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¿Quién alguna vez no ligó un chachá de parte de su papá o mamá y luego escuchaba un “cuando seas grande me vas a agradecer”? Esa era la forma de educar que se tenía antes. Por algo de miedo y respeto, el niño terminaba callándose y haciendo siempre lo que la persona mayor le decía.
Con la llegada de teorías sicológicas de que el niño debe ser tratado con amor y sin golpes, esta práctica de pegar a la criatura fue quedándose atrás para dar lugar a una mejor educación y, sin duda alguna, la que más resultados favorables obtiene porque brinda mayores aprendizajes. Como decía Don Bosco: “No con golpes, sino con la mansedumbre”.
El cambio que ofrece esta teoría a la sociedad, es favorable desde todo punto de vista, hasta compatible con los derechos del niño. Pero..., de un tiempo a esta parte, los padres van a un extremo de darle todo a los hijos y ni siquiera los retan o corrigen cuando en algo están fallando. Esto produce una especie de desconcierto en la criatura, ya que no puede diferenciar entre lo que está bien o mal, porque nadie le retó un poquito cuando estaba actuando de forma errónea.
Los padres forman así un niño sin límites, bastante caprichoso y, en algunos casos, fastidioso. Buscar un punto medio y no ir a ningún extremo siempre es lo más importante para, de esa forma, brindar la mejor educación posible. Y, por sobre todo, nunca olvidar la coherencia en los actos, pues los padres son el espejo de los hijos.
Por Javier Morales (18 años)