Ismael Ledesma actuó pleno, feliz y con el corazón desbordante de alegría

En un gran momento de su carrera se encuentra Ismael Ledesma, el arpista paraguayo que une en su propuesta pasado y presente, pero mirando siempre al futuro. El viajero del arpa y creador incansable, volvió a su país para presentar su último disco “Folclore profundo”, anoche en una Sala Molière de la Alianza Francesa llena de público.

Ismael Ledesma al comienzo de su presentación, anoche en la Alianza Francesa.
Ismael Ledesma al comienzo de su presentación, anoche en la Alianza Francesa.SILVIO ROJAS

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Ismael Ledesma está en un momento gran plenitud artística y eso se nota cada vez que nos regala la oportunidad de verlo actuar en Paraguay. Esta vez vino a grabar su nuevo disco “Folclore profundo”, el cual lo presentó ayer en un marco de emoción y alegría, tanto de él, como de todos los músicos que lo acompañaron y de la gente.

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Así, tras una presentación de su trayectoria y logros, de la mano de Mario Rubén Álvarez, entró Ismael a encontrarse con su arpa en el escenario. Vestido todo de negro y con sus cabellos canosos atados en una cola, recibió también flores enviadas por su amiga Berta Rojas.

Entre aplausos y sonrisas, podían notarse las ansias que tenía por tocar ya y lo hizo de la mejor manera, al comienzo, en un momento en que solo él y su arpa llenaron de luz la sala. Ismael abrió este portal con su ya emblemático tema “La balada del indio”, que hoy por hoy lo identifica a donde sea que vaya. De allí partió a contarnos sobre las “Flores de Asunción”, una obra de notas brillantes y apacibles, en oposición a lo recién ejecutado, mostrándonos así ya al comienzo mismo esos universos contrastantes que él abraza sin miedo.

Marlene Sosa Lugo entregando las flores en nombre de Berta Rojas.
Marlene Sosa Lugo entregando las flores en nombre de Berta Rojas.

“Muy buenas noches, estoy muy feliz de estar aquí en este lugar emblemático, porque une a los dos países que existen en mi vida”, dijo Ismael al comienzo, afirmando también que el aplauso de su público es lo que más le motiva. “Alimenta mi alma”, dijo.

Luego se unieron a él Paula Rodríguez, en contrabajo, y José Emilio Bareiro, en guitarra, para ofrendar la música “Caminando por Areguá”, que Ismael compuso cuando se quedó “varado” en Areguá en plena pandemia. La melodía te transporta y uno puede imaginar ese paseo por esa ciudad a la que llaman mística, siendo para él en ese momento una vía de escape inesperado.

Con “Pueblo jeroky”, luego, Ismael nos llevó a recorrer esos paisajes que lo vieron ser un niño, hacia el Cerro Roké. Y tal cual el corazón baila al volver mentalmente a esos lugares donde uno fue feliz, en su caso donde vivió desde la inocencia de los días más puros.

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Más adelante tomó la guitarra el gran Digno Acuña, para sumarse a interpretar la ópera prima de Ismael llamada “Niñerías”, traspasando a lo musical esa picardía de la niñez, a través de una pícara conversación entre arpa y la chispeante guitarra de Digno.

“Al partir”, una obra que ejecutaba su padre, de quien heredó (así como también de su madre), el don musical, siguió en esta lista que mostraba a un Ismael en estado de gracia en su relación con el arpa. “¿Están sintiendo la paraguayidad?”, preguntó también el arpista, quien dijo que su búsqueda con este disco es la de mostrar a la música pura, con instrumentos acústicos y “sin tanto atrás”.

La polca “Misiones Ñu” y “Nueva Italia”, se iban sumando a la lista de temas que el artista preparó para esta ocasión especial, con las que hizo también una suerte de radiografía musical de su carrera.

Pero la noche solo tenía más sorpresas y el público estaba dispuesto. Enseguida se sumó Juan Cancio Barreto con su requinto embrujado y el concierto llevaba así a la gente por tantas emociones, entre la alegría, la sorpresa y la nostalgia, con temas como “Tokente mitãmi”, una canción que cantaba su madre a Ismael, o “A Don Raimundo”, dedicada a su padre.

Paula Rodríguez, Juan Cancio Barreto, Digno Acuña, Martín González e Ismael Ledesma.
Paula Rodríguez, José Emilio Bareiro, Juan Cancio Barreto, Digno Acuña, Martín González e Ismael Ledesma.

Entre tanto, los músicos gozaban y nosotros presenciábamos la alegría de grandes amigos que tienen el privilegio de compartir haciendo lo que aman. Y con este honor, recibimos también al acordeonista Martín González, mientras seguíamos paseándonos por la emotividad, escuchando temas como “Una pena”, “Mujer andina” y “Che kamba resa jajái”, que marcarían la recta final del concierto.

En un momento, Ismael resaltó su dicha por compartir con “grandes músicos que tenemos en nuestro país”. Reflexionó en que el tiempo pasa, pero que para él estos momentos son un tesoro y un alimento para seguir su camino.

Se despidió así con “Ndarekói la culpa”, luego de avisar que su prioridad era que disfrutemos de las melodías, de la belleza de lo simple con estos instrumentos característicos del folclore paraguayo. Y realmente nos transportó a esos momentos hermosos que uno encuentra en lo sencillo, como una preciada siesta bajo un árbol de mango, tomando tereré.

Con el público que rompió en aplausos, no faltó el pedido insistente de “¡otra!” algo que Ismael y todos los músicos juntos en el escenario respondieron con un encendido “Guyra campana”.

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De esta manera Ismael demostró estar en la cúspide de su toque y su presentación en el escenario. Su ejecución fluye como un río por momentos manso y en otros tiempos, caudaloso. Él es el agua que se mezcla con las cuerdas para abrazar así a la gente.

Luego de recorrer escenarios del mundo viene cada vez que puede a su cuna, a ese país donde empezó a escribir su destino. Va y viene, y tal como dijo en esta ocasión, presentó ese disco que lo conectó con esas raíces que lo formaron.

Pero el llamado “primer mundo” le hizo abrir los ojos hacia otros horizontes y él entendió, en sus 26 discos, que podía construir un camino propio, con identidad. No obstante, él sabe que ese camino trazado lo trae siempre de regreso al Paraguay. Y así tocó en esta acogedora sala del centro de Asunción. Oídos y corazones atentos se reunieron a escuchar y a dejarse conquistar por la simpleza de lo grande.

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