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El encuentro con Europe fue un reencuentro con una era, con una estética del rock que aún arde y ruge. A pesar del paso del tiempo, siguen siendo una banda con cuerpo y alma, con ese heavy incisivo, potente y abrasivo que brotaba en ráfagas desde cada instrumento, elevándose como fuego hasta fundirse con las nubes grises que tejían el cielo. No había estrellas en el firmamento, porque esa noche, todas brillaban sobre el escenario.
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A las 21:20, el estadio se sumió en una oscuridad sagrada. Silencio y luego, un estallido de luces. Europe apareció, majestuoso, proyectado al fondo como una figura mítica. El primer golpe llegó con “On Broken Wings”, y Joey Tempest, más que un vocalista, se presentó como un auténtico frontman, enérgico y carismático. El pedestal volaba, giraba, y la conexión con el público fue inmediata: ”¡Buenas noches Paraguay! ¡Rohayhu! ¡All right! ¡Manos arriba, dale!”, gritó, entre inglés y guaraní, conquistando corazones.
Con “Rock The Night”, el lugar se estremeció. “¡Hermosa multitud!”, dijo Tempest, y el público no dejó de aplaudir ni de cantar. Entre agradecimientos: ”¡Gracias! ¡Aguyje!”, y miradas cómplices, la entrega era total.

Siguió un tema nuevos como “Walk The Earth”, que confirma que Europe no vive del recuerdo, sino que sigue caminando hacia adelante. Tempest incluso ensayó un “Japiro”, grosería en guaraní que lejos de chocar, desató carcajadas y aplausos. En “Scream Of Anger”, se sentó al borde del escenario, desdibujando la frontera entre artista y público.Y cuando el coro de “¡Oleee, oleee, oleee, oleee, Europe!” resonó, la banda lo acompañó con una base improvisada. Magia pura.
“¡Paraguay, a ver esas palmas, dale!”, pidió antes de “Sign Of The Times”. “Nunca vinimos a su país, es hermoso, Paraguay suena cool”, dijo, dejando claro que el momento era tan especial para ellos como para nosotros.
Con “Hold Your Head Up” y sus toques electrónicos, Europe mostró su versatilidad. Luego llegó la emoción pura: “Carrie”, ese tema inmortalizado en la película basada en el libro homónimo de Stephen King, encendió las gargantas. ”Jodidamente hermoso, Paraguay, sí!”, exclamó Tempest, rendido ante el coro masivo.

La intensidad no cesó con “War Of Kings” y “Stormwind” mientras con un gran solo John Norum hizo llorar su guitarra. “Open Your Heart” sonó desde una íntima guitarra acústica que se calzó el vocalista y en “More Than Meets The Eye”, Tempest saltaba de un lado al otro, saludaba, volvía, sin perder jamás el aliento ni la energía.
Con “Last Look at Eden”, todo se volvió dramático, casi teatral, con el viento y las luces girando, mientras el vocalista se paraba frente a un gran círculo rojo proyectado en la pantalla. La recta final con “Ready Or Not” y “Superstitious” hacían ya de la noche una fiesta consagrada.
Y entonces, llegó el encore con “Cherokee” y la mítica “The Final Countdown”. Esta última, ese himno universal, sacudió hasta los cimientos del lugar.

En un momento, miré a mi alrededor: un hombre mayor, solo, lloraba en silencio. Un padre cantaba con su hijo a los gritos. Una pareja se abrazaba. Dos amigos saltaban con los puños al cielo. Otro agitaba una guitarra invisible con furia. Y entendí que, más allá de la música, lo que Europe regaló fue un pedazo de eternidad compartida.
Como antesala al concierto de Europe, las bandas nacionales The Classic’s y Nightbound empezaron a encender los motores. La primera, con versiones de clásicos, dio un buen desempeño, pero la segunda se destacó por sus potentes creaciones originales, tanto en inglés como en español. Sin dudas, un gran momento para este grupo que se abre paso con sus propias canciones.
