MONTREUX, Suiza. Con una soltura sorprendente para su edad e interpretando un repertorio que combinó perfectamente el intimismo, la delicadeza, la técnica y el virtuosismo, el teclista conquistó al público melómano del Montreux Jazz Club, el pequeño auditorio (300 plazas) reservado al jazz más puro.
El Club es la sala que mejor conserva la esencia de las primeras décadas del festival -celebrado desde 1967-, cuando en tan solo tres días congregaba en la ciudad balneario a leyendas del jazz como Miles Davis, Ella Fitzgerald o Keith Jarret.
De padre cubano, madre británica y residente en Nueva York, Castro se convirtió el año pasado en uno de los músicos más jóvenes en pisar este escenario mítico, un honor que mereció tras ganar la pasada edición del concurso de nuevos talentos del Festival de Jazz, un hecho que aún recuerda como “surrealista” dado que era el primer menor en participar en la competición.
El sábado repitió experiencia, y le supuso “un completo honor tocar como solista en el mismo escenario por el que han pasado los grandes como Miles Davis, Bill Evans o Herbie Hancock”. “Nunca me imaginaba que podría hacer algo así con 14 años. Espero que esta actuación sea un antes y un después en mi carrera”, explicó con emoción el joven jazzista.
Castro aprendió a tocar el piano con cuatro años y desde entonces demostró una gran capacidad de improvisación y dotes como compositor, que le valieron a sus profesores y a su padre, que también es músico, para incitarle a probar el jazz.
Al principio, el pequeño no entendía el lenguaje del jazz, en general complejo para todos los músicos y más todavía para un niño. “Mi padre me propuso interpretar al pianista y compositor Thelonious Monk,
-conocido por su estilo único de improvisación-, pero con cuatro o cinco años no podía entender su música, con lo que al principio detesté el jazz y me decanté por la clásica”.
No obstante, “el jazz creció en mí y ahora es mi pasión”, aseguró Castro. “En el jazz todo tiene que ver con la improvisación. Es como componer sobre la marcha”, dijo el pianista, que se atrevió a incluir en el repertorio de la noche dos piezas originales: “Swan Song” y “Parade”, esta última escrita cuando tan solo tenía once años.
La música de Monk estuvo, asimismo, presente en el recital con “Blue Monk” y “Epistrophy”, dos temas a los que público experto del Montreux Jazz Club respondió con una sentida ovación y suspiros de asombro.
La breve introducción que precedió el concierto -de 45 minutos de duración- evitó mencionar la edad del virtuoso, cuyo posado seguro y altura importante, engañaron a más de uno, como Ronald, un estadounidense de 55 años que, al salir, se mostraba estupefacto. “¿Tiene catorce años? Es una broma. Pensaba que era mayor de edad. Durante la actuación, cuando cerraba los ojos, era igual como si escuchara a un veterano. Ha sido absolutamente magnífico”, dijo a Efe este adepto al jazz.
Influenciado por su padre, originario de La Habana, una de las grandes capitales del género y que vio nacer a mediados del siglo XX el jazz afrocubano, Castro asegura que es un apasionado del jazz latino pero que aún tiene mucho por aprender de este estilo. “Yo crecí con el jazz latino y por ello quiero saber más sobre este tipo de música, diría que es algo que aún me falta como artista. Quiero explorar mi herencia y aprender el lenguaje musical y los ritmos latinos”, dijo el pianista.
A pesar de que el joven no habla “aún” español, se muestra “impaciente” por conocer Cuba y recuerda calurosamente sus visitas a países hispanohablantes como España, Perú o Puerto Rico. Nacido en Houston, Texas, pero residente en Nueva York, Castro asegura que vive una vida “normal como cualquier otro chico de catorce años” y que le basta con practicar tres horas al día entre semana y seis horas, los fines de semana.
“Aunque el jazz es mi pasión, aún toco música clásica y lo seguiré haciendo”, tal como lo hicieron otros grandes virtuosos del género como Bill Evans, Keith Jarrett, Herbie Hancock, Oscar Peterson, a quienes el pianista nombró como “referentes”. Por otro lado, el joven demostró ambición y ganas de traspasar las barreras del jazz y de mostrar al mundo su capacidad de innovación.
Tras un año intentando mejorar su técnica, Castro se centrará ahora en abrirse a nuevas posibilidades en lo relativo a la musicalidad y a la creatividad. “No quiero estar limitado por lo que hacen los músicos de jazz tradicionales, quiero echar por la borda los límites del género”, aseguró.