Ale Portillo quema el miedo y estrena su verdad

Ale Portillo presentará el show más personal de su carrera.
Ale Portillo presentará el show más personal de su carrera.Gentileza

El 9 de agosto en el Centre Català de Asunción (Cerro Corá 276), la artista paraguaya Ale Portillo subirá al escenario para presentar Rockstar Proletaria, una obra que no se deja atrapar por el formato de “concierto” ni por las etiquetas previsibles. Las puertas abrirán a las 20:00 para disfrutar de un espacio de expresión total donde el cuerpo, la voz y la convicción se convierten en territorio político y emocional.

Ale Portillo no canta solo para agradar, ni actúa para cumplir con un estándar. Lo suyo es más bien una urgencia, una pulsión que empuja desde adentro y que se manifiesta en canciones propias que por fin verán la luz, tras años de recorrer géneros, escenarios y geografías, sin perder nunca la raíz.

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La artista nació en Coronel Oviedo, en el seno de una familia tan numerosa como sonora. La música no era un lujo ni una profesión, sino un lenguaje. “A veces no sabías ni con quién estabas, pero estabas cantando con alguien y decías que era tu tío o tu primo”, recordó en conversación con ABC.

En ese entorno, donde lo afectivo se trenzaba con lo sonoro, Ale creció entre redacciones escolares de tres o cuatro páginas y conversaciones escolares interrumpidas por su fanatismo precoz por los Beatles, algo que compartía con sus hermanos. “De la escuela le llamaron a mi mamá para decirle que nadie quería sentarse con nosotros porque solo hablábamos de los Beatles”, dijo entre risas.

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Y desde muy temprano, sintió ese extrañamiento: la sensación de no pertenecer del todo. “Había cosas que yo sentía normales, comunes, y me daba cuenta de que no lo eran para los demás”. Sin embargo, nunca se achicó. Tal vez porque sabía, con una claridad instintiva, que cantar era más que un juego: era su forma de existir. “Cuando me preguntaron en el colegio qué quería ser, dije cantante. Y la persona que anotaba me respondió: ‘Dame algo real. Yo también quiero estar en Disney, pero decime algo que sea cierto’”.

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No obstante, Ale no dudaba, pero el mundo sí. Y cuando las dudas de los otros se repiten lo suficiente, acaban instalándose en una misma. Al terminar el colegio, comenzó a estudiar psicología. “No me iba mal. Incluso era buena. Pero sabía que no era lo que quería hacer con mi vida”. Aún así, continuó. Pagó sus estudios, se involucró con la carrera. Pero algo no cerraba. “Recuerdo ir a la facultad y quedarme en la biblioteca o en el patio, sin entrar a clases. Sentía que estaba perdiendo mi tiempo, mi dinero y mi energía”.

En paralelo, comenzó a estudiar canto con el maestro Víctor Cáceres. “Esperé un año a que tenga espacio para darme clases. Cuando me dijo que podía recibirme en su casa, me fui desde Oviedo hasta San Lorenzo. Tenía tres trabajos, pero hacía lo que fuera para poder estudiar”.

Una decisión clave

Ese inicio fue el punto de quiebre. Un día antes de volver a las clases de psicología, Ale decidió que no podía seguir ignorando su vocación. “Me senté con algunos profesores que me apoyaban y les conté lo que sentía. Me ayudaron a entender que tenía que hacer un cambio”.

Y el cambio llegó de forma radical. En de octubre de 2018, reunió a sus padres y les anunció: “Mañana me voy a mudar a Asunción”. No tenía casa, ni dinero suficiente, ni garantía alguna. “Les dije que iba a vivir con un amigo, que tenía ahorros. Era todo mentira. Tenía 200 mil guaraníes y una mochila. Caminé hasta la terminal y me vine”, dijo, para luego conseguir que le manden hasta la capital su guitarra y su piano.

A pesar de su entorno familiar musical, la decisión de dedicarse profesionalmente al arte no fue bien recibida al principio. “No les gustaba que eligiera música. Pero tampoco les gustaba que estudiara psicología. Era como si nada fuera suficiente. Yo sentía que esperaban algo de mí, pero nunca supe qué”. Quien la acompañó plenamente fue su abuela Elvira, “Porota”, quien poco después comenzó a perder la memoria por el Alzheimer. “Fue la única que supo todos mis pasos. Y ahora no sabe ni cómo me llamo. Es muy loco. Siento que se llevó todo eso con ella”, dijo.

