Leo Sujatovich: múltiples universos sonoros en una sola persona

Leo Sujatovich, músico argentino de alma versátil y sensibilidad única, nos abre las puertas de su historia con gran calidez. Desde sus primeras clases de piano, pasando por colaboraciones con figuras míticas del rock argentino, hasta su labor en cine, teatro y publicidad, Leo refleja una vida guiada por el deseo, el talento y la pasión por la música. El artista estará hoy en el bar Sacramento para presentar el evento “Historias de música: de Spinetta al cine”. Será a las 20:00, con acceso libre y gratuito.

El músico argentino Leo Sujatovich se presentará hoy en Paraguay para compartir charla y música.
El músico argentino Leo Sujatovich se presentará hoy en Paraguay para compartir charla y música.gentileza

Cargando...

Leo Sujatovich es uno de esos músicos que parecen haber estado siempre allí, en la cocina íntima de la música argentina. Empezó su relación con el piano siendo niño, en un entorno familiar ya muy musical, y gracias a una maestra excepcional como Violeta de Gainza, supo integrar desde temprano el estudio académico con su instinto por la improvisación. Lo que podría haber sido una formación rígida se transformó en un camino personal de descubrimiento.

Lea más: Paz Encina presentará los cortometrajes finales del proyecto “Atravesar el río”

Desde su adolescencia trabajó codo a codo con algunos de los nombres más emblemáticos del país, como Charly García y Nito Mestre, con quienes grabó a los 15 años, o Luis Alberto Spinetta. Su trayectoria se caracteriza por una seguridad natural, sin arrogancia, que le permitió afrontar esos desafíos sin miedo. Esa misma actitud decidida le llevó a abrirse paso por múltiples caminos: desde la música para cine y televisión, hasta la publicidad y el teatro.

Sujatovich destaca por su versatilidad, pero también por su calidez y equilibrio personal. La música lo ha acompañado siempre, pero también lo ha hecho el deseo de vivir una vida rica en experiencias, sin limitarse a un solo estilo ni formato. La colaboración con artistas tan diversos, así como sus trabajos sinfónicos en el exterior, dan cuenta de su capacidad para abrazar múltiples universos con la misma entrega.

Más allá de sus logros profesionales, Leo valora profundamente su vida familiar. Padre de los talentosos Mateo y Luna Sujatovich, comparte con ellos y su esposa una cotidianidad afectuosa y consciente. En sus palabras se nota un agradecimiento constante, y un consejo sencillo pero profundo: seguir el deseo genuino como brújula vital. Su historia es, en definitiva, la de alguien que ha sabido escuchar al corazón sin perder nunca el norte.

Leo Sujatovich.
Leo Sujatovich.

—Sabemos que tu historia familiar está marcadísima por la música, así que me encantaría saber si recordás tus primeras clases de piano. ¿Y qué significó para vos ese aprendizaje temprano?

—La verdad es que significó algo muy importante y muy fundacional. Yo creo que tuve la suerte de dar con una persona muy valiosa en el sentido de haber entendido quién era yo y qué necesitaba, algo que no es muy frecuente; uno escucha historias de chicos que van a los conservatorios o junto a profesores de música y de un modo muy esquematizado. Yo venía tocando el piano de más chiquito y estaba muy focalizado en la cuestión de improvisar, que era lo que más me gustaba hacer. Violeta de Gainza, que fue mi maestra, entendió eso y supo conducir el arte de la enseñanza, de la transmisión del conocimiento, de la importancia de que yo conociera de a poco a los grandes compositores y también entendiera de qué se trataba la música. Así transcurrió, muy de a poco, el paralelo entre lo que a mí me gustaba y lo que yo efectivamente necesitaba ir incorporando como conocimiento.

—Me llama la atención que vos ya querías experimentar con la composición y la improvisación desde temprano.

—En casa tenía a mi hermana mayor que ya tocaba el piano, además de que mi mamá y mi abuela eran maestras de piano, ya había un ambiente muy musical y muy conocido para mí en ese sentido. Fue como un trampolín con el que tuve mucha suerte.

