En Paraguay, como en todos los modernos Estados-nación, la música –al igual que la literatura y el arte en general– ha sido y sigue siendo una importante herramienta ideológica de construcción de “identidad nacional”. Para las naciones latinoamericanas, la tarea de construir esa identidad comenzó durante las décadas inmediatamente posteriores a las guerras de independencia. Desde mediados del siglo XIX, cada una de estas jóvenes repúblicas creó academias musicales, salas de concierto, orquestas sinfónicas… Todo un aparato institucional dedicado a la producción de una “música nacional” capaz de formar parte de una cultura vinculada a su territorio y a su “pueblo”.
Los himnos nacionales
Y, por supuesto, todas se encargaron de adoptar himnos nacionales. En Paraguay ha habido más de uno, comenzando por Tetã Purahéi, del poeta y guitarrista caraguatayense Anastasio Rolón:
“El primero [de los himnos nacionales paraguayos], llamado Himno Primitivo, corresponde a la dictadura de Gaspar Rodríguez de Francia (1811-1840), pertenece a Anastasio Rolón y versa, de manera sencilla y en guaraní, sobre la necesidad de protegerse de las naciones invasoras”, escribe la profesora Ana Tissera (“Historia, poética y doctrina: los himnos nacionales de Paraguay”, La Colmena, nº 97, pp. 71-90, julio de 2018).

El segundo fue escrito en 1846 por el poeta uruguayo Francisco Acuña de Figueroa. Este es, prosigue Tissera, un texto “alambicado, de estilo internacional, cuya única referencia al Paraguay es la mítica alusión a sus caudillos: Yegros, Rodríguez de Francia y López”.
El tercero fue escrito por Natalicio Talavera, “el primer poeta paraguayo”, en el frente de batalla durante la Guerracontra la Triple Alianza.
Cada uno es un retrato de su época: el sencillo himno de Rolón en guaraní expresa la defensa de la autonomía y el nacionalismo hermético propios del régimen del Dr. Francia, el himno en castellano y de estilo “internacional” de Acuña de Figueroa refleja la apertura al exterior y al “progreso” del gobierno de Carlos Antonio López, y el belicoso himno de Natalicio Talavera, muerto a los 28 años de edad en plena guerra, transmite el heroísmo desesperado de la hecatombe del 70. El espíritu del primero es defensivo; el del segundo, liberal; el del tercero, trágico.
Uniformidad e identidad
La construcción de la identidad nacional en los países latinoamericanos conllevó generalmente la asimilación de la estética europea, la marginación o subordinación de lo popular (asociado a los estratos socioeconómicos menos favorecidos) en el canon oficial y académico, y la eliminación de la cultura indígena en los discursos artísticos institucionales (o bien la apropiación de algunos de sus elementos, despojados de su sentido original).

Es que la identidad nacional se concibe como homogénea, y por ende se le asocia una cultura –y, dentro de ella, una música– igualmente uniforme. En conformidad con esto, se suele remontar el origen de la “música paraguaya” a las reducciones, en las que se habría dado un mestizaje, si se me permite el término, “hegeliano” (lo “paraguayo” como “síntesis” de lo europeo y lo nativo), y en las que de hecho se introdujeron instrumentos como el violín, el arpa y la guitarra, entre otros. Así, en su Diccionario de la música en el Paraguay (2007), el maestro Luis Szarán expone de modo bastante transparente el papel ideológico de la “música nacional” en la construcción de una identidad homogénea: “La música popular del Paraguay surge a partir de la suma de influencias de los diferentes componentes raciales, que se integran a partir de la instalación de las primeras colonias españolas”.
La independencia en el rock
El hito de la independencia del Paraguay, con su poderoso simbolismo, no solo ha dejado su impronta en los himnos nacionales y la música folclórica sino que también ha inspirado al rock paraguayo.
Quizá el ejemplo más obvio sea el grupo Próceres de Mayo, formado en 1997, no solo por el nombre sino también porque su primer disco fue 1811 y porque sus integrantes vestían trajes inspirados en el atuendo de los próceres de la independencia paraguaya.
“Paraguay / Cómo te quiero, Paraguay / Paraguaaaay / Tu hinchada vibra junto a ti / Lo voy a gritar / Vencer o morir / Paraguay, tu papá”.

Es el coro de “Paraguay tu papá”, tema de Próceres de Mayo que se convirtió en un verdadero hit durante las eliminatorias para la Copa del Mundo de Francia 1998 y que sigue transportando a cientos de paraguayos a imágenes inolvidables de goles de Chilavert, centros de Chiqui Arce y gambetas del Peque Benítez. (Por cierto, otra canción que, conscientemente o no, promovió la integración de una estética y una música juveniles y urbanas a la tradicional identidad nacional paraguaya mediante la adaptación deliberada de un nacionalismo de hinchada futbolera al lenguaje rockero fue “Albirockja”, de Rolando Chaparro.)
En otra zona, más under, viajemos al lanzamiento, en 1995, de República o Muerte, álbum debut de Enemigos de la Klase, banda de punk rock formada en 1992 en Mariano Roque Alonso que se dedicó a bombardear con sonido sucio y letras agresivamente políticas a una sociedad que apenas empezaba a salir de la dictadura. El nombre del álbum remite directamente al estribillo del himno nacional de Acuña de Figueroa: “Paraguayos, ¡república o muerte!”. Publicado en formato casete bajo el sello ENSA, República o Muerte tenía como ilustración de tapa la foto de unos policías reprimiendo a los campesinos en una carretera en 1993.
Fue el primer disco de punk rock del Paraguay. Una de sus canciones, “Patria Querida”, llena de aquella rebeldía imborrable que sacudió los primeros años de nuestra “democracia”, retumba aún rabiosamente en las veredas de cada ciudad de este país:
“Yo no quiero este estado policial / La ciudad está sitiada / Por seccionales y cuarteles / Subseccionales y cuarteles”.
