Se dice que la domesticación de los animales comenzó en forma espontánea e inesperada cuando algún hombre arrojó un hueso a un perro. Desde ese momento este ya no lo dejó. Los animales pasaron a ser compañeros, ayudantes de trabajo en tiempos de paz y en la guerra, así como en el culto religioso. Todas estas manifestaciones, desde las más antiguas hasta las contemporáneas, están reunidas en la exposición Compañeros que muestra por primera vez obras de arte de la colección privada de Nicolás Darío Latourrette Bo.
“Se trata de las distintas interpretaciones del arte respecto al mundo animal, desde las versiones más afectivas que son los animales que convivieron con nosotros y otros que son puramente simbólicos”, comienza explicando el museólogo Luis Lataza, curador de la exposición.
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Uno de los primeros animales domesticados fue el perro y se lo puede ver en la muestra en óleos, petit bronce, porcelanas, además del bronce, como el pequeño modelo de la escultura de la mascota del Museo, Gonzalo, de Gustavo Beckelmann. Óleos que eternizan a los compañeros fieles de la casa son los de J. Henning, que representa al Rey de la Casa (1925) y el Border Collie (c. 1950), del uruguayo Alberto Spinzio. Una escultura que muestra al perro de labranza es el de Jules Moigniez en La caza del faisán (1870).
Se exponen obras que podrían haber sido familiares o de grandes artistas de la animalística europea del siglo XIX.
Los compañeros pícaros y parlanchines, como los loros, monos y gatos, tampoco están ausentes. Resalta una gata de Lotte Schulz, que habría sido su famosa mascota Pettunia, hecha en cuero no rasado con mínimos trazos. En Luz nocturna, del francés J. Bouchin, muestra dos gatos iluminados con una lámpara de aceite (c. 1900).
Los caballos –explica Lataza– fueron los animales más reproducidos que los perros y todos los demás animales en la historia del arte, pues han acompañado al hombre en el trabajo así como en tiempos de guerra y como medio de locomoción hasta el siglo pasado. Se lo ve en una talla china primorosa en jade en La Estampida (siglo XX) y en óleos como el del artista paraguayo Herminio Gamarra Frutos (1983) y el óleo Calma en la Tormenta, obra posimpresionista del rumano Nicolae Grigorescu (siglo XIX) junto a otras obras de europeos como el Descanso del rebaño (c. 1840) del inglés John Frederick Herring; El establo, de Adolf Nickol (s. XIX) y el Toro Hereford (1880), de Friedrich Voltz, ambas obras de origen alemán.
Simbolismo sacro
Los animales también están presentes en el arte sacro como signo de intervención divina. Además de San Roque acompañado de su fiel compañero, el perro; tenemos por ejemplo la Santísima Trinidad, donde el Espíritu Santo toma la forma de una paloma y San Miguel Arcángel con cara de niño, del barroco, con animales híbridos que representan la suma de todos los miedos en el demonio. En contraposición a la simbología cristiana, aparecen también los animales híbridos de la tradición oriental con los famosos dragones y los leones de Fu, protectores de Buda.
Una pieza central de la exposición es un pequeño monje budista con un perrito tallado en piedra y que mucha gente identifica con Buda niño. Es una obra actual, obsequiada por Gracia-Han y José Chih-Cheng Han, embajador de Taiwán.
Entre las más antiguas representaciones nos remontamos a Horus, dios egipcio en forma de halcón que porta una corona superpuesta que representa el Alto y el Bajo Egipto.
Otra pieza arqueológica de cerámica griega (Skyphos cerámico) del siglo V o IV a.C. muestra el Buho de Atenea, también símbolo de la ciudad.
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La iconografía precolombina del Perú también es rica en representaciones animales en los objetos arqueológicos que se exhiben en la muestra. El dios Ai Apaec de la cultura Moche aparece en una cerámica del año 200 d.C. De la cultura Vicus (c. 50 a.C.) se tiene la dualidad con dos animales marinos enfrentados que representan el comienzo y el fin o masculino-femenino. El mono Moche representa la curiosidad astronómica en la cultura Moche (Perú), pieza precolombina de unos 400 años d.C.
Animales con fines morales
Un curioso petit bronce francés de Joseph Victor Chemin representa la fábula del lobo y la garza de Esopo que nos recuerda Luis Lataza. Cuenta este relato que un lobo se atragantó con un hueso y le pidió a la garza que lo ayudara a sacarlo con su pico a cambio de una recompensa. Luego que la garza sacara el huesito, pidió el premio a lo que el lobo dijo: ¿Y no te basta con haber sacado sana la cabeza de la boca de un lobo? Entonces la moraleja es que no vale la pena hacer el bien a los malvados, que nunca vamos a tener la recompensa esperada. “Por tanto, la animalística puede ser usada para reflejar las mascotas hasta los dioses, monstruos y mensajes morales”. Lo llamativo es que la escultura fue un trofeo en un campeonato de Tiro a la Paloma, actividad que estuvo de moda en el siglo XIX.
Dos porcelanas alemanas magníficas de Rosenthal (comienzos del siglo XX) muestran al tigre y el león en todo su esplendor.
<b>Compañeros del planeta</b>
El mensaje de la exposición y la fundación Latourrette Bo también es la protección de la naturaleza por lo que la muestra adquiere carácter pedagógico para que los niños puedan aprender durante las vacaciones de invierno. “Compañeros significa que los animales fueron nuestros acompañantes físicos y espirituales desde el inicio de la humanidad hasta hoy. Y son parte de nuestra supervivencia”, concluye Lataza.
Y como broche de oro, en la Villa Lina se puede apreciar una portentosa escultura en bronce de Eloísa, de Andrés Velastiquí. Representa un homenaje a una de las mascotas rescatadas más queridas del mecenas y que será parte del Monumento al Perro Abandonado.
Más info:
La exposición puede ser visitada todos los días hasta el 20 de julio en el Museo de Arte Sacro (Manuel Domínguez y Paraguarí) de 9:00 a 18:00.