—Leí por ahí que tu mamá no quería darte clases.

—Yo creo que con cierta razón. Primero porque ella se había conocido con Violeta, en quien confiaba mucho y a quien admiraba como docente, y también entendía que la posición de alguien de afuera, a quien podamos respetar no como nuestra madre, era interesante, un poco como una autoridad que no es la de una madre. Yo creo que en ese sentido estuvo bien.

Leo Sujatovich.
Leo Sujatovich.

—Bueno, y ya que decís que tenías como mucha influencia alrededor, me da intriga saber: ¿cómo llega a vos esa otra información de hacer música con teclas que no sean las de un piano?

—Eso me llega a partir de la información de conocer la música de bandas como del rock sinfónico inglés: Yes, Genesis, Emerson, Lake & Palmer, que surgían a comienzos de los 70, y en donde abrías el disco y veías a un tipo con varios teclados. Entonces decía: “¿Qué es eso?”. Era como una bomba para mí, porque lo único que yo conocía hasta el momento era el piano y eventualmente la guitarra, que tocaba un poquito. Pero bueno, eso fue muy poderoso, como información y para empezar a poner la oreja en esa dirección. Se abrió otro mundo ahí, para mí fue tremendo. Recuerdo, de verdad, haberme quedado durante dos o tres horas parado frente a una vidriera en una casa de música donde había un sintetizador, un Mini Moog, que era el mismo que usaba Rick Wakeman. Yo tendría como 13 años y ningún acceso a eso, era una cosa que costaba una fortuna incalculable, y ya era bastante saber que estaba a un metro mío del otro lado del vidrio.

—Claro, además en esa época costaban el triple de lo que uno podía ganar.—Aparte, bueno, en mi casa mi mamá era una maestra de piano. No es que yo era un hijo de empresarios ni nada, era de una casa de familia de clase media trabajadora. Pero bueno, fue un momento bisagra, eso sí.

—¿En qué momento llegan a vos entonces los instrumentos?

—Ya a partir de los 18, donde claramente a mí se me iba expandiendo más el mundo en cuanto a conocer muchos músicos, la posibilidad de tocar con otra gente, formal o informalmente, desde casas a salas de ensayos. Y yo no tenía un teclado, solo el piano de mi casa, imaginate. Entonces, con mucho esfuerzo, mi madre me compró mi primer piano eléctrico, y con eso yo podía salir a tocar y juntarme con otros músicos. Después yo ya había empezado a tocar y a ganar un poco de dinero, acompañando a cantantes, haciendo grabaciones, empecé a profesionalizarme y pude comprarme mi primer sintetizador, de a poquito.

—¿Cuál fue tu primer sintetizador?

—Fue un Moog, pero que no era el Mini Moog. Era uno muy bueno que se llamaba Multi Moog, que era más pequeñito, que tenía un montón de cosas interesantes. Lo conservo aún, por supuesto, y funciona perfectamente. Así que estaba muy orgulloso porque, como era pequeño, lo sacaba a tocar por todos lados. Lo explotaba.

Leo Sujatovich.
Leo Sujatovich.

Diversos caminos para la música y la expresión

—Al conocer tu historia, sabemos que empezaste ya a trabajar con un montón de artistas muy importantes. Supongo que a hoy tenés mucha más perspectiva de todo eso.

—Sí, uno en ese momento no lo piensa tanto, está como más naturalizado. A mí se me dio de un modo muy espontáneo, muy fresco, muy divertido, en la mayoría de los casos, y sin darme cuenta yo todos los días estaba tocando con alguien, grabando, ensayando, viajando. Fue un momento realmente muy hermoso de mi vida. Vivía conociendo mucha gente, fue muy lindo. ¿Cómo decir? Como un momento de generar mucha confianza en lo que yo hacía. Recuerdo que, a pesar de saber quién era yo y qué condiciones tenía, estaba un poco preocupada por lo que iba a hacer después del colegio. Yo le dije: “Soy músico”. Pero me dijo: “Fijate si no querés estudiar paralelamente alguna carrera”, porque yo dibujaba mucho en esa época. Entonces me metí a estudiar arquitectura habiendo cumplido 18 años, en pleno momento de expansión musical. La verdad es que no me daba el tiempo ni la energía. No dormía, quedándome por las noches a hacer planos, dibujos... Debo admitir que me gusta y siempre me involucré mucho en proyectos de obras, refacciones, construcciones. Me encanta, de verdad. Pero en ese momento dejé transcurrir los seis meses, hice una primera entrega y dije: “No puedo”. Le dije a mi mamá: “Ya está, no puedo más”.

