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Martín Ortega tenía una infancia tranquila, apacible y divertida en su Coronel Oviedo natal. Él jugaba el clásico “partidito” o el tuka’ẽ kañy por las calles, con sus amigos. Pero también en su casa siempre estuvo presente el arte, pues su papá es músico y docente de dibujo y pintura. Casi por obligación, según él mismo recuerda, llegó la guitarra. “Yo quería jugar, pero mi papá me hace estudiar guitarra y yo lloraba”, rememora entre risas. Pero cuando empieza a tomar clases con su tío Virgilio Recalde, alrededor de sus 9 años, empieza una relación que él nunca imaginó.
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“Ahí le agarré el gusto. Hice amigos con quienes podía tocar, profundicé en la música paraguaya”, dice sobre sus inicios. Años más tarde aparece quien es, hasta ahora, su mayor mentor e impulsor: el requintista Juan “Panchi” Duarte. “Él fue muy motivador en ese sentido. Verle tocar era impresionante”, explica el músico, quien empezó también a descubrir otras referencias entre Berta Rojas y Juan Cancio Barreto. En una computadora vieja, sin acceso a internet, él repetía una y otra vez videos que conseguía de otro lado. El gusto crecía.
“Con Panchi me adentré en el requinto y en la música popular latinoamericana. Empezaron las presentaciones en iglesias, colegios. Cuando mi mamá viajaba a Asunción yo pedía discos de Juan Cancio. Así empezó”, explica.
El despertar de la consciencia musical
Ya cuando tenía 14 o 15 años pudo ver en concierto a Panchi y Juan Cancio, cuando llegaban hasta Coronel Oviedo. También ya con internet, empezó a descubrir otros artistas, llegando a encantarse por el español Paco de Lucía por ejemplo. Empezó a tocar en concursos y festivales, sintiéndose motivado por la competitividad. No obstante, la falta de una escena en su ciudad natal lo desmotivó por un tiempo. Incluso llegó a probar estudiar Informática de forma universitaria, por buscar algo que pueda tener rápida salida laboral.
Aunque también conoció la guitarra eléctrica, oscilando entre el universo del rock y el folclórico. “No sabía tampoco cómo hacer, acá no había una universidad de música. Se abrió la FADA pero no me era accesible llegar, tenía que ver dónde vivir allá y otras cosas, y acá era difícil porque no había escena artística y yo necesitaba de eso para nutrirme”, dice desde Coronel Oviedo, donde recuerda aquellos momentos de dudas acerca de su futuro.
Pero Martín decidió hacer caso a lo que le motivaba. Decidió viajar a Ciudad del Este para averiguar sobre estudios musicales. Allí conoció al destacado guitarrista esteño Favio Rodríguez, quien supo ser un gran faro en su camino. Otra gran oportunidad se dio cuando fue elegido para formar parte del ensamble Pu Rory, de Berta Rojas, en 2016, donde pudo conocer a otros guitarristas de su generación y compartir con destacados maestros. Otro lugar que lo nutrió fue el Festival de Cuerdas en Hohenau, destaca.
La veta compositiva
“La composición, por ejemplo, empezó con Berta. Ella me pidió que haga algo para el ensamble y ya me pagó luego, eso te motiva”, recuerda con gratitud.
En ese sentido, él menciona que un componente importante es la cuestión de la autoestima, que si está bien nutrida puede dar importantes resultados. “A veces no sabés si lo que hacés es bueno, entonces ahí entra el soporte, el empujón que otro te pueda dar, y ese papel tuvieron los artistas con los que compartía”, explica.
En esa etapa llega su primer álbum llamado “Lágrimas de los pueblos indígenas” (2018). “Ese disco me ayudó en ese sentido”, afirma sobre su descubrimiento de sus dotes como compositor.
Pero algo que él no esperaba es que en su vida haya un capítulo entero dedicado a un inesperado problema de salud. En esa misma época se le diagnosticó una distonía focal, un padecimiento neurológico que le genera hasta ahora problemas de motricidad justamente en las manos. Eso lo obligó a dejar un tiempo la guitarra netamente clásica y retomó la ejecución con púa, algo que aprendió en sus inicios con Panchi Duarte. Y era justo en ese momento que empezaba a tener varios encargos de composiciones, tanto para el Mbarakatrío hasta para una bailarina que le pidió arreglos de obras de Emiliano R. Fernández.
Si bien la distonía focal continúa, porque el tratamiento es costoso e implica dejar de tocar, Martín tomó este hecho para concentrarse con detenimiento en disfrutar de la música. Incluso, supo aprovechar lo que le sucedió, pues mezcló en sus composiciones el lenguaje de guitarra clásica con la primera escuela que tuvo, de guitarra popular con púa.
Capítulo latinoamericano
Luego se cruza en su camino otro músico que resalta por su ejecución y sus composiciones, Orlando Martínez. Con él conforman un dúo al que llaman Che Valle, con el que llegan a grabar los álbumes “Che Valle” y “El Nano”. Ahí empezaron a viajar.
