer Connelly) también jugando un papel de gran importancia hacia el final.
Pero lógicamente lo más fascinante es lo que se refiere al propio Noé, interpretado de forma sólida por Crowe, quien se encuentra con un personaje sorprendentemente variado; comienza interpretando al personaje como un proto-ecologista determinado pero de carácter apacible, que se va endureciendo a medida que la labor impuesta a él de salvar a los inocentes del mundo comienza a volverse mucho más complicada, y su apreciación de la misma mucho más ambigua.
El personaje y la dirección en que Aronofsky lo lleva son cosas fascinantes que me niego a revelar por completo en caso de que haya alguien que no haya seguido mi recomendación de hace unos párrafos, pero me limitaré a que da mucho en qué pensar sobre cuestiones como el fanatismo religioso. Todo esto es reforzado por una acertada decisión creativa de dejar a la figura de Dios -al que los personajes se refieren solo como “el Creador”- como un concepto abstracto en vez de ponerlo como un factor activo.
El hecho de que no hay una voz celestial dando instrucciones, o actos milagrosos que salven a los personajes cuando están en peligro, o respuestas claras de origen divino a los dilemas morales de Noé y los suyos, no solo sirve para dar una mayor dosis de suspenso al desarrollo del filme, sino que acaba dando validez al mensaje final de la película, que tampoco voy a revelar. Todo lo que Noé tiene como mensaje son extraños sueños y la tarea de descifrarlos, y eso lleva al personaje a lugares inesperados y oscuros. El desenlace se siente meritorio.
Noé no es una obra maestra, ni lo mejor de la filmografía de Aronofsky, pero es un más que honroso regreso del género épico bíblico al cine, visualmente impresionante, dotado de buenos actores y con un guión que sorprende y hace preguntas difíciles, sin tener la arrogancia de pretender dar una respuesta absoluta. Indudablemente recomendada.
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NOÉ (Noah)
Dirigida por Darren Aronofsky
Escrita por Darren Aronofsky y Ari Handel
Producida por Darren Aronofsky, Scott Franklin, Arnon Milchan y Mary Parent
Edición por Adrew Weisblum
Dirección de fotografía por Matthew Libatique
Banda sonora compuesta por Clint Mansell
Elenco: Russell Crowe, Jennifer Connelly, Douglas Booth, Emma Watson, Logan Lerman, Ray Winstone, Nick Nolte y Anthony Hopkins