Visionarios

Muchos ven sus progresos, pero pocos conocen el trabajo y sacrificio que los llevó a ganarse un lugar en la mente de los consumidores. En esta edición, EN hace una radiografía de varias empresas bien posicionadas hoy en el mercado, cuyos primeros pasos se dieron sin mucho capital ni experiencia, pero con fe en su capacidad para insistir tras sus sueños.

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De cero. En la cocina de un alquiler ubicado sobre Santísima Trinidad casi Artigas nació, hace 20 años, God's Pan. Pastafrolas y panes caseros constituyeron la línea de producción que rápidamente ganó la aceptación de los pobladores de la zona. Fue entonces cuando el matrimonio de Mónica Nestosa y Luis Insaurralde vio nacer un excelente nicho para salir adelante.

En principio, la oferta estuvo dirigida a familiares y amigos, pero la publicidad de boca en boca por parte de sus allegados aumentó la venta de manera sorprendente. Como la iniciativa prosperó, buscaron la manera de obtener más herramientas de trabajo para mejorar la calidad y aumentar el volumen de la producción.

Mónica, nacida en Clorinda, comenta que adquirió conocimientos en el rubro de la repostería durante su juventud, mediante la orientación recibida de su madre y, luego, con la especialista Aida de Huttemann. “Soy maestra de primaria, pero mi afinidad hacia el rubro gastronómico viene de mi familia”, dice.

Relata que, apenas llegó al Paraguay, habilitó una escuela de confitería que operó a la par como panadería. El arranque fue difícil, debido a que carecían de utensilios básicos, como una amasadora y un horno industrial; situación que les obligó a vender su auto tipo escarabajo para comprar inicialmente una refinadora, mientras que el recipiente para la elaboración de panes de sándwich lo mandaron confeccionar en una carpintería.

“En ese entonces, aún no estaba en nuestras posibilidades tener más de un personal, por lo que decidimos contratar a un panadero para que trabajara dos horas al día. Luego, mi marido aprendió con él y así surtimos God's Pan”, rescata Nestosa, al puntualizar que la cadena emplea en la actualidad a 250 personas y es administrada junto con la segunda generación de su familia.

Tras la experiencia, fueron alquilando salones hasta que mediante un préstamo bancario adquirieron una propiedad ubicada sobre Santísima Trinidad esquina Bogotá, que hasta hoy ocupan y con la que suman cinco locales en Gran Asunción, mientras otros están en proyección. “El ingenio fue mayor a cualquier obstáculo”, subraya.

Pastas tradicionales

Otra historia que involucra a una familia que hizo de su arte culinario un imperio gastronómico es la de don Carlos Martínez y doña Rosa Zulema Cárdenas de Martínez. Junto con sus hijos emigraron a Argentina en 1947, debido a la inestabilidad política y económica del país, pero tras unos años decidieron regresar y montar un negocio propio. Uniendo las habilidades en la cocina de doña Rosa y la capacidad de venta de don Carlos, abrieron en 1955 el almacén Alberdi, ubicado en la calle del mismo nombre y avenida Quinta. Allí, además de los productos habituales de este tipo de negocios, comercializaban pastelitos, milanesitas y sándwiches. Más adelante, también se animaron a vender las ricas pastas caseras elaboradas en la cocina familiar.

Cuando la pareja notó la preferencia de la gente por los alimentos, decidió cerrar en 1965 el almacén y enfocarse netamente en la Pastelería Alberdi. Cuatro años después, el matrimonio habilitó la fábrica de pastas Alberdi, con 15 modernas máquinas automáticas importadas de Argentina, cuya denominación cambió en 1974 por el nombre con el que la conocemos actualmente: Alberdín.

Innovando, pero sin perder el sabor tradicional, empezó a operar la planta procesadora de alimentos, en 1979 con la cual pasaron de la producción artesanal a la industrial y se convirtieron en una sociedad anónima, cuya presidencia es rotativa desde 1985 e incluye a los hijos.

Un año después abrieron su segundo local y planta procesadora, que con gran éxito superó todas las expectativas. En la actualidad, la empresa posee establecimientos propios y bajo el sistema de franquicia, como una política de expansión y cobertura, sin requerimientos muy altos de inversión de capital. Hoy es manejada por la tercera generación, encabezada por Carlos y Marcos Giménez, y cuenta con más de 150 productos alimenticios diferentes, que integran varias líneas de producción: pasta fresca, bocaditos, comidas listas, postres, facturas, tortas y comida rápida.

De abajo

De joven, Óscar Achón anhelaba tener su propia carpintería, la cual pudo concretar en 1954 con su esposa, Idalia Addario, con quien empezó fabricando marcos, pequeños muebles y juguetes de madera en el patio de su vivienda, ubicada sobre la calle Manduvirá esquina 14 de Mayo, de Asunción. Su habilidad en el manejo de la madera lo posicionó en la preferencia de sus vecinos y otras empresas.

