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En uno de los habituales paseos por las calles del microcentro capitalino, en un día cualquiera, allí sobre la calle Alberdi casi Humaitá un hombre de vasta experiencia, a juzgar por el gris de su cabello y su mirada profunda, da de comer a las palomas. No tarda en ingresar a su negocio, que en la parte superior derecha cuenta con un cartel que reza “La Rematadora”, casa de compra-venta de objetos de valor nuevos y usados.
El local alberga una inmensa cantidad de muebles, utensilios de cocina, electrodomésticos añosos, armas, juguetes, libros, vinilos y colecciones de imágenes en diferentes formatos, además de otros artefactos.
Don Justo Redondo se sienta detrás de su mostrador y hace una mueca casi sonriendo al ver a alguien ingresar a su negocio. Sabe que es una época difícil económicamente hablando pero no pierde la esperanza de vender algún que otro objeto. “Esa gente que está inundada, que no tiene dónde poner su colchón no viene a comprar nada en esta época mientras que los que tienen plata, esos son los peores compradores”, sostiene.
Las preguntas directas no funcionan para escarbar sobre el dato de las objetos, las consultas las despacha con rapidez y sin mucha explicación. “Todos los precios son relativos”; “tengo clientes de todas las edades”, responde de un zas como celoso del conocimiento que logró con el correr de los años en su rol de comerciante y coleccionista.
La Rematadora le pertenece por herencia de su abuelo; como se diría normalmente, es un negocio familiar. Confiesa que le gustaba mucho todo lo relacionado a la mecánica pero dedicarse a ese comercio “era lo que había” y da a entender que no tenía otra opción que seguir las huellas de sus antepasados.
¿Por dónde empezar? Tantas historias apiladas, fotografías de la Asunción de sus épocas doradas: cuando las calles estaban en buen estado, cuando la gente palmeaba y en el gran mercado, ahora transformado en plazas, pululaban compradores y vendedoras, entre ellas las famosas burreritas.
¡Claro! ¿Por qué no buscar un artefacto de algún personaje histórico importante? Don Justo ríe espontáneamente y cuenta que “hubo una época en que todos los que traían una cama de bronce decían que era de Alicia Lynch, venían de todas partes, yo quería saber en cuántas camas se acostó para que todas le pertenezcan. Las cosas antiguas pudieron haber sido de cualquier fulano y una pudo haber sido de ella, pero no 50 camas”, ironiza.
“Yo te puedo decir que esta fue la espada de Mariscal López pero ¿cómo vas a saber vos eso?, ¿cómo yo lo puedo certificar? Es probable que sí, pero también que no. La gente por vender te dice cualquier cosa”, agrega mientras prende un cigarro.
Ya deseoso de contar un poco más saca una colección de libros que usaba en la escuela, así como cintas de Disney y los famosos Almanaques, que usaban las madres para poner el nombre a sus hijos de acuerdo a la fecha de su nacimiento.
Con expresión pícara extrae uno de los textos de 1946, dice que nació en agosto y evoca como un reto a comprobar el origen de su nombre y, efectivamente al revisar, entre los nombres de los nacidos en esa fecha, el 9, están escritos los dos que lo identifican“Justo” y “Pastor”. Ya satisfecho con su demostración, saca otros ejemplares más antiguos y alega que tuvo suerte de que sus nombres no fueran tan terribles como otros muy extraños de aquel tiempo.
Por ejemplo, entre algunos de los nombres curiosos que se pueden encontrar en aquellos textos de antaño se encuentran: Sérvulo, Avundio, Austreverta, Paterio, Cunegunda, Absalón, Ludgerio, Pelagia, Ethewoldom Arnulio y Largión. Para algunas madres, poner esos nombres escritos por fecha en los Almanaques era ley.
Don Justo aclara que todo lo que tiene a la venta es ornamental y confirma que en la actualidad muchos locales comerciales eligen elementos de otra época para decorar. “Le advierto a la gente cuando algo ya no funciona. Que sepa lo que está comprando”, asevera.
Un poco melancólico afirma que ya han pasado “a mejor vida” los coleccionistas de su generación y los que les antecedieron que de verdad entendían sobre los artículos, de dónde provenían, la antigüedad que tenían y su verdadero valor.
