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Ismael Ledesma trajo un concierto denominado “Del folklore al mundo” con el cual propuso dar a conocer su historia, de forma cronológica, pero a través de la música. El artista construyó un repertorio basado casi en su totalidad en sus propias composiciones, pero también con un par de obras clásicas de nuestro folclore que han sido inspiración, para mostrar cómo fue trazando su camino creativo a lo largo de estos años.
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Fue así que cerca de las 21:00, luego de que la conductora Lucía Sapena presente parte de la extensa biografía de Ismael, este hiciera su aparición así sin más, de forma sencilla, como es él. Ya desde el inicio emanando ese carisma que lo caracteriza.
Todo de negro: zapatos, pantalón, remera y chaleco. De gala impecable. Ismael tomó el arpa que se encontraba solitaria en el medio del escenario y enseguida volvimos a confirmar que uno no puede vivir sin el otro. Una luz iluminaba sus cabellos largos, grises, y enseguida la melodía de “Agua dulce” inundó el teatro. Las notas calaron profundamente desde el inicio. Ismael y arpa se amalgaman cuanto toca, y podemos ver a ese arpista que soñaba ser de niño.
Eso contó durante todo el concierto. Desde que tiene memoria él tiene recuerdos de arpas, guitarras, voces cantando. Esa influencia hizo de él un artista que quiso buscar otros caminos para el arpa paraguaya. Su travesía lo llevó a vivir a Francia y es de ahí que viene cada vez que puede.
“Estoy después de un año”, confirmó justamente luego de los aplausos. “Los aplausos de mis compatriotas son más importantes aún que los que recibo afuera”, expresó, enardeciendo al público.
Luego explicó que toda su vida compuso música que cuenta algo de él, porque de quien más sabe es de sí mismo. Todo eso lo hizo siempre a partir de una raíz folclórica, por lo cual en este momento invitó a acompañarlo en el escenario a Paula Rodríguez en contrabajo y a Digno Acuña en guitarra, para mostrar las primeras obras que tocó o que compuso de niño.
En este tramo presentó “Niñerías”, “Pueblo jeroky”, señalando que las únicas dos obras que hizo también aquí, como “Llegada” y “Carreta guy”, no pertenecían a su composición, pero que sí fueron parte importante de su formación.
Para “Sonidos de cuerdas”, “Aromas del mundo” y “Flores de Asunción” la guitarra la tomó Orlando Rojas, quien conforma con Ismael y Andrea González el trío Ysando. La gente estaba atenta y aplaudía a rabiar cada vez que finalizaba una obra, demostrando alegría y admiración.
En un apartado especial, Ismael celebró haber ganado el año pasado el premio Propya a Mejor Canción de Folklore Instrumental por la clásica “Pájaro campana”, que también ofrendó al público. Asimismo, recibió un reconocimiento por parte de la Secretaría Nacional de Cultura.
Entre emociones a flor de piel, sonrisas y casi sin mediar más palabras, porque la música hablaría por ellos, la segunda parte contó con la participación de Tato Zilli (bajo), Carlos Centurión (piano), Riolo Alvarenga (batería) y Gabriel Colmán (guitarra), quienes dotaron a las obras de cuerpos, sentimientos y formas diferentes.
Esta parte de la travesía mostraba las obras de un Ismael más maduro y curioso, como “Paso indio”, “La balada del indio”, “Amazonas”, “Esperando el sol”, “Baile de las cuerdas”, “Melancolía”, “Arpa caliente”, “El vagabundo”, “Colores latinos” y “Yacaré”. Obras en las que el arpista sacó chispas de emotividad de su arpa. En todo momento demostrando que es, sin dudas, uno de los principales y más altos representantes de este instrumento en el mundo.
Ese niño akãhatã, que ya desde joven se destacó en concursos y que viajando supo encontrarse a él mismo, a su propia raíz, concluyó una noche llena de espontaneidad y gracia, transmitiendo exactamente su ser. Con la impecable técnica que lo caracteriza, a la que sabe dotar de suma sensibilidad, Ismael abrazó al público con su música contemplativa, autorreferencial, conmovedora, que sabe pintar paisajes con sonidos. Ese viernes pintó esa fotografía inolvidable, de esos aplausos en casa que valen más que todo el oro del mundo.