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Intervenir en el momento preciso es clave para combatir la obesidad infantil. Durante los últimos diez años, la presencia de este mal se incrementó de forma alarmante en varios países del mundo. Además, llegar a la adolescencia con sobrepeso puede generar severas secuelas posteriores.
“El 16 % de la población, entre 6 y 19 años, sufre sobrepeso, y entre el 5 y el 10 % de los niños en edad escolar son obesos”, detalla el especialista en Nutrición, Alejandro Argüello, quien asegura que la proporción se agranda en los adolescentes, de acuerdo con investigaciones realizadas.
“Este trastorno alimentario consiste en un proceso metabólico en el que se produce una acumulación de grasa excesiva, en relación con el promedio normal correspondiente a cada niño, según su edad, sexo y talla”, explica el experto. Agrega que no solo más adelante el chico presentará inconvenientes, sino que las consecuencias pueden manifestarse tempranamente. Es por eso que la prevención es prioritaria. Primero, es necesario cambiar el estilo de vida; es decir, modificar los hábitos alimentarios e incluir actividades físicas.
Esta afección puede tener una causa genética; sin embargo, para que se evidencie de tal modo, también se notan ciertas conductas, como la vida sedentaria y el consumo desmesurado de grasa. Varias investigaciones afirman que, a través del perfil genético, se logrará encontrar una solución a la obesidad, por lo cual es fundamental detectar cuándo un miembro de la familia la padece y si otro podría ser propenso, para contrarrestarla cuanto antes. Así también, el peso que la madre mantenga durante su embarazo facilitaría conocer si el bebé será obeso en su etapa infantil.
“Según la Organización Mundial de la Salud, la obesidad adquiere datos de epidemia y esto crecerá más, ya que el ritmo de vida actual no permite sostener una dieta sana. El 14 % de niños y adolescentes paraguayos presentan sobrepeso, y el 20 % sufre de obesidad, de acuerdo con datos que fueron revelados del documento de la Sociedad Paraguaya de Estudio de la Obesidad”, especifica Argüello.
Asimismo, es primordial atacar los malos hábitos en que los pequeños suelen incurrir al comer. Otros factores cruciales son establecer horarios para dormir; variar la alimentación, incorporando vitaminas y minerales a la dieta diaria; fomentar el autocontrol, para que no consuman fuera de las reglas preestablecidas, y realizar ejercicios físicos frecuentemente.
Consecuencias
El profesional comenta cuáles son los efectos más usuales; desde una dificultad psicosocial, entendida como la adaptación del menor a su entorno. “La intimidación, las bromas o el rechazo que puedan sentir de parte de sus compañeros de colegio, los inducirían a experimentar una baja autoestima”. Añade la aparición de dolencias crónicas en la madurez, como hipertensión arterial, diabetes, enfermedades cardiovasculares y ciertas formas de cáncer. Asimismo, podrá sentir dificultades óseas y en las articulaciones, en zonas como rodillas y tobillos. En las niñas, por ejemplo, se puede dar la madurez prematura, o sea, entrar en la pubertad antes y atravesar ciclos menstruales irregulares. Luego, sufrir hipertensión o colesterol. Son propensos a vivir sin ánimo, cansados, depresivos, decaídos y con problemas cutáneos.