No queremos despertar de este septiembre: así fue el concierto de Green Day en Paraguay

La primera visita de Green Day a Paraguay fue mucho más que un concierto: fue un rito compartido entre generaciones, un encuentro donde la música se volvió refugio y declaración política. El lunes 15 de septiembre, bajo un cielo cubierto de nubes grises que amenazaba, el Jockey Club se transformó en territorio punk rock. Miles de personas, empapadas de ansiedad y lluvia, asistieron al momento histórico de recibir a una de las bandas más influyentes de las últimas décadas.

Billie Joe Armstrong es todo lo que uno espera de un gran "performer": actitud, locura, rebeldía y también ternura.
Billie Joe Armstrong es todo lo que uno espera de un gran "performer": actitud, locura, rebeldía y también ternura.Heber Carballo

Desde el inicio, todo tuvo un aire de ceremonia. A las 21:20, los parlantes retumbaron con “Bohemian Rhapsody” de Queen, convertida en himno coral. Luego irrumpió el ya clásico Drunk Bunny de la gira, vistiendo una albirroja con la palabra “Japiro” en la espalda, al ritmo de “Blitzkrieg Bop”.

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Era apenas el preludio de lo esperado: el escenario explotó en luces y colores, y la imagen de la mano sosteniendo una granada con forma de corazón se erigió como emblema. Con “American Idiot”, el público estalló. El punk político de Green Day se plantaba frente a miles de gargantas que, en un país marcado por sus propias luchas, no tardaron en hacerlo suyo.

Le siguió “Holiday”, otro grito de protesta contra la guerra y el conservadurismo, mientras las pantallas hacían un llamado a no dejarse arrastrar por la apatía y a condenar las luchas armadas sin sentido. Así Billie Joe Armstrong, Mike Dirnt y Tré Cool eran los generales de un ejército musical que no dio tregua musical, arremetieron canción tras canción sin descanso. Algunas pausas fueron solo para que Billie saludara al país, arengara, y nos regalara unos cuantos “¡Rohayhu!" y muchos “¡Aguyje!“.

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Con “Know Your Enemy”, el escenario se abrió para una fan local, invitada a cantar junto a Billie. Un gesto que condensó lo que es Green Day: música que no levanta muros, sino que derriba las distancias entre escenario y multitud.

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El tempo bajó con “Boulevard of Broken Dreams”. La voz de Armstrong, con ojos mojados y sonrisa pícara, se abrazó a una bandera paraguaya. Era un guiño cargado de ternura y él parecía un niño feliz cumpliendo un sueño más: finalmente habían llegado a un país que, desde hace décadas, soñaba con verlos en directo. Ese instante quedó tatuado en la memoria de quienes lo presenciaron. Esa noche todos cumplimos sueños.

El repertorio fue un recorrido emocional. “One Eyed Bastard” descargó la rabia de los fantasmas personales, mientras la producción visual marcaba climas como si detrás hubiera un director de cine y de efectos especiales, también gracias a los estallidos de fuego y pirotecnia.

“Revolution Radio” encendió la chispa colectiva: un himno que recordaba que la música también es herramienta de cambio. “Scattered”, “Longview”, “Welcome to Paradise” y “Hitchin’ a Ride” alternaron entre catarsis y complicidad, con un público que saltaba, gritaba o simplemente observaba, hipnotizado por la precisión de cada acorde.

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“Brain Stew” nos sumergió en letras entre insomnio y la ansiedad; “St. Jimmy” hizo estallar la rebeldía adolescente encarnada en un antihéroe que parecía cobrar vida en el cuerpo eléctrico de Armstrong, que incluso jugó con una vincha de cuernitos tomada del público. “Dilemma”, atravesada por la lucha interna contra las adicciones, se entrelazó con un fragmento íntimo de “Free Fallin’”, recordando que, incluso en medio de la distorsión, Green Day sabe detenerse en la vulnerabilidad.

