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El kaigue es aquel que no quiere abandonar la cama; por eso, pone su despertador a las 5:00, pero atrasa cada 10 min y, al final, coloca los pies en el suelo cuando ya son las 8:00. Hay jóvenes que, con solo escuchar a su mamá diciendo: “Andá arreglá tu pieza”, sienten que van a explotar de fastidio, porque están acostados revisando el celular y no desean que nadie los interrumpa.
En el colegio, los kaigue están físicamente en la sala de clases, pero su mente se encuentra en un sitio muy, muy lejano, pues ver el pizarrón les da dolor de cabeza y escuchar a la profe, sueño. En lugar de hacer los ejercicios de química, se pasan garabateando en sus cuadernos, mientras aguantan las ganas de dormir. Además, saben que todo se puede solucionar pidiendo prestado los apuntes del más aplicado del curso, justo un día antes del examen.
“Yo solo sé que no quiero hacer nada”, es la filosofía del kaigue socrático. Cuando el perezoso utiliza algún vaso para beber algo, lo más común es que, al momento de llevar el cubierto a la pileta de la cocina, se haga del ñembotavy y, en lugar de mezclar agua y jabón para limpiar lo que ensució, todo el trabajo se lo deja a la abuela. “Mi hermano se pude ir; él también tiene piernas”, dice el holgazán si le piden que se vaya al almacén, pues siente que cumplir la orden es igual a cruzar los siete mares para traer un poco de azúcar.
No está mal tener una dosis de kaigüetismo de vez en cuando, pero si esta actitud se convierte en una característica común del comportamiento de la persona, se vuelve preocupante. A gente así se la tacha de irresponsable y poco seria.
Por tanto, si sos un perezoso, es hora de que luches contra las ganas inmensas de no hacer nada y trates de comprometerte más con tus obligaciones, pues algún día vivirás solo, y quien tenga que lavar los cubiertos y planchar la ropa vas a ser vos. No olvides que tendrás que trabajar y no hay lugar en el que te paguen solo por dormir.
Por Viviana Cáceres (18 años)