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Finch es ese tipo particular de película que no aporta absolutamente nada nuevo, pero se beneficia de tener al frente a un actor de primera y un director experimentado que unen sus poderes para presentar algo disfrutable dentro de su familiaridad.
La película trascurre años después de una catástrofe causada por llamaradas solares que dejó a gran parte de la Tierra convertida en un páramo inhabitable, anulando la protección contra la radiación del sol que daba la capa de ozono.
Uno de los pocos sobrevivientes es Finch Weinberg (Tom Hanks), un ingeniero de robótica que vive con su perro Goodyear. Finch está enfermo y sabe que probablemente no le quede mucho tiempo de vida, así que construye un robot con inteligencia artificial para que cuide a Goodyear cuando él ya no esté. Sin embargo, una supertormenta obliga a Finch, Goodyear y al robot recién “nacido” a abandonar su refugio y emprender un peligroso viaje.
Canalizando un poco de la energía salvaje que tenía en Náufrago o el segmento más futurista de Cloud Atlas, pero con la calidez y afabilidad que se han convertido en su marca registrada a medida que vino envejeciendo, Hanks sigue sin tener problemas recordándonos por qué esos dos premios Óscar en su vitrina son perfectamente justificados (y, honestamente, insuficientes).
Finch creó al robot – que eventualmente se auto-bautiza como “Jeff” - para cuidar a Goodyear, que para él es no solo un querido compañero canino sino claramente una especie de avatar de la inocencia perdida en el mundo que quedó después del “fin del mundo”, y una oportunidad de redención para lo que él considera la cobardía de cierta acción suya del pasado.
Esa mezcla de ternura con dolor interno que forman el núcleo de Finch son algo que Hanks logra comunicar de forma tan efectiva que resulta difícil no perderse en la emoción del momento aunque uno sepa adivinar la trayectoria que va a seguir la historia, que es fosforescentemente clara.
En ese sentido, su relación con Jeff va evolucionando de forma creíble y entrañable, resaltando la calidad de un guion que no es muy original pero sí es inteligente, y que está dirigido con destreza por Miguel Sapochnik (un veterano de la TV con múltiples episodios de series como House o Game of Thrones en su historial), que sabe balancear muy bien los momentos de ligereza y calidez humana con los momentos de angustia y un par de sequencias de alta tensión y peligro.
Eso sí, la película se siente algo apresurada por momentos; Finch es una de esas películas poco comunes que se hubieran beneficiado con un poco más de tiempo de duración, lo normal suele ser lo contrario.
Y el propio Jeff es una creación bastante impresionante de efectos especiales digitales que en ningún momento se siente como solo una presencia computarizada insertada en la película sino que siempre da la ilusión perfecta de realmente estar ahí con Tom Hanks y el perro.
Jeff tiene una presencia física tangible, un peso realista en su movimiento y una gran expresividad - cortesía de Caleb Landry Jones, que puso voz y movimiento al personaje – que tienen muchísima expresividad a pesar de sus manerismos robóticos.
Jeff pertenece a la mejor categoría de efecto especial: los que no se sienten como efectos especiales.
Si uno no espera que Finch lo sorprenda – porque no lo hará -, encontrará que hay mucho qué apreciar en su conmovedora historia, sus personajes fáciles de querer y los impresionantes paisajes de desolación con un toque de esperanza que la cámara de Sapochnik captura.
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FINCH
Dirigida por Miguel Sapochnik
Escrita por Craig Buck e Ivor Powell
Producida por Jacqueline Levine, Kevin Misher, Ivor Powell y Jack Rapke
Edición por Tim Porter
Dirección de fotografía por Jo Willems
Banda sonora compuesta por Gustavo Santaolalla
Elenco: Tom Hanks, Caleb Landry Jones