El tramo final fue una seguidilla de himnos generacionales: “21 Guns”, balada sobre la rendición y el arrepentimiento; “Minority”, una celebración de ser único; “Basket Case”, que nos recordó la ansiedad de crecer en un mundo hostil; “When I Come Around” y “She”, cantadas como si cada verso aún perteneciera a la adolescencia de miles.

Y entonces llegó “Wake Me Up When September Ends”. Bajo la lluvia que volvía por momentos a caer con fuerza, la canción se convirtió en metáfora viva: las gotas resbalaban como penas que se lavan, como dolores que pasan, como recuerdos incómodos que a veces hay que atravesar para florecer. Ese instante fue comunión pura: nadie quería despertar de este septiembre.

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En un gesto de catarsis colectiva, el “septiembre” de la canción —originalmente una confesión íntima de Billie Joe sobre la pérdida de su padre— fue resignificado. Lo que nació de un dolor personal, el público lo abrazó y lo contuvo. Así, en lugar de ignorar la tristeza, la multitud acompañó al artista en un ritual para sublimar el dolor, convirtiendo la pena en una hermosa afirmación de algo que floreció anoche, para siempre.

La épica continuó con “Jesus of Suburbia”, una ópera punk que condensó todo lo que es Green Day: velocidad, sensibilidad, protesta y caos organizado. “Bobby Sox” y “Suzie Chapstick” trajeron frescura y optimismo, mientras Tré Cool azotaba su batería con una energía que parecía inagotable. Y finalmente, “Good Riddance (Time of Your Life)” cerró el círculo. Una despedida agridulce, como la vida misma, como el recuerdo de una noche que se quedará grabada en la memoria de quienes estuvieron allí.

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Porque lo que pasó en Asunción no fue solo un concierto. Fue la materialización de los posters adolescentes que alguna vez cubrieron paredes que nos vieron soñar y llorar, fue la constatación de que las canciones que nos acompañaron en la juventud aún siguen latiendo, transformándose en legado compartido entre padres, hijos y amigos abrazados en la multitud. Fue el recordatorio de que Green Day no canta sobre mundos perfectos, sino sobre un planeta jodido que, sin embargo, puede cambiarse si hay unión, comunidad y protesta.

Ojalá que algo quede resonando más allá de la música. Ojalá que los carteles que pedían derrocar a las fuerzas políticas opresoras no se diluyan en el día a día. Ojalá que la niñez, la juventud y la adultez que se unieron en el pogo se animen a florecer hacia un mundo distinto. Porque si Green Day, un grupo con tanta llegada, nos recuerda que no hay que callar frente a la guerra, la tibieza y el conservadurismo, ¿quiénes somos nosotros para ignorarlo?

Varios carteles hacían alusión a posturas opuestas al conservadurismo y la opresión política, tal como Green Day canta en sus canciones.
Varios carteles hacían alusión a posturas opuestas al conservadurismo y la opresión política, tal como Green Day canta en sus canciones. Foto extraída de redes sociales.

Los primeros acordes de la noche

A pesar de la lluvia intermitente que acompañó casi todo el día, la ansiedad del público paraguayo no hizo más que crecer. El Jockey Club se preparó para una jornada histórica, que comenzó con el enérgico show de Garage 21. El trío local, con un atrevimiento pop punk y un sonido pulcro, emocionó a la gente con una seguidilla de éxitos, en lo que ellos mismos describieron como un momento histórico para la banda.

La energía continuó con los británicos Bad Nerves, que acompañaron a Green Day durante su gira por la región. Su descarga de garage rock, veloz y rabiosa, levantó un muro de sonido con guitarras punzantes, batería incesante y voces agudas. Temas como “Baby Drummer”, “Don’t Stop” o “Plastic Rebel” se sintieron como una explosión controlada, una experiencia cruda y sin concesiones que encendió a la multitud antes de la gran cita con Green Day.

Bad Nerves.
Bad Nerves.
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