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En plan de inmersión y meditación, como para calmar un poco las ansias por el encuentro, una música suave ambientó el local por unos minutos, mientras las luces seguían apagadas y el humo del escenario se colaba entre la gente que colmó Kilkenny.
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A pocos minutos de la medianoche de ayer subieron a escena los cinco hermanos Andersen: Sebastián (voz), Camila (voz), Valentín (guitarras y voz), Máximo (teclado) y Santiago (violín), quienes forman la banda junto con Andrés Nör (bajo) y Julián Ropero (batería), para desatar la efusividad de un público que disfrutó de un hermoso ritual con este grupo.
Su propuesta es llamativa, porque entre la ternura de lo inmersivo y la explosión más rockera, la banda te lleva por un viaje de emociones vibrantes, constantes y así constrastantes.
Un colchón de sintetizadores y una atrapante guitarra eléctrica arroparon al grupo que arremetió al inicio con “Savia”, “La vida cura” y “¿Cómo decir que no?”, en tanto la gente cantaba a todo pulmón “el cuerpo siempre puede un poco más” haciendo justicia a esta frase, saltando en un intercambio de energía honesto y transparente.
“Mar Argentino” irradió esa alegría que caracteriza al grupo, cuyo combustible parece ser inagotable, así como una vibra que solo se puede explicar como hermosa, pues saca una sonrisa además de llenar con su música al corazón, a través de un violín suave, voces de ensueño y potencia en la parte rítmica: bajo y batería, un dúo que descolló.
“¡Gracias por venir. Gracias por este recibimiento,es muy importante para nosotros!”, exclamó Sebastián entre aplausos y ya un calor que se elevaba. Con “Abrime los ojos” y “Domador de sombras” invitaron al despertar, en lo que era ya un baile generalizado, un pogo de felicidad, en tanto Camila bailaba con todo su ser, cual flor abriéndose a los rayos del sol.
Una guitarra pendular anunció el inicio de “Revoluciones caseras”, con Sebastián cantando con la bandera de Paraguay como una capa e invitando a todos a cosechar desde casa la anhelada paz. “Lo poquito que puedo, lo doy”, expresó el cantante sobre esta canción que confirma que toda revolución parte de uno mismo.
“Estoy aprendiendo a quererme en estos tiempos tan locos” cantó después Cami, tomando el protagonismo para “Tesoro escondido”. Más adelante agradeció a toda la gente por estar “tan cerquita” y “por la entrega desde el primer tema”. El público se mostró solamente feliz de poder disfrutar justamente de la magia que tiene también la cercanía y la dinámica de un show más bien íntimo.
Cami siguió al frente de la banda para cantar “El cuerpo sabe”, sumergiendo a todos en la poderosa dulzura de su voz cristalina. Ella cedió después el micrófono a Valentín, quien saludó con una sonrisa de oreja a oreja y empezó a cantar una maravillosa versión de “Oro de abeja”, cuyo coro pegadizo afirma que “este mundo se merece tu paz”.
“Es muy lindo estar en Paraguay de vuelta. Nos tratan muy bien y eso se agradece”, dijo el guitarrista, recordando aquella vez de 2014 en que vinieron a sembrar las semillas que ahora están cosechando.
Valentín siguió cantando “Ella es agua” en una sutil conexión con “Semilla del alma”, donde Sebastián volvió a ser la voz principal. Tanta era la intensidad del solo que ofreció Valentín que rompió una cuerda de su guitarra, teniendo que tomar automáticamente otra.
“Qué linda noche compartimos, gracias por esto”, decía más tarde Sebastián para ofrendar una introducción teatral, llena de histrionismo, para dar paso a “Gas pimienta y a brindar”. “Esquina impar” y “Túnel de la vida” sonaban hacia el final, cuando incluso el cantante anunció que harían un “falso simulacro” pues ante la cantidad de gente no podrían “desaparecer” del escenario para volver para el bis.
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En esta recta final sonaron temas como “Romance con el desapego”, “Incandescente”, “Un mal delito entre confiar o morir” y “El riesgo”. Así pasó, por casi dos horas, un espacio donde no solo se vivió música bien hecha y ejecutada con una mezcla de precisión y pasión, sino también ese ir y venir de ideales que coinciden.
El Plan de la Mariposa le canta a ese hecho del salir del piloto automático, de abrir los ojos, de abrazar el amor propio, de disfrutar por sobre todo y de utilizar la música y el movimiento del cuerpo como un vehículo para que la consciencia pueda ver mucho más allá de la rutina, para buscar contagiar a seres que sean más amorosos para con el otro y con el mundo, para que se unan a esta tribu del querer.