En ese haber, ya resignado a no poder comprobar las historias y procedencias de la mayoría de los artefactos que posee, guarda fotografías en diapositivas, espejos, cámaras, radios, teléfonos de línea baja, los contadores de las desaparecidas cabinas telefónicas, proyectores de cinta, balas, candelabros, retratos de figuras que marcaron nuestra historia, fotografías de la Asunción gloriosa, trajes, juguetes de todo tipo, planchas a carbón y hasta una colección de botones vetustos, todos instrumentos de la melancolía para quienes vivieron en aquellas épocas y de curiosidad para quienes desconocen cómo se vivió entonces.
La emoción de don Justo parece avivarse al mostrar una imponente vitrola, que –señala– es una de las más solicitadas. Ante la consulta sobre un objeto extraño con sinceridad advierte: “No vayas a decir que esto es algo viejo, es un cenicero chino que compré hace poco de Luisito” y ríe.
Ya al final de la nota, señala un artefacto. “Mirá este es un torno odontológico que funcionaba a pedal de la época en que no existía electricidad. ¿Te imaginás el dolor que sentía el paciente con esto? Ayayay”, sostiene de manera retórica.
Finalmente, evoca que todavía hay algunos negocios que se dedican a la venta de objetos antiguos. “No sé si llamarle anticuarios, pero tienen varias cosas”, enfatiza y se despide.
Siguiendo la pista proporcionada por don Justo Redondo, al atravesar la Plaza Uruguaya, ahora cercada pero aún así bastante concurrida, se encuentra la Casa Vieja, un comercio de compra y venta de muebles antiguos, donde atiende risueña y con gran espíritu la señora Rosa Rinoco de Sora, de procedencia peruana.
Vive en Paraguay con su familia hace 25 años y desde entonces se han dedicado a vender muebles y objetos que pertenecen a tiempos pasados. ¿Qué es lo más valioso que tienen? Pues todo posee un valor particular, las arañas ornamentales que ellos mismos arman, cómodas antiquísimas e imponentes y relojes de procedencia francesa o alemana, copas, utensilios extraños, tinteros y otros ornamentos de bronce.
Dice que se venden mejor los juguetes viejos por lo que ya casi nada queda y cuenta que su esperanza de seguir con un “negocio anticuado”, consiste en las hijas de sus clientas, que desde pequeñas toman el gusto por los muebles de ese tipo y tienden a ser las sucesoras de las actuales, aunque reconoce que estamos en una generación que en su mayoría le da poco valor a estas cosas.
Rosa coincide con Don Justo en desconocer verdaderos anticuarios en nuestro país, además de aseverar que no hay dónde estudiar para saber cómo valorar correctamente los objetos. “Si hay, yo me voy a ir, porque es mi trabajo y me encanta, pero no hay acá para estudiar; mucho ya busqué”, concluye.
Lugares similares a estos hay en varios puntos de Asunción y al pasar frente a ellos la imaginación se despabila ante piezas añejas, muchas que mantienen su belleza y esplendor, que pudieron ser de cualquier persona, embajador, historiador, actor social, pero impotente queda el conocimiento de solo poder catalogarlos como viejos objetos ornamentales.
Quizás podemos soñar con situaciones similares a las que se ven en las series televisivas “Cazadores de tesoros” o el “Precio de la historia”, esta última conocida por ser la fuente del conocido meme “No lo sé, Rick, parece falso”, en las que expertos trabajan en determinar la procedencia y la autenticidad de los elementos que llegan hasta ellos, pero todavía nos queda bastante camino para establecer vínculos palpables con ese pasado atractivo y misterioso.
Con el correr de los años, ya muchos relatos relacionados con estos artículos se habrán perdido, como las famosas reliquias extraídas durante la excavación del Congreso Nacional. Hasta la fecha ninguna autoridad cultural se dignó a decir en dónde están o si se llegaron a hacer estudios de las mismas, ya que fueron publicadas como un gran descubrimiento que podría ayudar a saber sobre nuestras raíces culturales antes de la Colonia.
Ajenos a esto, dichos lugares guardan una conexión con diferentes épocas y generaciones y son capaces de embelesar a quien pasa enfrente y se detiene a apreciar algún objeto quizás deseoso de conocer la historia que alberga.