Danza, emoción y reencuentros en la gala del Buenos Aires Ballet en Paraguay

El pasado 14 de julio, un Centro Paraguayo Japonés lleno fue escenario de una noche inolvidable, donde el Buenos Aires Ballet, dirigido por Federico Fernández, ofreció una gala conmovedora, con la participación especial de la compañía paraguaya ÚNico’s. El público celebró con entusiasmo cada pasaje, entregado al hechizo del movimiento, la música y la expresión. Fue una velada que confirmó el poder de la danza para emocionar, narrar y reunir mundos.

Tatiana Mersan y Jiva Velázquez, dos talentos paraguayos de alta calidad y sensibilidad. Foto: Camila Mussi.
Tatiana Mersan y Jiva Velázquez, dos talentos paraguayos de alta calidad y sensibilidad. Foto: Camila Mussi.

La apertura fue un gesto de regreso y de reencuentro. En “Aguas primaverales”, Tatiana Mersan y Jiva Velázquez irrumpieron con un pas de deux radiante, rebosante de energía y lirismo. El reencuentro de Tatiana con el escenario, luego de un tiempo, se sintió como una caricia al alma del público. Y el retorno de Jiva, paraguayo formado en el Ballet del Teatro Colón, resonó como un símbolo de lo que vuelve y florece. Su danza tenía la agilidad del agua y la delicadeza del viento; su conexión, la fuerza de lo genuino.

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La línea clásica se sostuvo con “Raymonda”, donde Melisa Heredia y Miguel Ángel Klug exhibieron su virtuosismo en una ejecución precisa y luminosa. La elegancia de la técnica se mezcló con una química escénica palpable, dando cuerpo a una escena de romanticismo estilizado, casi escultórico.

En “El talismán”, Romina Panelo y Emanuel Gómez ofrecieron un dueto de gran profundidad dramática. La historia de amor y sacrificio que articula esta obra se volvió visible en cada gesto, en cada mirada, en la forma en que sus cuerpos sugerían el contraste entre lo terrenal y lo divino. Su presencia escénica hipnotizó.

Romina Panelo y Emanuel Gómez.
Romina Panelo y Emanuel Gómez. Foto: Camila Mussi.

Un momento especialmente emotivo fue “El cisne”, con la interpretación de Julieta Paul Kler. En su cuerpo habitó un ave que flota, que lucha, que siente todo profundamente. Su danza, sostenida entre la fragilidad y la nobleza, evocó el tránsito de la vida con una sensibilidad que conmovió al silencio.

Luego llegó “El corsario”, en un pas de trois electrizante con Rocío Agüero, Facundo Luqui y Jiva Velázquez. El fragmento bastó para imaginar toda la obra. Cada intérprete asumió su rol con entrega y solvencia: los vínculos entre Medora, Conrad y Alí se desplegaron en escena como una historia de fuga, deseo y destino, donde la pasión guiaba cada movimiento.

El cisne.
Julieta Paul Kler. Foto: Camila Mussi.

Tras el intervalo, la compañía anfitriona ÚNico’s propuso un cambio de energía con “Estaciones en movimiento”, una obra coral coreografiada por su director Nicolás Moreno sobre música de Vivaldi.

El elenco emergió con fuerza y cohesión, envuelto en luces rojas y movimientos precisos, mientras el violín en vivo de Fabio Araújo aportaba una dimensión visceral. Fue una propuesta dinámica, que puso en valor la expresividad colectiva y la imaginación coreográfica.

La compañía ÚNico's. Foto: ABC.
La compañía ÚNico's. Foto: ABC.

La segunda parte de la gala introdujo un nuevo lenguaje: el tango. El Buenos Aires Ballet lo abrazó con elegancia y poder, oscilando entre lo sutil y lo pasional en la serie de piezas que integraron “Entretangos”.

Melisa Heredia y Miguel Ángel Klug inauguraron este segmento con “El día que me quieras”, un dúo impregnado de deseo y ternura. La química entre ambos desplegó un relato de amor que se sentía en el aire.

Miguel Ángel Klug y Melisa Heredia. Foto: ABC.
Miguel Ángel Klug y Melisa Heredia. Foto: ABC.

Luego, “Violentango” trajo intensidad y riesgo. Romina Panelo y Emanuel Gómez se entregaron a una danza que oscilaba entre el vértigo y la tensión emocional, con una técnica sólida al servicio de la narrativa.

Julieta Paul Kler volvió al escenario con “Adoquines”, pieza de profundo dramatismo. Cada paso suyo parecía abrir una grieta y luego cerrarla; su cuerpo se quebraba y recomponía, como si la tristeza misma se moviera con ella. Fue una interpretación que dejó sin aliento.

“Tango para tres”, con Rocío Agüero, Jiva Velázquez y Facundo Luqui, ofreció una trama de tensiones cruzadas, encuentros y desencuentros. Fue una danza de líneas y entrecruces, de energía condensada en movimientos ágiles, un diálogo corporal tan íntimo como explosivo.

El cierre con “Libertango”, de Astor Piazzolla, unió a todos los intérpretes en una coreografía coral que se expandía y contraía como un corazón latiendo. Entradas y salidas, diagonales marcadas y figuras colectivas fueron acompañadas por efectos de luces que intensificaron la atmósfera. El público, encendido, pidió más. Y hubo bis.

Fue una noche que celebró no solo la danza, sino también el esfuerzo de las compañías autogestivas que sostienen el arte con pasión. Una fiesta para los sentidos, donde cada cuerpo en escena fue también cuerpo de emoción.

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