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El Justiciero, estrenado en 2014, es un sólido ejemplo recientes de un sub-género de películas que en ciertos círculos de la internet interesados en el cine ha comenzado a ser denominado “Dad Films”, películas para papás, probablemente porque se trata de películas de acción como las que dominaban el género en las décadas de los 80 o los 90, de presupuestos modestos (para los estándares de Hollywood) y centradas menos en espectáculo y más en la simple y visceral fantasía de una figura (habitualmente masculina, aunque hay excepciones) como mínimo de mediana edad masacrando malhechores y simbólicamente rectificando los males de la sociedad, una escoria criminal a la vez.
Obviamente llamarlas “películas para papás” es solo una simplificación para abreviar, ya que son claramente filmes que son disfrutados por personas de todos los géneros, y como se menciona arriba no son exclusivamente películas sobre hombres. Todo lo que tienen en común es la fantasía del invencible gólem de justicia, capaz de masacrar a un escuadrón de asesinos armados usando solo sus puños o, en el caso del exmarine Robert McCall (Denzel Washington) en El Justiciero, distintos implementos de ferretería creativamente desplegados.
Desde este jueves tendremos en cines la secuela de esta historia, en la que Washington y el director Antoine Fuqua vuelven a reunirse para llevar a Robert McCall a una aventura aparentemente más internacional, pero similarmente violenta.
Si este “subgénero” tiene un filme realmente emblemático, ese es sin duda Búsqueda Implacable, la película que marcó el nacimiento de Liam Neeson como estrella de acción. El irlandés de imponente estatura y atractiva voz había interpretado roles con escenas de acción antes, en películas como Star Wars: La Amenaza Fantasma o Batman Inicia, pero aún era más conocido por roles dramáticos como La Lista de Schindler. Eso cambió en cuando se puso a las órdenes del francés Pierre Morel (protegido del siempre influyente Luc Besson) para interpretar a Bryan Mills, un exagente del Gobierno estadounidense que pone sus “habilidades especiales” a trabajar cuando su hija es secuestrada por traficantes sexuales en Francia.
Aunque engendró una secuela redundante y una tercera entrega que bien podría ser una de las peores películas de acción de lo que va del siglo, la primera Búsqueda Implacable se volvió un ejemplo a seguir gracias al poder de presencia de Neeson, que vende a Mills como una fuerza imparable a fuerza de su intimidante físico y voz, y gracias a que Pierre Morel hace un trabajo decente exagerando la proeza marcial del actor; Neeson no es ningún Keanu Reeves, pero las peleas rápidas y velozmente editadas – que prestan bastante de las películas Bourne de Paul Greengrass – dan la impresión de que Mills es un auténtico peligro para sus siniestros enemigos europeos.
Desde Búsqueda Implacable, Neeson haría su nicho en este muy específico tipo de cine de acción, con no solo las secuelas de ese filme sino también sus frecuentes colaboraciones con el español Jaume Collet-Serra en Desconocido (2011), Non Stop (2014), Una noche para sobrevivir (2015) o El Pasajero (2018).
Liam Neeson es un ícono, pero si vamos a hablar de actores de mediana edad en cine de acción, Tom Cruise es único tanto en su insistencia en hacer que las hazañas que realizan sus personajes sean creíbles y presentadas de la forma más espectacular posible, como en su aparente falta total de instinto de autopreservación.
En la filmografía reciente del actor, repleta de súper espías o héroes de ciencia ficción, la primera película de Jack Reacher, basada en un personaje de novelas creado por Lee Child, es una anomalía por tratarse de una historia mucho más “aterrizada”, en la que Cruise interpreta a un exinvestigador militar convertido en justiciero itinerante, que investiga el aparente inculpamiento de un francotirador del ejército por un crimen que no cometió, y acaba enfrentándose a las autoridades y a criminales despiadados en persecución de una conspiración.
A diferencia de su interpretación de Ethan Hunt en Misión Imposible, Jack Reacher es estoico y agresivo, aunque no menos efectivo a la hora de imponerse en una pelea con cinco personas a la vez o volar por calles y autopistas en una de las mejores persecuciones vehiculares en el cine reciente, cortesía tanto de Cruise y su insistencia en hacer él mismo sus escenas de riesgo al mando de un potente automóvil americano, como de la mano firme del director Christopher McQuarrie, que en su segunda película como director se establecía como un realizador de cine de acción a tener en cuenta, un rótulo que acabaría confirmando con creces al colaborar luego con Cruise en Misión Imposible: Nación Secreta (2015) y Misión Imposible: Repercusión (2018).
John Wick, que trajo de vuelta a la relevancia al gran Keanu Reeves en 2014, se ha convertido en su propio subgénero gracias a la belleza estética de su acción y el énfasis único que la primera película y su secuela de 2017 ponían no solo en su protagonista, sino en crear a su alrededor un mundo esotérico e intrigante de sociedades secretas de asesinos con su propia economía y peculiares reglas de convivencia.
La odisea de venganza de John Wick, un legendario sicario retirado y recientemente enviudado que es forzosamente devuelto a la acción luego de que el heredero de la mafia rusa lo asalta en su casa (sin saber realmente a quíen estaba atacando) y mata a su perro, lleva al público a una versión de Nueva York que roza el realismo mágico, con hoteles exclusivos para asesinos como la cara más evidente de un inframundo que es explorado en aún más detalle en la muy buena secuela. Pero el principal atractivo es la acción, filmada con un cuidado geográfico y una coreografía delicada e hipnótica a la vez que brutal, algo que se mantiene en todas las escenas de acción a lo largo de las dos películas y, con suerte, también seguirá vigente en la secuela que llegará el próximo año.