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El cerro Tres Kandú (Guairá) está a 842 m de altura y a 46 m la desembocadura del río Paraguay en Ñeembucú; ambas medidas corresponden al punto más alto y el más bajo del país. Las zonas habitadas no alcanzan los 300 m, como es el caso de Asunción, que está a 200 m. Aunque los paraguayos vivamos en la llanura y nos arriesgamos a sufrir las consecuencias del déficit de oxígeno que impera en las alturas, es difícil resistirse a la tentación de alcanzar la cúspide más elevada del continente americano: el cerro Aconcagua (6962 m).
Hay distintas maneras de llegar hasta a la cima, que forma parte de la Cordillera de los Andes y está ubicada en las más de 70.000 ha del Parque Provincial Aconcagua en Mendoza, Argentina. El trayecto noroeste o ruta normal implica jornadas de caminata de entre tres y diez horas, dependiendo del recorrido de los exploradores. El ascenso se realiza en varios días con paradas en dos tipos de campamentos: los de base, que sirven para que el organismo se vaya acostumbrando a la falta de aire, y los de altura, desde donde se ataca la punta.
Hacia el noroeste
La ruta normal atraviesa el valle del río de Horcones, a lo largo del cual están situados los campamentos base Confluencia (3400 m) y Plaza de Mulas (4300 m), en los que varias empresas ofrecen servicio de hospedaje y alimentación. Fascina la posibilidad de comer comida casera, descansar bajo un techo y hacer las necesidades fisiológicas en baños, en una zona que está congelada la mayor parte del año. Esto se logra gracias a una organización básica e ingeniosa: canalizan agua de los ríos de montaña, la letrina es un habitáculo de chapa, y grandes carpas sirven de dormitorio, cocina y comedor.
Uno de los recorridos de aclimatación parte de Confluencia hasta el mirador de Plaza Francia (4200 m), desde donde se observa la cara sur del Aconcagua, y se vuelve a bajar. A 21 km de distancia se encuentra el siguiente destino: Plaza de Mulas, que es el trecho más largo. Luego comienzan los campamentos de altura: Plaza Canadá (5050 m), Nido de cóndores (5550 m) y Plaza Berlín (5930 m). Desde Berlín se encara el codiciado vértice en una jornada de entre ocho y diez horas si el clima lo permite. El viento sopla con fuerza en este itinerario y las temperaturas veraniegas pueden llegar a los -30º.
Adaptación
En los campamentos base hay atención médica. Los visitantes deben realizarse controles generales, como el nivel de saturación de oxígeno en la sangre, para seguir subiendo. Desde la entrada al parque pueden aparecer dolores de cabeza, insomnio y molestias estomacales como parte de la reducción de oxígeno; algunos nada sienten, otros van superando los malestares y están los que no logran continuar. Edemas pulmonares y cerebrales son bastante frecuentes, por lo que es importante ser consecuente con el diagnóstico que dé el doctor.
Existe un cálculo de días necesarios para que el organismo se acostumbre a la atura: alrededor de once días para subir y tres para bajar. Días de ascenso: tres en Confluencia, cuatro en Plaza de Mulas, uno en Plaza Canadá, uno en Nido de cóndores, uno en Plaza Berlín, y otro para subir y bajar del pico. De bajada se duerme en Berlín, al día siguiente se descansa en Plaza de Mulas y el último día se llega a la entrada del parque.
El clima del Aconcagua es caprichoso y no se presta a pronósticos. Causa gracia escuchar al guía aconsejar al expedicionario que le hable a la montaña para que esta le permita llegar a su techo, pero solo al principio. En la medida en que van pasando los días, el misticismo que invade al visitante le hace creer en un diálogo con la naturaleza.
La aventura
Baja temperatura de día, pero agradable. Las caminatas se inician cuando el sol calentó el ambiente, solo el día de cumbre se parte de madrugada. En la medida en que se asciende, el frío se hace más intenso. Antes de oscurecer ya se suelen disfrutar de los beneficios de la acogedora bolsa de dormir para bajas temperaturas, dentro de la cual una persona puede reposar sin ropa, aunque el clima sea menor a 0º.
El porcentaje de humedad es muy bajo. Hace unos años, hubo una infección generalizada: la materia fecal se secaba sobre el suelo y el viento esparcía sus partículas, infectando las vías respiratorias de la gente. La administración del parque impuso una multa de USD 500 a los que defecan sobre el suelo e instan a hacerlo en una bolsita, cerrarla bien y colgarla de la mochila hasta poder deshacerse en el campamento base o la entrada del parque. Suena raro, pero uno termina acostumbrándose a las reglas del coloso.
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