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El nombre de Guido Sant’Anna hizo sonar las alarmas en el mundo sinfónico. Se hablaba de un niño prodigio, de esas historias de película. De origen humilde y viviendo en la periferia de São Paulo, comenzó sus estudios de violín a los 5 años de edad y a los 7 ya estaba tocando como solista con una orquesta bajo la dirección del maestro Julio Medaglia.
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En 2018, entonces con 12 años, fue el primer sudamericano en ser seleccionado para el prestigioso Concurso Menuhin en Ginebra, Suiza, siendo finalista y recibiendo el Premio de Música de Cámara y del Público, además del apoyo de la Caris Fundation con el préstamo de un violín Iorio de 1833.
Su última conquista fue el año pasado cuando, con 17 años, ganó la décima edición del Concurso Internacional de Violín Fritz Kreisler en Viena, una hazaña sin precedentes para el país y para el certamen, uno de los más importantes del mundo.
A este violinista se citó la gente a ver anoche en el “Tom Jobim”. Así, minutos después de las 20:00 la gala comenzó con la Sonata Nº 4 para violín y piano, del brasileño Cláudio Santoro, quien fuera un destacado pianista y violinista del país vecino, y de los nombres más importantes para la música de Brasil.
Desde el primer instante en que el arco frota las cuerdas, el violín de Sant’Anna se transforma en una voz cantante. A través de un inicio muy dinámico y arrasante, el músico pareciera dejar de existir en este plano, para trascender con la música. Es como un médium, pero en este caso un mediador entre el alma de la obra y el corazón del público.
En la ocasión, Sant’Anna fue acompañado de forma magistral por el pianista coreano David Lee, quien reside en Paraguay y toma a este país como su otra patria. Ambos supieron así, conjugar a cabalidad y en las medidas justas, emoción, sensibilidad, virtuosismo y tecnicismo.
Esta obra, plagada de temperamento y contrastes sonoros como de tiempos, fue aplaudida a rabiar por un público que se mostró muy atento y efusivo. De esta energía que llenaba la sala, el dúo pasó a presentar la Sonata para violín Nº 9 (Kreutzer), de Beethoven.
Esta composición fue dedicada por el compositor alemán al violinista francés Rodolphe Kreutzer, considerado uno de los mejores de su época. Incluso él mismo había expresado a Beethoven que la obra era intocable por su complejidad. Guido toma esta pieza y la hace suya desde cada fibra de su ser. Con sobrada facilidad recorre los intrincados caminos que el alemán tejió con pericia para el violín.
Sant’Anna desentraña los movimientos, por momentos opuestos, con esa mezcla interpretativa que lo hace ser un violinista con toda la experiencia de quien pareciera haber nacido hace mucho tiempo y el cariño y la inocencia de un adolescente que descubre en cada nota su amor por la música.
Y es ese adolescente el que aparece cuando termina cada obra, pues con suma sencillez Guido agradece, incluso hasta con cierto aire de inocencia y modestia, que tantos aplausos y gritos no son necesarios, ya que él solo comparte el talento que supo desarrollar y es feliz por ello.
Los aplausos de la gente de pie eran interminables, por lo que volvió a entregar otra pieza, el Valse Sentimentale, de Tchaikovsky. Una obra corta pero que en las manos de Guido se torna todo un cuento en el que uno quiere quedarse a disfrutar.
Vuelven a salir las emociones que lo llevan a transformarse, de forma sorprendente, en alguien que ha vivido mucho a través de la música. Cómo un joven de 17 años puede llevar en sí tanto dramatismo, tanta belleza de romance y tamañana ejecución brillante, lo hace realmente un ser único, de mundos que convergen en un solo cuerpo.
La maravilla de la música
La gente estaba embelesada y sumida en un trance. Todos despertaron ante un cierre mágico. El público recibía esa emoción de Guido y retribuía esos aplausos que, al ser tan extensos, hicieron que vuelva, ahora sí por última vez, a entregar un bis definitivamente final.
En una graciosa escena se miraron con David Lee, quien entendió y cedió completamente el escenario para que él quede solo y demuestre toda la potencia de su universo como solista. Guido se quedó un rato mirando arriba y pensando qué más podría tocar a la gente.
Sant’Anna eligió el segundo movimiento de la Sonata Nº 5, de Eugène Ysaÿe. Una pieza difícil por la alta calidad técnica que requiere sin sacrificar la parte emotiva y de carácter, todo lo que Guido cumple con armoniosa y magnífica impecabilidad.
El músico es la confirmación de un don pero también del trabajo duro, una combinación que hace que sea hoy de los mejores violinistas del mundo. A un talento como Sant’Anna no queda más que admirar, disfrutar y augurar que siga construyendo una carrera a base de amor y respeto, sin perder de vista esa humildad que se nota que lo caracteriza y que no deje de maravillarse por la música.
Los aplausos volvieron a resonar por toda la sala y por mucho tiempo. Él saludó en varias ocasiones, demostrando en sus expresiones faciales profunda gratitud.
Hoy hay otra oportunidad para verlo, específicamente a las 20:00, pues actuará como solista con la Orquesta Sinfónica Nacional interpretando el Concierto para violín y orquesta en Mi menor, opus 64, de Félix Mendelssohn.
La actividad tendrá lugar en la Sala de Convenciones del Banco Central del Paraguay (Federación Rusa y Augusto Roa Bastos) y también será de acceso libre y gratuito hasta completar la capacidad de la sala.