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Dueña de su camino

Durante los primeros días, durmió en casas de amigos, en la misma cama que su prima Teresita, que se convirtió en su sostén silencioso. “Ahora pienso y digo: ¡pero estaba loca! Pero en ese momento, tenía tanta hambre de hacer lo que quería hacer que no lo viví como algo difícil”.

Comenzó a cantar donde hiciera falta y la frase “rockstar proletaria” empezó como una broma en Instagram. “Mostraba cómo andaba en colectivo con mi bolso gigante, o me maquillaba en estaciones de servicio antes de ir a cantar a hoteles, o cómo me perdía en la ciudad. Pero siempre supe que ese era mi lugar. Yo nací para pisar el escenario y adueñarme de él”, dijo con seguridad.

En una ciudad nueva y desafiante, Ale descubrió que su arte no se limitaba al canto. Se formó en comedia musical, empezó a bailar, a escribir, a actuar. “Me di cuenta de que soy artista, y que la forma es lo de menos. La música, el cuerpo, la palabra, lo visual: todo es un canal”.

Ale encuentra en el canto algo más que expresión. Lo define como supervivencia. “Siento que si no escribo, si no canto, pierdo la cordura. No es exageración. Es una necesidad real”. Y es en la canción donde encuentra la forma de que esa necesidad se vuelva comunicación. “No quiero cantar solo para mí. Quiero que lo que digo llegue, que cause algo. Puede ser incomodidad, risa, tristeza, lo que sea. Pero algo tiene que pasar”.

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Cantar para incendiar

Cuando habla de incendiar, no lo hace en sentido figurado. Ale ha tenido que quemar mucho: expectativas ajenas, exigencias propias, miedos. “Nadie me exige tanto como yo. Y por eso me costó tanto materializar esto. Porque quería que fuera perfecto, quería estar a la altura de mi propia visión. Pero aprendí que a veces hay que hacer nomás. Que el fuego también limpia”.

“Yo siempre me sentí una rockstar, incluso cuando nadie me miraba. Porque sabía que ese era mi lugar en el mundo. Y proletaria, porque lo único que hice toda mi vida fue trabajar. En Paraguay hay que hacer mucho por muy poco, pero se hace igual, porque sabemos que vale la pena”, subrayó.

Hoy, a los 28 años, Ale no tiene casa propia, ni coche, ni hijos, como tenían sus padres a esa edad, pero son otros tiempos y tiene algo distinto: una convicción intacta, una propuesta autoral, y una obra que no solo es un show, sino una declaración. “Esto no lo hago sola. Estoy rodeada de gente que confía, que empuja, que sostiene. Y por eso estoy aquí. Porque entre todas y todos hacemos posible que esto exista”.

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Una obra impulsada en comunidad

“Rockstar Proletaria” es así el resultado de esa evolución. Una puesta en escena dividida en actos, con bailarines, ilustraciones artesanales, luces, palabras y sonidos que dialogan entre sí. “Este show atraviesa todo el ciclo de un artista: la ilusión, el golpe con la realidad, el desencanto y el regreso a uno mismo. Es una narrativa, un viaje emocional que cualquier persona puede reconocer, incluso fuera del arte”, explicó.

En cuanto a las canciones, hay una diversidad estilística que refleja su historia: del folclore al pop, del bolero al rock, pasando por tangos y milongas. “Tengo canciones que compuse hace ocho años, sin formación académica, solo con intuición. Otras son más recientes, con una estructura más consciente. Pero todas son profundamente mías”.

En ese apartado destacada a su banda que es su principal sostén y carril creativo, y que supo cómo arropar a las canciones: Araceli Riveros en piano, Toño Riveros en batería, Rodrigo Portillo en bajo y Enrique Abadíe en guitarra. Rodrigo, su hermano, y Enrique, su novio, son destacados como pilares e impulso para crear y sobre todo animarla siempre a más.

Además, esta vez participarán invitados como los cantantes Héctor Candia y Melissa Hicks, la violinista Maura Mármol, el guitarrista Olaf Pedersen, la bandoneonista María Isabel y el arpista Ezequiel Takebe.

Así, en un país donde el arte muchas veces sobrevive en vez de vivir, Ale Portillo elige incendiar. No para destruir, sino para transformar. Porque, como dice: “si una sola persona conecta con lo que hago, ya valió la pena”.

Las entradas al concierto cuestan G. 50.000 y se pueden reservar escribiendo al (0975) 948001.