Cuando la psicóloga y terapeuta educacional norteamericana A. Jean Ayres observó que, en algunas de sus terapias, había pacientes que presentaban síntomas curiosos: dolor al peinarse, al cepillado de los dientes, molestias al contacto con el agua, comenzó a investigar el motivo y, tras un tiempo de estudio, llegó al término «disfunción en la integración sensorial». Con el paso del tiempo, comenzó a ver algo mucho más preocupante, la relación causa–efecto entre este desorden y problemas en el aprendizaje, con la autoestima o la capacidad de organización.
¿Qué es la disincronía sensorial?
La disincronía sensorial es un tipo específico de disincronía interna que afecta a muchos niños con altas capacidades. Se manifiesta como una hiperrespuesta o hiporrespuesta a estímulos sensoriales: luces, ruidos, texturas, olores o sabores pueden ser experimentados de manera amplificada, molesta o incluso dolorosa.
Este fenómeno tiene raíces neurobiológicas relacionadas con la hipersensibilidad emocional, cognitiva y sensorial propia de muchas personas con alta dotación intelectual.
Características frecuentes de la disincronía sensorial. Los niños con disincronía sensorial pueden presentar una o varias de las siguientes conductas:
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- Molestia intensa frente a ruidos fuertes o repetitivos, como una campana escolar, una sirena o el murmullo constante en el aula.
- Incomodidad ante etiquetas de la ropa, costuras, ciertos tejidos o texturas en alimentos.
- Rechazo a luces intensas, ambientes con muchos estímulos visuales.
- Dificultades con ciertos olores o sabores, lo que puede generar problemas con la alimentación.
- Reacciones emocionales desproporcionadas frente a situaciones sensoriales que otros niños toleran con naturalidad.
- Búsqueda constante de movimiento o contacto físico, en el caso de niños que no reciben suficiente estimulación sensorial.
Estas reacciones no son simples «manías» ni «caprichos». Al no ser reconocidas a tiempo, pueden dar lugar a etiquetas injustas como «niño problemático», «hipersensible», «quisquilloso» o «malcriado».
Impacto o consecuencias en la vida escolar y social
Un aula ruidosa, materiales con ciertas texturas, luces fluorescentes o incluso el bullicio del recreo pueden resultar agobiantes. Esto puede generar:
- Ansiedad.
- Distracción o retraimiento.
- Irritabilidad o rabietas.
- Aislamiento social o dificultades para compartir juegos físicos.
A nivel emocional, esta sobrecarga sensorial muchas veces va de la mano de una hipersensibilidad afectiva.
¿Cómo acompañar a un niño con disincronía sensorial?
La clave está en reconocer, validar y adaptar. Estos son algunos enfoques prácticos:
- Escuchar sin juzgar: si un niño dice que algo le molesta, no minimizar, sino ver qué lo afecta realmente.
- Adaptar el entorno: reducir estímulos sensoriales innecesarios en el aula.
- Educar en autorregulación: a través del juego, el arte o la relajación guiada.
- Trabajar en equipo con la familia y profesionales: psicólogos, terapeutas ocupacionales y docentes.
- Evitar etiquetas y promover la autoestima: reconocer que la forma en que estos niños perciben el mundo no es un defecto, sino una parte de su identidad.
Fuente: ALEGRÍA, R Y OTROS. A mí no me parece. Casos prácticos para comprender la alta capacidad. Ediciones Parainfo. Madrid. España. 2015.