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Al igual que ocurre en todo el mundo, las abejas en Paraguay también corren peligro por diversos factores. La pérdida de hábitat por la urbanización y la expansión del monocultivo, el uso de pesticidas y todos los efectos del cambio climático redujeron su población en las últimas décadas.
Este problema se evidencia en el departamento de Caazapá, a casi 250 kilómetros de la capital del país. En esta zona del país, las críticas sequías y las repentinas e intensas lluvias forman parte de los fenómenos climáticos más comunes en los últimos años.
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Según la Cuarta Comunicación Nacional del Paraguay a la Convención Marco, hecha en el año 2023, Caazapá es uno de los departamentos más vulnerables al cambio climático, en el sector de producción agropecuaria, forestal y de seguridad alimentaria. La sequía es uno de los principales problemas que afectan a la zona.
“La mayor parte (de los cultivos) se murió; el maíz y la mandioca se quemaban en el suelo y ahora se están recuperando. Las plantas de yerba mate -que ya estaban grandes, tenían tres años- se secaron también de nosotros”, lamentó doña Virginia Esquivel, miembro del Comité de Productores de San José Obrero.
Un proyecto esperanzador: salvar abejas, mejorar cultivos y generar ingresos
En medio de ese difícil contexto, a esta comunidad, llegó el proyecto Paraguay+Verde, que cuenta con la cooperación del Instituto Forestal Nacional (Infona) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Desde el año 2017, productores de esas comunidades reciben capacitaciones sobre plantaciones forestales, plantines para la producción y constante asistencia técnica, pero en el 2024 complementaron todo el programa con la apicultura.
“Hablando con los productores, vimos qué podíamos hacer, alternativas de ingreso, y ahí surgió el tema de la apicultura. Algunos productores ya trabajaban en eso, pero de forma artesanal, entonces se interesaron”, explicó el ingeniero César Florentín, técnico del Infona.
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El Comité de San José, ubicado en la Colonia Restante de Abaí, Caazapá, estuvo inicialmente solo integrado por mujeres. Idelina Bogarín contó que trabajan juntas desde el 2012 y todas se sumaron al proyecto de apicultura pensando en generar ingresos extra para sus familias y, al mismo tiempo, fortalecer sus cultivos. Con el tiempo, se sumaron los hijos, por lo que hoy hay también hombres trabajando con ellas.
“Nos trajeron los cajones y cada uno agarró sus abejas (del campo) para juntarnos y colocarlas todas juntas (las cajas). Ahora ya vemos el fruto de nuestro trabajo y sacrificio”, expresó. Añadió que ya vendieron muchos litros de miel en las primeras dos producciones.
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“Nos gusta trabajar todos juntos y, además, nos deja dinero. Y también es para nuestro consumo. La miel cada vez escasea más y es importante para nuestra salud también”, consideró doña Virginia.
El impacto positivo de las abejas
Las abejas, si bien habitan en las cajas, salen y realizan la polinización en los alrededores. Su cercanía con las plantaciones, aumenta el rendimiento de cultivos frutales, hortalizas y legumbres, generando cosechas de mejor calidad.
El ingeniero Florentín, por ejemplo, mostró una sandía recientemente cosechada e hizo énfasis en la forma y colores irregulares. “Esto, en la próxima cosecha, ya no va a pasar”, garantizó y señaló que las abejas harán su trabajo.
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“Lo que tiene de especial la combinación forestal con la producción apícola, es la polinización. La producción de abejas facilita mucho la polinización de especies forestales, principalmente las melíferas nativas de nuestro país, como el lapacho, el petebery, el yvyrapytã, que son especies de nuestro bosque nativo; entonces la producción de abejas está ayudando a la restauración de nuestros bosques nativos”, enfatizó la presidenta del Infona, Cristina Goralewsky.
Señaló en ese sentido que las capacitaciones están enfocadas en una producción sostenible, por lo cual también están trabajando para rescatar a un insecto en riesgo. La directora comentó que trabajan con el Ministerio de Agricultura y en agosto se hicieron las primeras instalaciones de las cajas. Para el mes de diciembre, ya salieron las primeras cosechas de miel. “Es tanta la demanda que ya ni siquiera sale de Caazapá la producción”, resaltó.
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Agregó que cada vez hay menos población de abejas y ello aumenta la demanda de la producción de miel. “Este tipo de iniciativas son superinteresantes porque no solamente les estamos dando renta y desarrollo económico a las familias, sino que también trabajamos con el desarrollo sostenible y para la conservación de estas especies (de abejas), que a su vez están perpetuando diferentes especies nativas de árboles”, enfatizó.
Así, mencionó que los beneficios para las comunidades son múltiples, pues no solo se protege a una especie de insecto, esencial para la biodiversidad, sino que también se genera renta económica inmediata para las familias, se mejora la calidad de las plantaciones y, además, se ayuda a la reforestación de bosques nativos.
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<b>Trabajo comunitario</b>
Doña Virginia y doña Idelina, al igual que todas las integrantes del Comité de Productores, tienen un sistema de trabajo colaborativo para la producción de miel. Ninguno trabaja solo en ningún momento.
Relataron que se ponen de acuerdo en día y horario, para hacer las extracciones y orden en las cajas de abejas, para garantizar la seguridad.
Desde el Comité Santa María, Román Cantero y Marcos Martínez también destacaron ese sistema de trabajo. Contaron que las cajas están instaladas cerca de los cultivos y siempre que van a hacer el trabajo se convocan y lo hacen juntos. Tienen cajas comunitarias y también personales.
Don Román destacó que la apicultura es ideal para personas de su edad, pues él ya tiene 70 años. “Me gusta (la apicultura) y me hace feliz, porque yo estoy viejo y no me va a costar. Voy a luchar por ellas (las abejas), voy a protegerles, eso es lo que más me importa, más me interesa”, expresó con una sonrisa.
La amenaza latente
Marcos relató que una de las causas de la crisis con las abejas es el avance del monocultivo. Contó que él creció en la zona, cuando todavía estaba rodeada de bosques, pero con el tiempo el paisaje se cubrió de soja.
En ese sentido, también Modesto Martínez destacó su gran preocupación por ese asunto. Contó que en los últimos dos años, sus sojeros vecinos usan un “matasemillas” para evitar la limpieza continúa de los campos. Sin embargo, el problema es que también el veneno afecta los cultivos de la agricultura familiar campesina.
“Este año afectó las plantas. La sandía posiblemente ni el 20% ya no maduró. De las verduras cayeron todos sus frutos e infectó por completo, también las plantas de yerba”, destacó. Contó además que muchos niños están teniendo problemas estomacales que él considera están directamente relacionados con ese veneno.
A pesar de esas adversidades y los efectos de la crisis climática, con esfuerzo y técnicas sostenibles, estas comunidades están saliendo adelante. Hoy tienen un nuevo sueño: proteger a las abejas y disfrutar de su miel.
“Si no detienen a los sojeros, acá nosotros ya no tendremos qué comer. El bosque te alimenta, porque cuando más pobre estás, podés agarrar tu machete, recorrés el bosque y encontrás un panal del cual podés sacar 6 a 7 litros de miel, vendés eso y ya comés con ello. ¿Ahora dónde vas a buscar?”, reflexionó Marcos mirando los campos de soja donde antes existían bosques.
*Este artículo hace parte de la serie de publicaciones resultado del Programa de becas de ColaborAcción edición Hábitat, ejecutado con el apoyo de la Fundación Gabo, Fundación Avina y Hábitat para la Humanidad.