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Lo cuestionable es que las personas tengan una postura impuesta o copiada, la cual originalmente no tomaron; esto evidencia carencia intelectual y falta de sentido crítico; hablando sencillamente: no se toman la molestia de pensar por sí mismas. Pareciese que sus cerebros son blandos como la plastilina y se dejan moldear tranquilamente, ya que la palabra “razonamiento” no aparece en su diccionario.
No hay por qué tratar de ingenuos a los católicos, diciéndoles que creen en cuentos de hadas. Tampoco señalar con el dedo a los ateos y condenarlos a las llamas del infierno. Existe gente buena y mala, y el parámetro para definir esto no es ninguna religión. Burlarse o ridiculizar otras opiniones, a parte de ser innecesario, es muy infantil. Si uno se toma la molestia de escuchar varios argumentos, se dará cuenta de que las cosas son más profundas de lo que parecen.
Algunas veces, escuchar la palabra “ateo” provoca miedo en algunos; muchos dicen serlo simplemente por “rebeldes sin causa”, pero otros tienen fundamentos y no hay por qué descartarlos. Cada uno cree en algo debido a las situaciones que pasó en su vida. ¿Es tan difícil ponerse en los zapatos ajenos antes de señalar? No todos los católicos son prejuiciosos ni los ateos, malvados.
“Vive y deja vivir”. ¿Alguna vez oyeron esta frase? Pues por algo debe ser... A estas cuatro simples palabras se resume este dilema tan conflictivo y sin sentido; un círculo vicioso de palabrerío que solo crea enemistad entre la gente. Es simple: podés ser católico, evangélico, ateo, etcétera, pero sin desacreditar a quienes no piensan igual que vos. Defender una postura está bien si es que existen fundamentos y si estos son los que descubriste con tu cabeza.
Por Ayelén Díaz (17 años)