La utopía

«La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso sirve: sirve para caminar». EDUARDO GALEANO. 1940-2015. Escritor y periodista uruguayo.

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Con estas inspiradoras palabras del escritor Eduardo Galeano comenzamos nuestro camino del 2016 con el firme propósito de ofrecer un espacio de apoyo a profesores y alumnos de nuestro país en la desafiante tarea de desarrollar la habilidad de interpretar lo que se lee y, por ende, interpretar los propósitos y las circunstancias en los que se generaron los textos, orales o escritos que leemos o escuchamos.

Estamos convencidos de que la adecuada interpretación nos permite comprender el mundo en que vivimos y dar respuestas adecuadas a cada situación que se nos irá presentando.

Desde este año, Paraguay participa del programa PISA para el desarrollo, que evalúa cómo los jóvenes aplican sus conocimientos a situaciones de la vida real en los ámbitos de Lectura, Matemática y Ciencias, es decir, no solo cuánto saben, sino qué pueden hacer con lo que saben. Por ello, este año, tendremos desde esta página como objetivo proponer ejercicios de razonamiento y respuestas inferenciales a planteamientos dados.

Este primer número les dedicamos al querido docente de Lengua, al profesor guía, al encargado de las clases de Orientación, que quieren ocuparse de desarrollar la capacidad de interpretación de sus alumnos.

Todos los alumnos tienen un potencial que desarrollar, no importa qué limitación tengan; encontrar esa luz en cada uno de ellos debería ser nuestra meta, nuestra utopía permanente.

Y comencemos con ganas la época de preclases, de preparaciones para recibir a nuestros alumnos, con una historia que representa a las tantas situaciones que muchos ustedes vivieron alguna vez para sacar adelante a un chico.

La historia de la señorita Thompson, la mejor maestra del mundo

Todos la llamaban señorita Thompson

El primer día de clases, ella miraba a sus alumnos y les decía que a todos les quería por igual, pero eso no podía ser del todo verdad: ahí en la primera fila, desparramado sobre su asiento, estaba un niño, Teddy Stoddard.

La señorita Thompson le había observado el año anterior y había notado que no se integraba bien al equipo con otros niños, su ropa estaba muy descuidada y siempre parecía necesitar un buen baño. Comenzaba a ser desagradable.

La señorita Thompson disfrutaba corregir los trabajos de Teddy con una birome roja y colocando un gran cero en la parte superior de sus tareas.

En la escuela donde ella enseñaba se requería revisar el historial de cada niño. Dejó el de Teddy para el final. Al revisarlo se llevó una gran sorpresa.

La profesora de 1.er grado escribió: «Teddy es un niño muy brillante, con una sonrisa sin igual. Hace su trabajo limpiamente y tiene muy buenos modales. Es un placer tenerlo en clase…». La de 2.º grado escribió: «Es un excelente estudiante, se lleva muy bien con sus compañeros de curso».

Y, sucesivamente, todo eran elogios al alumno: La profesora siguiente dijo en su comentario: «excelente alumno, aunque se le nota preocupado. Su madre tiene una enfermedad incurable y el ambiente en su casa debe ser muy difícil».

La profesora de 3.er grado escribió: «Su madre ha muerto este año, ha sido duro para él. Trata de hacer su mejor esfuerzo, pero su padre no muestra mucho interés y el ambiente en su casa le afectará pronto si no se toman ciertas medidas».

Su profesor de 4.º grado escribió: «Teddy se encuentra atrasado en relación con sus compañeros y no muestra mucho interés en la escuela. No tiene muchos amigos y en ocasiones duerme en clase».

La señorita Thompson se había dado cuenta del problema y estaba arrepentida.

Se sintió peor cuando sus alumnos les llevaron sus regalos de Navidad envueltos con preciosos volantes y papel brillante, excepto Teddy.

Su regalo estaba mal envuelto, con un papel amarillento que había tomado de la pila de reciclaje de papel. A la maestra le costó abrir ese regalo en medio de los otros presentes.

Algunos niños se rieron cuando al abrirlo encontró un viejo brazalete y un frasco de perfume con solo un cuarto de su contenido. Ella detuvo las burlas de los niños al exclamar lo precioso que era el brazalete mientras se lo probaba y se colocaba un poco de perfume en su muñeca.

Teddy Stoddard se quedó ese día al final de la clase para decirle: «Señorita Thompson, hoy usted huele como solía oler mi madre…».

En cuanto el niño se fue, lloró largamente.

Desde ese día dejó de enseñar solo aritmética a los alumnos, a leer y escribir; en lugar de eso comenzó a educarles.

La profesora puso atención especial en Teddy.

Al trabajar con él, su cerebro comenzó a revivir. Mientras más le apoyaba él respondía más rápido. Al fin del ciclo escolar, Teddy se había convertido en uno de los niños más aplicados de la clase y a pesar de su mentira, de que quería a todos los niños por igual, Teddy se convirtió en uno de sus consentidos.

Un año después ella encontró una nota debajo de su puerta. Era de Teddy y le decía que ella había sido la mejor maestra que había tenido en toda su vida.

… y pasaron seis años.

Por la misma fecha en que le llegaban esas cartas, recibió una de Teddy.

Ahora escribía diciéndole que había terminado la preparatoria, siendo el tercero en su clase y que ella seguía siendo la mejor.

Cuatro años después recibió otra carta que decía que, a pesar de que las cosas fueron muy duras, se mantuvo en la escuela y pronto se graduaría con los más altos honores. Le reiteró que ella seguiría siendo la mejor maestra y su favorita.

La historia no termina aquí.

Existe una carta más que leer. Teddy ahora decía que había conocido a una chica con la que iba a casarse. Explicaba que su padre había muerto hacia un par de años y le preguntaba a la señorita Thompson si le gustaría ocupar en su boda el lugar que usualmente es reservado para la madre del novio.

Ella aceptó, y se puso el viejo brazalete y el perfume que Teddy recordaba que usó su madre la última Navidad que pasaron juntos.

Se dieron un abrazo y el Dr. Teddy Stoddard le susurró al oído: «Gracias por creer en mí. Muchas gracias por hacerme sentir importante y mostrarme que yo puedo hacer la diferencia». Mrs. Thompson, con lágrimas en los ojos le dijo:

«Teddy, te equivocas: tú fuiste quien me enseñó que sí puedo cambiar las cosas… yo no sabía educar hasta que te conocí».

Fuente

Adaptación libre de la versión original en http://makeadifferencemovie.com/index.php

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