Ya en febrero de1967 decidió registrarse como Achón Industrial, que 10 años más tarde dio lugar a una moderna fábrica de 4.000 m2 con equipos importados, con los que fue ampliando su gama y pasó a ofrecer placares, muebles de escritorio y para dormitorios.

La filosofía empresarial de don Achón, más el apoyo de su compañera de vida y sus tres hijos promovieron que Achón cope la elección de equipamientos para cocina, especialmente. Todo el esfuerzo se vio reflejado aún más cuando en 2012 proyectó el primer Centro de Experiencias en muebles, asentado sobre la avenida Mariscal López de la capital.

“Empezaron sin nada, prácticamente. Eran muy creativos e innovadores”, expresa Alice Achón, al referirse a los inicios de sus padres, que si bien ya no están involucrados directamente con la empresa, les siguen transmitiendo la sed y pasión al trabajo.

Alice, actual directora de la compañía, cuenta que fue su abuelo quien oportunamente llegó a tener una carpintería en la que don Óscar aprendió a fabricar ruedas de carretas. “Mi papá se independizó y se ingenió para tener herramientas, mientras que mi mamá administraba los ingresos. Era la dupla perfecta, fiel reflejo del amor y trabajo”, asevera.

Entretanto, la familia también impulsó una incubadora de pollitos y, de ese modo, llegaron a potenciales clientes agrícolas, los cuales, al percatarse de la calidad y variedad de mobiliarios que ofrecían, empezaron a escalar los pedidos. Hoy, a casi 50 años de sembrar ese sueño y teniendo una industria ejemplar en la ciudad de Lambaré, Alice junto con Osvaldo, uno de sus hermanos, sacan adelante la marca, especializada en la fabricación de muebles para todos los rincones de la casa u oficina.

Base sólida

En 1949, los hermanos Sigfrido y Miguel Maluff Rosas emprendieron la fábrica de jabones Base Base, que con el tiempo quedó en manos del último y su esposa, doña Delia Argüello de Maluff. Juntos decidieron continuar con el desafío de esta empresa, en un mercado que les permitió innovar en la creación de detergentes para lavavajillas, y hacerse conocer como pioneros en la fabricación y distribución de estos tipos de productos.

Mientras don Miguel se dedicaba a la fabricación, su esposa preparó un grupo de vendedores con quienes se adentró en el producto para comercializarlo y en cómo hacerlo. Siempre que rememora esa época, doña Delia enfatiza en que no había mujeres vendedoras en la calle, por lo que las personas la veían como un bicho raro. “Recuerdo que tomé hasta pastillas para tener la fortaleza para salir a vender. Incluso, iba al campo con mis dos hijos para darles seguridad a los clientes”, narra.

Con esfuerzo y perseverancia, la empresa fue creciendo, hasta que en 1973 llegó una época dura que obligó a la fábrica a trabajar a media máquina durante dos años. En ese lapso, doña Delia viajó al extranjero, visitó fábricas de productos de limpieza, contactó con profesionales del área y adquirió nuevas fórmulas, a la par de concretar otros negocios, pero sin dejar la idea de regresar al rubro.

“Me rodeé de profesionales idóneos para el desarrollo de productos domisanitarios y para ir ampliando el portafolio de Base Base. Crecimos en forma sostenida en los años que fueron pasando, y hoy contamos con la más amplia variedad en la línea de artículos para el hogar”, señala.

La fábrica, que arrancó con 10 personas en una casa particular ubicada en las calles Colón y Holanda, de Asunción, actualmente opera en Fernando de la Mora, con más de 240 empleados en forma directa.

La empresa también fue víctima de una estafa millonaria y un incendio en un sector de la planta fabril. Sin embargo, sus propietarios no se dejaron vencer y hoy llevan casi 67 años en el mercado, con el impulso de la nueva generación, a cargo del hijo de la pareja: Ricardo Maluff Argüello.

Historias de estas también las guarda el propietario de hipermercados Pueblo, Tomás Dávalos, quien de niño se dedicó a la venta de dulces caseros casa por casa. Otro que empezó con casi nada es el ahora renombrado estilista José “Joseph” Espínola, quien repartía leche a sus vecinos hasta que un día, de viaje a Asunción, se volcó a la peluquería, comenzando con apenas una tijera y en un reducido espacio. La que sigue sorprendiendo con su crecimiento empresarial es María Ana López, dueña de Chipería María Ana, ubicada en la ciudad de Eusebio Ayala, quien debutó en el rubro como chipera dependiente. A nivel internacional, se sabe de multinacionales que arrancaron en un garaje o con quiosco, como Apple y McDonald´s.

emilse.rolon@abc.com.py

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