—Pero tuviste la suerte y el privilegio de que ella haya aceptado tu decisión.

—Ella hizo su jugada, una madre judía, pero muy a conciencia y frente a la evidencia de que había algo muy serio por mi parte. Yo no era un chico irresponsable, desorganizado. Entonces, en ese momento nos tranquilizamos todos.

—Y pensando también, no sé si te impacta recordar: ¿qué te significaba en ese momento aportar y trabajar codo a codo con gente como PorSuiGieco, Luis Alberto Spinetta? Siendo vos muy muy joven y ellos teniendo canciones que ya marcaban a fuego a la sociedad.

—Totalmente, estaban re establecidos. Lo que me sucedió es que yo era muy precoz por un lado, y era muy mandado por otro lado. No tenía fobia ni visión para tener miedo, estaba bastante seguro de lo que yo podía hacer. Pero bueno, imaginate que lo primero que me sucedió mucho antes fue que, a los 15 años, yo grabé con PorSuiGieco. Ese día yo estaba grabando y tenía a Charly García sentados los dos en el piano, viendo qué íbamos a grabar, y a Nito Mestre con la guitarra cantando la canción. Y no tengo una foto de eso. No había Instagram en el año 75. Pero haber grabado eso y de un modo muy fluido con esos dos señores, cuando se acababa de terminar Sui Generis, y eran los dos músicos más importantes de la República Argentina en ese momento, por lo menos en el rock… Me dio tanta seguridad, confianza, que dije: “Yo puedo tocar con quien sea. Si se da, yo estoy”. Eso fue muy lindo.

—Qué impresionante tener esa confianza a una edad donde generalmente uno está lleno de conflictos y preguntas.

—Exacto. Es muy normal, como decís, que hoy un chico de 18, 20, no sepa qué quiere hacer de su vida. Sucede. Bueno, yo tuve otra suerte, por suerte.

—Y esa confluencia entre la música popular, luego tu incursión en la música para cine o series, ¿a qué responde ese deseo de explorar tantos universos posibles? Porque es así, y son otros tiempos también.

—Sí, tal cual. Eso es algo que también se me dio de un modo espontáneo, no salí a buscarlo. Mirá, cuando yo era chico perdí a mi padre, entonces en mi casa, como te contaba, éramos de clase media justa, no sobraba el centavo. Entonces, apenas tuve la posibilidad de trabajar y de ganar mi dinero, para mí era muy importante, no solo por ayudar sino para hacer mi vida, tener mis cosas, etc. El día que cumplí 20 años me llamaron para trabajar en un estudio donde se hacían jingles y comenzó a ser un trabajo y una carrera muy importante para mi solidez económica. Yo le debo muchísimo al mundo de la publicidad por un montón de cosas. Fue una escuela de producción de música, de entender el mundo audiovisual, de entender otros ámbitos. Me metí en ese estudio, después en otro, después un día vino un cantante a grabar un jingle, que era un actor que cantaba súper bien, me invitó a una obra de teatro, me contó que estaba por hacer otra obra y no sabían quién podía hacer la música. De pronto estaba haciendo la música para una obra. Todo me gustó siempre, y en ese sentido un día dije: “Bueno, soy un tipo ecléctico”. A mí me divierte mucho salir de una película, entrar a orquestar el disco de la Sole, trabajar con una orquesta sinfónica, después con un cantante, haciendo una serie. La vida se me hizo muy divertida en ese sentido.

