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Michael Goi, un veterano director de fotografía cuya experiencia directorial se limita principalmente a la televisión, presenta una película de terror que desperdicia por completo una premisa potencialmente interesante, la de una familia lidiando con fenómenos sobrenaturales en el medio del mar, al desplegar una total falta de ambición, creatividad y efectividad a la hora de crear sus momentos de terror.
La historia de la película se enmarca en un interrogatorio policial a Sarah (Emily Mortimer), que fue hallada con sus dos hijas Lindsey (Stefanie Scott) y Mary (Chloe Perrin) a la deriva en el mar, en lo que fue el catastrófico viaje inaugural de un velero que su esposo David (Gary Oldman) compró en una subasta con la intención de iniciar un negocio de viajes turísticos marinos.
Sin embargo, el barco resulta albergar una influencia siniestra que gradualmente va atormentando hasta la locura a sus ocupantes.
El mar como escenario de historias de terror es algo que no ha sido aprovechado lo suficiente en el cine hollywoodense.
Hay bastantes películas sobre supervivencia contra la naturaleza –como la excelente Miedo profundo (2016), que fue escrita por el mismo guionista que Mary, Anthony Jaswinski– que podrían ser consideradas películas de terror, pero en lo que se refiere a terror sobrenatural, el único ejemplo más o menos reciente que me viene a la cabeza es la terrible Barco fantasma de 2002, una película en la que probablemente nadie ha pensado desde ese mismo año.
El mar es un ambiente con un historial kilométrico de misterios sin resolver, con siglos de reportes de barcos hallados a la deriva sin tripulación e incidentes similares que hacen al océano un entorno tan fértil para historias de terror como las nieves perpetuas de la Antártida o los confines oscuros del espacio, y ciertamente la premisa de Mary sería mucho menos interesante si la familia protagonista fuera a alguna casa de campo en algún bosque remoto como en literalmente miles de otras propuestas de terror.
Pero lastimosamente allí es donde el adjetivo “interesante” deja de ser aplicable a esta película, porque aunque Goi es capaz de retratar imágenes ocasionalmente imponentes, su capacidad para generar tensión y terror, al menos en esta película, es completamente nula, echando mano de todos los trucos más gastados del género sin traer nada a la mesa que les de algo de frescura.
Ruidos fuertes luego de un silencio prolongado, una niña pequeña actuando de forma siniestra y dejando dibujos perturbadores... Nada nuevo bajo el sol de ultramar.
Y más allá de proveer una excusa para el aislamiento de Sarah y su familia, el entorno marino no es aprovechado para nada. Realmente la historia podría estar ambientada en alguna casa abandonada en el medio de la nada y la película sería prácticamente la misma, y el hecho de que la película está contada como “flashbacks” de Sarah solo logra conseguir robar a la historia de la tensión de la incertidumbre de saber quién vive y quién muere durante la película.
Del elenco de actores la única que se salva es Emily Mortimer, que transmite muy bien la incertidumbre y desesperación de su personaje, mientras Gary Oldman está en piloto automático y el resto de los papeles son demasiado poco complejos para permitir a sus respectivos actores hacer nada demasiado destacable.
A pesar de una ambientación que podría permitir cosas muy interesantes, La posesión de Mary acaba siendo una pérdida de tiempo.
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LA POSESIÓN DE MARY (Mary)
Dirigida por Michael Goi
Escrita por Anthony Jaswinski
Producida por Scott Lambert, D. Scott Lumpkin, Mason McGowin, Alexandra Milchan y Tucker Tooley
Edición por Jeff Betancourt
Dirección de fotografía por Michael Goi
Banda sonora compuesta por The Newton Brothers
Elenco: Gary Oldman, Emily Mortimer, Manuel García-Rulfo, Stefanie Scott, Chloe Perrin, Owen Teague, Jennifer Esposito, Douglas Urbanski, Claire Byrne