El niño “pataleta”

Si no quiere comer, hace berrinches exagerados, no hay cómo enviarlo a la cama, algo pasa. Los trastornos de conducta infantiles son una pesadilla para los padres, sea por no saber lidiar con la rebeldía o creer que su hijo es así. Según expertos, es hora de reeducarse para educar.

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Para reeducar urge pensar en reencaminar ciertos comportamientos de nuestros hijos  que se vuelven inmanejables. La psicóloga clínica Gabriela Vergara nos orienta respecto a los caprichos o descontroles. Al comenzar, apunta: “Los problemas de conducta en niños están fuertemente determinados ambientalmente. Significa que, en un alto porcentaje, una reeducación de los padres y otros familiares (o escuela) es importante. Cuantos más actores se involucren en el proceso, mejor. Una actitud disfuncional —como rabietas frecuentes, no seguir instrucciones, problemas para ir a dormir o dificultades escolares— siempre refleja patrones disfuncionales en casa o en educadores que no hallan cómo alentar conductas positivas y evitar las negativas o poco adaptadas socialmente”.

Reeducación paternal

Para la profesional, la reeducación es sobre todo revisar cómo interactuar con el niño y cómo establecer normas, saber cuándo ceder o no. “Hay padres que creen que aplicando estrategias de modificación de conducta, como ignorar pataletas o dejar que lloren, van a ‘traumarlos’ o harán que los odien. Las reglas son claras cuando hagan falta; ya el niño entenderá que hay otros momentos de afecto y de compartir”.

Hoy se da el caso de que, si no son los padres quienes malcrían, es una tía o los abuelos. “El niño tomará de aliado a quien ceda más a sus deseos, y esto suele causar roces entre padres y abuelos, ya que los segundos tienden a poner de ejemplo su experiencia por encima de la de sus hijos. Quienes deben marcar pautas en la educación y mantener autoridad frente a los niños son los padres”. La autoridad que menciona Vergara parece ideal, pero actualmente muchos fallan en la educación elemental del hogar. “Cambiaron muchas cosas desde la época de nuestros abuelos. Hoy se necesita orientación; la vida está muy compleja, se pasa poco tiempo con los niños, hay alto nivel de estrés por la situación socioeconómica. Existe más de un involucrado en la educación básica, las escuelas están saturadas, los maestros cansados, el divorcio más normalizado causando conflictos adicionales si no se actúa con madurez y serenidad”. Para mucha gente mayor, antes los límites entre escuela y hogar estaban bien establecidos. “Es común que haya inconvenientes en la interacción escuela-hogar. Cuando el niño tiene problemas de conducta, padres culpan a maestros y viceversa; mientras el chico se siente desorientado e inestable emocionalmente. Es crucial la comunicación entre padres y maestros, que conozcan qué hace que una conducta se mantenga, y posean herramientas sin ignorar los principios que rigen la conducta”.

Desde la cuna

Solemos consentir al bebé por su ternura. “El bebé muy pequeño tiene demandas inmediatas, pero al año ya no. Se le puede enseñar que a veces se debe esperar o que no siempre tendrá lo que quiera. Hay que saber distinguir entre necesidad y capricho”. Los escándalos en el súper son un clásico, “muchas veces por no quedar como ‘padres malos’ ante los demás, solucionamos con la tarjeta de crédito y compramos el juguete que pide el niño malcriado, que ya probó la exitosa estrategia de llorar para conseguirlo. Es fundamental poner límites sin temer reacciones; el niño irá entendiendo que sus berrinches pierden efecto”. En cuanto al género, ¿son varones y mujeres igualmente terribles? Vergara dice: “Hay diferencia de comportamiento, pero debido a como se los trata por ser niño o niña, no por el género en sí”.

Se logran resultados positivos en el cambio de comportamiento ubicándose en posición crítica, como padres sin sentir culpa; se requiere apertura, dedicar tiempo al proceso de cambio conductual y no pretender que el psicólogo lo resuelva mágicamente. “Hay muchas estrategias en la literatura psicológica, pero depende del caso. En general, lo citado resume bastante de qué se trata y, en especial, la capacidad de saber cuándo premiar al niño y cuándo castigarlo o no permitirle acceder a sus deseos. Si se maneja esto, gran parte está ganada. Ignorar pataleos hará que de a poco deje de usarlos, y en otro momento se le debe enseñar qué se espera de ellos, diciéndole, por ejemplo: ‘Sos un niño grande, inteligente, que come su comida o juega sin molestar a su hermano’ (aunque no sea del todo así, puede ir volviéndose cierto). Es necesario estar seguros de la propia autoridad y criterio como padres, no dejar que terceros interfieran mucho. Finalmente, somos adultos responsables y capaces de asumir nuestros desaciertos y corregirlos”.

LOCALMENTE

“En la cultura paraguaya hay que destacar mucho la tendencia a no dejar que el niño se caiga, se equivoque, no logre hacer las cosas rápido. No hay tolerancia a los errores; el padre o la madre prefieren hacerlo ellos mismos a enseñarle. A veces, es importante dejar que el niño siga trepando y que se golpee para entenderlo. El problema es que los padres no tienen claro hasta dónde hay que proteger de los peligros al chico y cuándo se puede dejar que hagan su experiencia. Definitivamente, a veces, es necesario que aprendan por sí mismos. Muchas madres aún son amas de casa y pasan mucho tiempo con sus hijos; también hay madres solteras, divorcios, todas estas son situaciones en que se tiende a sobreproteger demasiado a los niños. La cultura paraguaya es más sobreprotección que negligencia”, advierte Gabriela Vergara.

lperalta@abc.com.py

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