“Gracias a la distonía fue también que volví a la escuela bien latinoamericana. Entonces con Orlando teníamos este repertorio en común y luego empezamos a componer con influencias nuevas. Él venía de la escuela del choro e incluso de la música española y yo con mis conceptos de lo que sería la música paraguaya con un componente más contemporáneo”, detalla.
Ortega reafirma la importancia de investigar todo el tiempo para conocer, entender y saber lo que uno está componiendo. “Como empezamos con Orlando no fue pensado, fue muy inconsciente, no es que creamos un sistema filosófico, nada más queríamos tocar lo que nos gustaba y de la forma en que nos gustaba, con influencias de nuestros géneros pero respetando la tradición, porque la tradición es como la raíz del árbol pero que sigue creciendo. A mí me encanta la música tradicional, los conjuntos folclóricos, la polca jahe’o. Mi sueño frustrado es tener un conjunto, no sé nomás cantar”, comenta con una sonrisa.
Pu Asy y la nostalgia
Para Martín, su nuevo álbum “Pu Asy”, impulsado por Panchi Duarte, en parte tuvo esa intención de traer al repertorio de guitarra solista esas polcas jahe’o. Ortega veía que en la guitarra solista instrumental no había tanto repertorio paraguayo si no eran obras de Mangoré que “son difíciles de tocar”. Entonces quería hacer “más accesible el repertorio”. Pero en el fondo, esto tuvo como punto de partida llevarle una serenata a su abuela. “No quería tocarle algo tan denso y moderno”, recuerda.
Así, el álbum contiene versiones con arreglos originales de obras como “Ahakuetévo ascribita”, “Amor y Rosa”, “Canción a Villa Florida”, entre otras, como también dos piezas originales de Martín como “La mansa” y “Pu asy”. Este último tema contó con aportes de Willy Chávez, quien sugirió añadir bajo y guitarra eléctrica y también mezcló todos los temas. “Es más experimental”, dice sobre dicha obra. La masterización estuvo a cargo de Leandro Duarte. Participan también Orlando Martínez y Fernando Ojeda.
A la hora de pensar qué lo motivó a crear esta obra discográfica, piensa que tuvo la intención de mostrar esa música paraguaya más “melancólica o trágica”. “Quería explorar más ese lado, porque la música paraguaya no es todo kyre’y como se piensa, no es todo alegría. Recuerdo cómo la guarania surgió para expresar ese lado melancólico del Paraguay y pensé en profundizar ese concepto, por eso mi música en su mayoría está en tonalidades menores”.
Al respecto, justamente el nombre a la composición “Pu Asy” la puso Berta Rojas. “A ella la música le transmitía ese sonido quejumbroso, angustioso”. Esta intención, según recuerda, vino también de haberse visto conmovido por la versión de “Meditación” del disco “Piano paraguayo”, de Óscar Cardozo Ocampo “porque tenía ese lado bien denso de la melancolía, de la tragedia”. Todo esto prendió en él al darse cuenta también “que se estaba dejando de lado esto, porque no es comercial hacer música triste y por ese lado quería aportar”, refiere.
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El desafío y placer de vivir la música
Martín piensa en la composición como algo “muy intuitivo”. “No siempre tengo un objetivo específico a expresar. Me siento de alguna manera, no sé explicar con palabras entonces compongo, pero también está el goce, el placer. A veces es simplemente ese disfrute de componer. Como que crecí con eso entonces forma parte de mí, una especie de maldición también que no puedo dejar”, bromea.
El músico es sincero y afirma que “siempre pasa” por su mente el querer dejar de tocar sobre todo cuando su problema de salud le aqueja mucho. “Hay tratamientos pero son lentos y al final no sabés si va a funcionar”, dice. Pero él no se tira para abajo y aprovecha esos momentos de quietud para desarrollar la lectura y el dibujo. “A veces puedo estar inactivo un tiempo, pero tengo muchos temas compuestos pendientes de grabar”, destaca.
En ese sentido él dice que trata de no desesperarse y de encontrar un equilibrio. “Trato de no tanto pensar en el futuro, pero tampoco dejar de lado los planes. Me gustaría meterme más en la pintura para enseñar en colegios. A veces quiero estar más quieto, porque estuve mucho tiempo tocando en cumpleaños, fiestas. Quiero tocar cuando sea indispensable o muy interesante. Que sea algo auténtico y genuino, para expresar eso”.
En una honestidad muy característica en su hablar, afirma que “es complicado” el vivir siendo artista. “Es una situación de resistencia más que de talento. Hay gente talentosa que deja por el camino. Además está la falta de recepción por parte de un público que no hay tanto para la música instrumental. Casi no hay toques entonces uno tiene que ir creando sus espacios. Este disco hasta ahora fue algo más por amor, vamos a ver si hay una retribución en el futuro. Pero uno hace esto porque le gusta, no sabés qué va a pasar pero necesitás expresarte”, explica el músico quien también ejerce la docencia de guitarra.
“El ser artista tiene sus momentos oscuros. Es muy difícil. A veces uno se siente impotente, pero hace las cosas porque no puede dejar de hacer. Si Panchi no me decía para hacer este disco no iba a hacer, así que por suerte estoy rodeado de músicos con sabiduría y experiencia”, cierra.