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Mucho se dirá sobre el señor Hugo Chávez. De su vida se encargarán sus acólitos y biógrafos. Fue un dirigente importante de Venezuela y mentor de toda una línea de pensamiento que muchos desean emular.
A demasiados de nuestros políticos en el fondo les encantaría ser como Chávez, líder encantador de masas y distribuidor de riqueza –la de los demás por supuesto– jamás la del selecto grupo que ostenta el poder.
Pero prefiero en esta ocasión referirme al señor Chávez como el director de una estrategia basada en el sentimiento antipolítica.
Esto debe servir de ejemplo a nuestros políticos aquí en Paraguay para que no cometan o mejor dicho no sigan cometiendo los mismos errores que hicieron de este dirigente venezolano el líder mesiánico en el que posteriormente se convirtió.
Esto del sentimiento antipolítica no es difícil de entender si lo ubicamos a Chávez en sus inicios y cuáles fueron las señales que él vio.
Ocurre que antes que aparezca Chávez los políticos venezolanos se encargaron de hacer tabla rasa de lo que significan las promesas electorales, algo que suena demasiado conocido por aquí.
Se promete de todo, pero los resultados no llegan, y no llegan porque los que prometen mienten. Si ni siquiera saben el qué de sus propuestas, cómo pedirles el cómo de sus soluciones.
Y así le fue a la democracia venezolana. Anquilosada en una burocracia infernal en la que unos pocos se beneficiaron de las mieles del poder, el pueblo se dio cuenta de que la cura debía venir a través de alguien que les dijera que desalojaría a aquellos mentirosos que les prometieron un mejor bienestar.
Y ese hombre fue Hugo Chávez. Este se dio de cuenta que el sistema se había deteriorado a tal punto que con la corrupción imperante, la gente no se veía representada por sus dirigentes que los defraudaba hasta el hartazgo.
Lo que sucedió en 1998, año en que Chávez asume el gobierno, no fue más que el resultado de ese sentimiento antipolítica que permitió el advenimiento de un gobierno –el chavismo– que posteriormente también le mentiría a la gente. Solo que esta vez la mentira iría aliada del resentimiento o de la revancha hacia aquellos que más tienen o mejor dicho, hacia aquellos que le criticaban al Chávez mesías; la prensa libre, el empresariado genuino y mucha gente común que enseguida se percató que eso de la revolución bolivariana era un cuento para seguir haciendo lo mismo.
Bajo este escenario donde la política es vista como una riña en un bar, donde nadie en el fondo está lo suficientemente cuerdo como para creerle, Chávez además de avanzar hacia el control del poder, también fue desaprovechando oportunidades. Como sabemos, Venezuela nada en petróleo.
En el año 1998 en que Chávez asume el gobierno el precio del petróleo estaba en nueve dólares el barril y luego en el 2008 llegó a 126 dólares, precio que le permitió no solo sentirse el redentor del pueblo sino que también le dio la oportunidad de exportar sus ideas a otras latitudes del continente.
Sin embargo, no solo de petróleo vive el hombre.
De la mano de Chávez, Venezuela cayó en lo que se conoce como la “maldición de los recursos naturales”, situación que involucra a muchas naciones bendecidas por los recursos de la naturaleza pero que se dilapidan por la corrupción y el populismo de los malos gobiernos.
De este modo, aun teniendo la gran ventaja de un Estado venezolano que se sobrealimentaba de los multimillonarios ingresos del negocio del petróleo, la pobreza crecía en proporción a aquellas entradas de dinero.
Mientras que el Poder Judicial compuesto de jueces que le respondían a Chávez –porque así fue diseñada en la nueva Constitución bolivariana– se ocupaba de apañar sus caprichos expropiando propiedades y atacando la libertad de prensa, la gente vivía en la más absoluta falta de garantías.
El sentimiento antipolítica es perjudicial en cualquier parte. Esto Chávez lo sabía y lo supo impulsar.
Si la gente ya no cree en la política como un medio para lograr mejores oportunidades porque se percata de que el buen gobierno basado en el imperio de la ley ha sido reemplazado por el gobierno de los peores y más corruptos, es porque los mismos políticos se han encargado de mentirnos y defraudarnos tantas veces como lo quisieron.
Este sentimiento antipolítica ya está instalado en Paraguay. Está ocurriendo. Los malos políticos son responsables de ello. No hay que dejar que sigan avanzando.
Mientras tanto empecemos por tomar en cuenta el extraordinario consejo de Thomas Jefferson: el precio de la libertad es la eterna vigilancia.
(*) Decano de Currículum de UniNorte. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado” y “Cartas sobre el liberalismo”.