—Hay una lista larga de artistas con los que colaboraste, y no puedo dejar pasar el nombre de Óscar Cardozo Ocampo. ¿Me podrías contar sobre eso?—La experiencia con él fue oro en polvo en mi vida, haber conocido a esa persona tan maravillosa, que fue tan tierno conmigo siempre, desde el día uno. Se me acercó, me dijo: “Cómo me gusta lo que hacés”, y yo sabía que era como un nombre muy importante, alguien muy respetado. Yo estaba grabando un disco que nunca edité, pero que fue como mi primer disco, era instrumental. Yo había grabado una balada que quería cantar, entonces había hecho un arreglo con el sinte de unas cuerdas. Me encontré con él y me dijo: “A partir de lo que hiciste, yo te escribo el arreglo y organicemos la grabación, la dirijo”, y fue una obra maestra. Él tomó lo que yo había hecho y lo potenció por mil. Y gracias a eso que él hizo, yo un día viviendo en Nueva York se lo hice escuchar a una gente y me contrataron para escribir música sinfónica a Noruega. Siempre digo que tuve esa experiencia tremenda en mi vida gracias a él. Yo lo súper atesoro.

—¿Y esa obra dónde está?

—Esa obra está grabada y se llama Solo quiero escuchar a mi corazón, pero por Sandra Mihanovich, aunque es otra versión. El arreglo de cuerdas es prácticamente el mismo que había hecho él. Y ahí está mi liazón con el gran Óscar Cardozo Ocampo.

—Hablando de vincularse, que noto que obviamente es lo más esencial para vos, sabiendo la hermosa familia que tenés: ¿qué tan importante es para vos alimentar los vínculos con tu familia, más allá de con la música?—Somos una familia normal. Con mi esposa y los chicos tenemos una relación muy hermosa entre los cuatro. Nos apoyamos muchísimo, estamos muy pendientes, muy atentos uno del otro, en el buen sentido. No puedo pedir más de lo que tengo. Los amo. Son chicos sanos, muy trabajadores, presentes. No es algo que pensemos “cómo podemos alimentar”, es algo que atesoramos mucho. La vida se nos dio de este modo. Con Ale, mi esposa, la mamá de Luna y Mateo, disfrutamos mucho de lo que hacen ellos, los acompañamos. Cada vez que tocan, vamos a escucharlos. Ahora en junio Mateo va a tocar en Madrid, vamos a ir a escucharlo. Es la hermosa familia que tenemos.

—Bueno, y supongo que parte de esto venís a compartirnos ahora. Me doy cuenta de que hay como dos pilares en vos: atreverse con seguridad y apoyar esos vínculos. ¿Darías algún consejo de vida a la gente, pensando en tu experiencia?

—Es muy difícil dar. Me gusta mucho pensar en tratar de seguir fielmente los deseos de cada uno, poder hacer lo que a uno le gusta, luchar por eso. A veces las cosas se dan más como uno quiere. Me río porque el otro día, hablando acá en casa, se me había ocurrido una frase, suena un poco tonta, pero me quedé pensando que no es tan tonta. Dije: “La vida es un promedio”. Digamos, lo que no es un promedio es algo constante, y la vida no es algo constante, es fluctuante: hoy te da, mañana te quita; hoy estás feliz, mañana menos. La vida es un camino que hay que recorrer. Lo único que podría ser más constante o permanente es el seguimiento de un deseo, estar atrás de eso. Después no hay más, porque ahí hay un proyecto, trabajo, un disfrute. Después está todo lo demás. Suena fácil, pero la vida no es fácil para nadie, ni para los que tienen. Yo conozco mucha gente rica e infeliz, talentosa e infeliz, que ha logrado un montón de cosas e infeliz. Todos los logros de todo tipo no aseguran la felicidad de nada, me parece. Lo que sí asegura, en un punto, cierta felicidad es un proyecto, una ilusión, algo que te llene. Yo creo mucho en ese deseo que alimenta el alma.

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...