Los carpidores y el vertedero carcelario

Las dantescas imágenes de los descabezados y el procedimiento utilizado por los perpetradores para hacerlo en la cárcel de San Pedro impactaron a la opinión pública y nuevamente, y como es usual en estos casos, provocó la intervención de sesudos expertos, analistas, ascetas, anacoretas, pitonisas y toda clase de leguleyos que han ensayados diversas propuestas de solución, desde la militarización de las cárceles hasta la construcción de otras, pero coincidieron en identificar parte del problema: el sistema judicial es causante de la superpoblación penitenciaria.

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Convengamos en algo: la bestialidad observada en los cortes de cabeza por parte de internos contra otros fue algo inusual. Normalmente a la hora de solucionar conflictos las facciones rivales de la población penitenciaria acuden a golpes, puñaladas y tiros, pero resulta obvio que los “carpidores” enviaron un claro mensaje a la otra facción o futuras facciones rivales: no se metan con nosotros; y al Estado, un mensaje preocupante: ustedes no sirven ni para mantener encerrada a la gente.

El sistema judicial identificado como uno de los problemas de la superpoblación penitenciaria tiene su cuota de responsabilidad, pero los jueces y fiscales la mayoría de las veces, aunque no lo quieran creer solo aplican las leyes y esas leyes priorizan la intervención máxima del Estado en materia penal

En efecto, nuestros legisladores crean todo tipo de leyes penales, endurecen las existentes, y la máxima intervención del Estado es toda una realidad para el desconsuelo de los penalistas educados en el respeto al sistema democrático y los derechos humanos: por ejemplo por la ley de protección animal, tendríamos que tener cuidado de ahora en más si matamos un yarará.

Y a la cárcel van los que mal miraron o gritaron a sus parejas, los que acudieron a métodos inapropiados para tratar a sus mascotas, malandrines de poca monta, vizcacheros impenitentes, drogadictos hallados con 12 gramos de marihuana, conviviendo con curtidos soldados del narcotráfico, convencidos de su modo de vida , dispuesto a imponer su ley donde estén.

De este lado del muro se erigen los pretores de las leyes, que legislan y penalizan cuanta conducta sea necesaria para satisfacer a los grupos de presión; humanizar la sanción como el procedimiento de flagrancia, establecer penas privativas de libertad por días o la prisión nocturna es propio de países que cuentan con legisladores que observan el fenómeno de la delincuencia, desde otra perspectiva ideológica.

Eso si, coincidieron en señalar que la modificatoria del año 2012 sobre el no otorgamiento de las medidas sustitutivas para los presuntos implicados en crímenes –casi todos los tipos penales están en esa clasificación– no tuvo en cuenta el crecimiento exponencial de la población penitenciaria y no previeron la construcción de más cárceles.

Por falta de previsión, entonces formulan la posible reforma legal relacionada a la presunción de inocencia, se presume inocente en nuestro medio los que cometen delito, y en esa categoría están los que lavan activos de origen ilícito, los que estafan a gran escala, los que pueden desbarrancar el sistema financiero; para ellos el beneficio de litigar en libertad es amplia, en comparación con los demás, merecedores de estar encerrados mientras duren sus proceso, es decir las cárceles se han convertido en un vertedero de los sectores sociales marginados.

No es un fenómeno nuevo el enfrentamiento entre facciones en el sistema penitenciario. En el escenario comparado, los convictos se enfrentan por el dominio del espacio carcelario, por cuestiones raciales, por los negocios propios del lugar, por debilitar el poder del otro bando o simplemente para demostrarles a las autoridades penitenciarias, quienes mandan.

En nuestros caso no anduvieron con mensajes ambiguos, el horror observado nos lleva a reflexionar si sus autores son merecedores de convivir con otros reos que no sean de su facción o en su caso, si estos últimos tienen el derecho de sobrevivir dentro del sistema penitenciario ya que hablar de rehabilitación es un eufemismo en las condiciones actuales del sistema carcelario de nuestro país.

Estamos de acuerdo con las cárceles de máxima de seguridad. Estas deben albergar a los irreductibles violentos, aquellos capaces de cometer atrocidades como los la de la penitenciaria de San Pedro, pero se debe recordar , que en la población penitenciaria están aquellos que mentalmente son incapaces, los adictos a sustancias sicotrópicas o al alcohol. Todos ellos merecen un espacio propio donde vivir y rehabilitarse si es posible, como así también los demás reos merecen sobrevivir para cumplir con sus condenas.

Los “irreductibles” y “carpidores” bien pueden estar en una cárcel de máxima seguridad, como profilaxis no ya para la sociedad, sino para los demás internos.

* Juez Penal. Doctor en Ciencias Jurídicas y Máster en Ciencias Políticas.

maguirrerodas@hotmail.com

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