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Zulema
Las caras pintadas, pelucas coloridas y disfraces de payaso resaltan en la fotografía que subí a Twitter, recordando un día especial en el que mamá y yo dimos un show especial en el cumpleaños de mi hermana Anette.
Ella llevaba años luchando contra una enfermedad progresiva. A poco de cumplir los 12 años, los médicos la desahuciaron con pocos días de vida: ya no había nada que hacer. Fue un momento durísimo, pero mi madre realmente sentía que había algo que hacer.
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Anette, limitada siempre por la enfermedad, aguerrida a la vida, no podía irse así, como apagándose, por lo que mamá organizó una fiesta de cumpleaños con otros niños, con postres y payasos (como cualquier fiesta infantil a las que mi hermana nunca pudo ir).
Pero como no había dinero para los payasos (la enfermedad se lo había consumido todo ya), mamá -que tiene la comedia en sus venas- escribió un sketch muy divertido y consiguió dos trajes de payasos que actuarían el diálogo que pensó.
Nadie quiso sumarse a esa idea de mamá. Algunos familiares pensaron que era una locura hacer una fiesta en un momento tan delicado. Yo, con ocho años, le dije a mamá que sería su ayudante y así fue: me aprendí el guión y me acuerdo haber actuado muy bien.
Mi hermana no dejó de reír durante todo el sketch. Y aún recuerdo cuánto se sorprendió de ver que los payasos éramos mamá y yo. Fue un día feliz, muy feliz, en medio de la desesperanza.
Anette murió un par de días después con una sonrisa en los labios. Mamá le convidó, hasta el último momento, su alegría por vivir y la dignidad de la vida.
De ella he aprendido tantas cosas: amar la vida aún cuando duele, sobre todo, cuando duele.
Carlos Spíndola, el orgulloso hijo de Zulema.
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Suzan
Este 15 de mayo deberíamos haber cumplido 12 años de matrimonio. Cuando Suzan y yo nos casamos, éramos conscientes de que tener hijos iba a ser difícil; una situación que pondría en riesgo su vida.
Nos conocidos por internet y cuando le pedí que sea mi novia me rechazó, explicándome que por su condición de salud nunca iba tener una vida normal.
Ella tenía una malformación congénita de las venas de su cerebro, se sometió a varias operaciones y pese a todo pronóstico, vivió una vida plena.
Hablamos de la posibilidad de adoptar pero ella tenía un sueño: tener un hijo y por un verdadero regalo de Dios, quería que yo fuese el padre.
Suzan tomaba una medicación de por vida y a consecuencia de esta no podía quedar embarazada porque le ocasionaba abortos espontáneos y malformaciones en el feto.
Sin embargo, para cumplir con nuestro sueño dejó de tomar su medicina, motivada por la fe y por el amor que desde antes incluso de concebirlo ya profesaba hacia nuestro pequeño.
Sabíamos bien los riesgos de que deje su medicación y aún así valientemente decidió seguir adelante. En el 2018 hicimos el primer intento, pero el embarazo fue interrumpido a los 45 días y tuvo que pasar por un legrado. La vi llorar de dolor, mientras sujetaba su mano. Luego le dije que podíamos adoptar, y ella levantó la vista, miró al doctor y le preguntó ¿Cuándo podemos volver a intentarlo?
Luego de esto, el 14 de enero de 2020 nació nuestro bebé, Junior. Estuve junto a ella al momento del parto, que fue por cesárea por recomendación del neurólogo. Dio a luz a un niño sano, fuerte y hermoso. Ella lo sostuvo en sus brazos y luego me lo entregó a mí mientras los doctores seguían operando. Felizmente, todo salió bien.
Cada día que pasaba, Suzan nos decía lo mucho que nos amaba y lo agradecida que estaba con Dios y la vida por haber cumplido con su sueño de ser mamá.
Aunque vivíamos sabiendo que cualquier día podría tener un episodio, ella nunca cuestionó a Dios por su condición, sino daba gracias por haber tenido la oportunidad de dar vida y haber cumplido todas sus metas. Y además, disfrutó junto a Junior su primer año de vida.
El amor de mi esposa a nuestro hijo fue más allá de muerte. Me preparó para hacerme cargo de Junior cuando ella ya no estuviese. Murió el 30 de enero del 2021. Recuerdo que tras su partida, encontré en la heladera comida preparada y lista al menos para quince días.
Vivió una vida plena y contra todo diagnóstico logró estudiar, trabajar y ser mamá, pese a que los médicos dijeron que nunca podría hacerlo.
Suzan se fue pero no me dejó solo. Estoy con una partecita de ella. Nuestro pequeño tiene su misma sonrisa, el mismo lunar, los mismos gestos y muchas actitudes que heredó de ella.
Junior crecerá sabiendo que tuvo por madre a la mejor del mundo. Siempre un ejemplo de persona, de mujer, de hija, de esposa, de amiga y madre.
Daniel, devoto esposo de Suzan
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Griselda
Cuando me enteré de que estaba esperando a Brunito, supe que iba a amarlo con cada latido de mi corazón durante toda la vida, aunque nunca pensé que la suya sería más corta que la mía.
Desde un principio supimos que él venía a este mundo para librar una gran batalla y enseñarnos lecciones que de otra forma no hubiésemos aprendido.
Todavía resuenan en mi mente las palabras del doctor que nos contó que Brunito tenía un solo riñón y que no funcionaba, por lo que tenía que hacerse diálisis.
No fueron fáciles los días entre hospitales, estudios, internaciones y tratamientos, sumado a los desafíos económicos que quienes tienen hijos enfermos saben cuando pesan.
Hubo días en los que las fuerzas parecían no alcanzarme para seguir, pero el apoyo de mis seres queridos me empujaban hacia adelante. La peor parte de ser madre es no tener superpoderes para aliviar los dolores de un hijo enfermo.
Si había una puerta que tocar, alguien con quien hablar o alguna instancia a recurrir, lo haría una y mil veces para que Brunito siga con su tratamiento.
Hay días que no aguanto su ausencia y es muy difícil seguir. Él era la alegría de la casa, de toda a familia, con su sonrisa, las canciones que aprendía, el amor que nos brindaba y la unión que nos daba. Igual, tengo una herida que nunca va a sanar pero la vida sigue, Dios y mi ángel (Brunito) me cuidan desde arriba.
Él me enseñó a tener fe y esperar lo mejor aún en los momentos más oscuros. Todavía puedo oírlo rezar y cantar alegremente, disfrutando esos pequeños momentos de amor que el Universo nos regaló.
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Cuando Brunito murió se llevó con él una parte de mi vida. Hasta ahora, me duele mucho hablar de él. Mi vida no es fácil sin él.
Su partida me dejó, entre miles de lecciones, el sueño de formar una fundación para niños con enfermedades crónicas y también para ayudar a los niños de la calle. No pierdo la esperanza de algún día lograrlo.
Hoy Brunito ya no está físicamente, pero a cada segundo lo recuerdo y lo llevo conmigo en cada cosa que hago. Yo siempre voy a ser su mamá y él siempre será mi hijo.
La persona más fuerte del mundo es una madre en duelo, que aún con el corazón en mil pedazos sigue de pie en cada amanecer.
Griselda, mamá de Brunito