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Muchos no pueden creerlo. Pero la verdad es que tengo ahora ciento treinta y cinco años, y me siento fuerte como un roble y fresco como una lechuga. Como una lechuga fresca, claro.
Cuando sucedieron las cosas que voy a contarles, yo tenía trece años, y me acuerdo de todo como si hubiera sucedido la semana pasada.
No es para menos, ya verán ustedes…
Y otra cosa, ¿les divierte a ustedes las búsquedas de tesoros que organizan en el colegio?
Pues, imagínense lo que sería la búsqueda de un tesoro de verdad:
Lingotes y monedas de oro, joyas… enterrados en una lejana isla desierta, cruzando el mar con días de calma y tormenta, rodeados de piratas.
Esperen a que les cuente:
Como ya dije, tenía en ese entonces trece años y vivía con mis padres cerca de un pueblo a orillas del mar, en Inglaterra.
Nuestra casa propiamente dicha estaba en el piso de arriba con otros cuartos en el que recibíamos huéspedes. Abajo funcionaba la taberna «Almirante Benbow», que atendíamos mi papá, mamá y yo.
Los parroquianos eran habitantes del pueblo cercano, pescadores en su mayoría, y, eventualmente, marineros cuyos barcos atracaban en el puerto para desembarcar mercaderías que luego se distribuían en todo el país.
Vivíamos una vida tranquila, como recomendaron los médicos a mi papá, que era delicado de salud.
Esta paz acabó con la llegada del viejo Bill Boates, arrastrando su cofre y diciendo maldiciones. A primera vista se adivinaba que se trataba de un pirata.
Se hospedó en la taberna y, desde un principio, nos aterró a todos con su terrible vocabulario, sus borracheras y su repetida canción preferida.
Escapaba de no sé qué y temía que llegara cierto hombre de pata de palo, según pude deducir de sus palabras cuando se emborrachaba, que era todos los días.
Se retrasaba en el pago de su pensión. Pero le temíamos tanto, que tampoco podíamos exigirle que pagara.
Tanto afectó esto a la salud de papá, que empeoró y, una mañana, murió pese a los cuidados que le prodigara nuestro médico y amigo, el doctor Livesey.
Esa misma tarde llegó el ciego Perronegro, buscando a Bill Boates y tan pirata como él. Venía a dejarle la Marca Negra, el anuncio de su muerte, con la que le comunicaba que le quedaban seis horas de vida.
Sobre el libro
Título: La isla del tesoro
Autor: Robert Louis Stevenson
Adaptación: Raúl Silva Alonso
Editorial: El lector