La disciplina en la educación de los hijos

El establecimiento de normas de conducta es fundamental para que el niño aprenda a vivir en sociedad y sepa lo que se espera de él. Hay que mostrarle qué conductas están bien y cuáles debe suprimir. Los padres debemos estar de acuerdo delante del niño para evitar su desconcierto; cuando aparecen discrepancias, el niño no sabe a qué atenerse. Las normas deben respetarse en todas las circunstancias y estados de ánimo, incluso si hay visita o se está cansado.

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El exceso de normas o prohibiciones puede desalentar al niño y hacer que, al final, no acepte ninguna. La permisividad excesiva hace que, al no conocer el niño ningún límite, no pueda convivir con el resto de la sociedad.

¿Cómo conseguir el equilibrio?

• En niños de hasta 4-5 años: permitámosles explorar su entorno eliminando en lo posible los peligros circundantes y apartando aquellos objetos que realmente no queremos que toquen; de esta manera evitaremos tener que decirles demasiadas veces “no”. Aquellos objetos que no podamos apartar nos servirán para enseñarles la conducta que deben tener con ellos. Vigilémosles en todo momento para evitar accidentes y anticipémonos a las conductas conflictivas e interrumpámoslas.

• En niños desde los 6-7 años: establezcamos con los niños pactos en los que tienen que cumplir su parte; si no es así, no tendrán ese privilegio en próximas ocasiones. Razonemos con ellos los motivos; les será más fácil aceptarlos, pero seamos contundentes en los aspectos que no admiten réplica sin perdernos en esos momentos en explicaciones que alarguen excesivamente la discusión.

¿Se debe utilizar el castigo?

Con el castigo, en ocasiones, se consigue suprimir la conducta indeseable en ese momento, pero tiene demasiados inconvenientes: puede ocasionar daños físicos o morales al niño, se deterioran las relaciones, puede llegar a reforzar las conductas negativas si el niño busca la atención de los padres. Si se usa con demasiada frecuencia, pierde eficacia; el niño se acostumbra a que por una cosa u otra acaba siendo castigado y no obedece.

En muy contadas ocasiones, muy pocas, el castigo puede ser necesario, por ejemplo, cuando la conducta a corregir suponga un grave riesgo para el propio niño o para los demás. En estas ocasiones, será más efectivo si:

• se hace inmediatamente después de la conducta a corregir.

• se hace siempre que ocurre la falta, independientemente de las circunstancias, y se cumple íntegro.

• el niño conoce el motivo por el que es castigado.

• la dureza de la sanción guarda proporción con la gravedad de la falta.

Cuando haya que reprenderle, hagámoslo con afecto, nunca usemos expresiones como “ya no te quiero”; cambiémosla por “te quiero mucho pero estoy enfadado”. El niño debe notar nuestro afecto incluso en los malos momentos; esto le hará sentirse seguro y aumentará la confianza en sus padres.

Fuente: María Eugenia Campillos Morillo. Centro de Salud de Montequinto-Sevilla.

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